Comparable al deseo de volar como las aves, ha sido históricamente la aspiración del ser humano a la longevidad y a la eterna juventud. La diferencia está en que, mientras el primero se ha logrado con la ayuda de artefactos, la segunda tan sólo la han satisfecho personajes literarios o de leyenda, no reales de carne y hueso. Por mucho que algunos/as se atiborren de brebajes, se restauren periódicamente las carnes y su recubrimiento, o se las afeiten con toda clase de mejunjes y pócimas, nunca podrán atrapar para siempre lo que es pasajero, ni siquiera hacer que se mantenga unas décadas más la mocedad, su verdor y lozanía. Aquello que emprendió la marcha ya no volverá.
Pero hay quien no ceja en su empeño y, ya que no puede ir contra natura, busca una compensación y quiere al menos ser o parecer moderno, suponiendo una correspondencia entre ambas “cualidades”, juventud y modernismo. No me parece mala idea, sobre todo si significa dejar de estar anclado en el mismo puerto de por vida.
Por su parte, lo moderno se iguala a lo actual, al presente, y tiene proyección de futuro. Se contrapone al pasado, lo condena, considerándolo el reino de lo antiguo; también se enfrenta a lo viejo, que lleva a conectar la senectud con la antigüedad y la modernidad con la juventud. De donde se deduce que ningún anciano será jamás moderno y ningún joven, antiguo. Etc. La arbitrariedad o gratuidad de tales equiparaciones salta a la vista. Sobre todo si nos situamos en el orden intelectual, de las convicciones, de los valores y principios. Más visos de verosimilitud tienen en el campo de la moda, de los comportamientos, de los hábitos, de los gustos, etc.
En nuestro país se agrega un par de factores más a esta red de opuestos conceptuales, cuando los concretamos en el terreno de las ideas políticas y otras áreas de pensamiento cercanas. Se trata, en primer lugar, la pareja 'progresista / conservador', también denominados (muy impropiamente, creo yo) de izquierdas y de derechas respectivamente. El segundo elemento enlaza con el franquismo, carácter que se atribuye (mucho más impropiamente) a la derecha actual. Con lo que las cadenas de identificaciones son las siguientes: antiguo-viejo-conservador-de derechas-franquista / moderno-joven-progresista-de izquierdas-antifranquista.
Sentada así la doctrina, que ha cuajado y reside en la mente de buena parte de los adultos y jóvenes españoles, nadie quiere ser tildado de conservador, por ejemplo, o, lo que es lo mismo, todo el mundo pretende ser progresista, moderno, etc.. Y, si sus ideas van por el otro bando, evita manifestarse tal como es, por temor al qué dirán; mucha gente de derechas siente, además, un auténtico complejo.
La publicidad y el consumo (que configuran la mentalidad hodierna de la masa) han endiosado todo lo juvenil, alimentando un impulso ancestral, como decía al principio. Nuestro pasado histórico de cuatro décadas de dictadura ha distorsionado la imagen del pensamiento conservador o de derecha. Con lo que el modo de pensar que goza de más honda y general legitimidad es el que se asocia con los grupos progresistas o de izquierdas, que es la ideología española “por defecto”, si se me permite el símil informático. Todo esto explica muchas de las manifestaciones (o silencios) y comportamientos (o disimulos) de nuestros políticos y de nosotros mismos.
Sentada así la doctrina, que ha cuajado y reside en la mente de buena parte de los adultos y jóvenes españoles, nadie quiere ser tildado de conservador, por ejemplo, o, lo que es lo mismo, todo el mundo pretende ser progresista, moderno, etc.. Y, si sus ideas van por el otro bando, evita manifestarse tal como es, por temor al qué dirán; mucha gente de derechas siente, además, un auténtico complejo.
La publicidad y el consumo (que configuran la mentalidad hodierna de la masa) han endiosado todo lo juvenil, alimentando un impulso ancestral, como decía al principio. Nuestro pasado histórico de cuatro décadas de dictadura ha distorsionado la imagen del pensamiento conservador o de derecha. Con lo que el modo de pensar que goza de más honda y general legitimidad es el que se asocia con los grupos progresistas o de izquierdas, que es la ideología española “por defecto”, si se me permite el símil informático. Todo esto explica muchas de las manifestaciones (o silencios) y comportamientos (o disimulos) de nuestros políticos y de nosotros mismos.
Así creo que han funcionado las cosas hasta ahora. Y no es bueno. Ojalá el triunfo del PP, de la derecha, contribuya a normalizar nuestra visión y estandarizarla, homogeneizarla con la de otros países, donde no existen tantos prejuicios ni calificaciones equivocadas. O sea, donde el conservador no merece una condena por el hecho de serlo (ni un “cordón sanitario” como ha sucedido entre nosotros) y el progresista no tiene adjudicada la bula que hace virtuosos todos sus actos y que lava todos sus pecados.