miércoles, 27 de octubre de 2010

PINTADA

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En ocasiones, tiene uno la suerte de encontrarse en las paredes o persianas metálicas de su ciudad algunas pintadas interesantes. Hay, sin duda, grafiteros que son verdaderos artistas. Me gusta mirar lo que hacen y disfrutarlo. Cierto que a veces se acumula en los muros largos una enorme cantidad y variedad de pinturas, sin orden ni plan preestablecido, sin nada que dé unidad o armonía al conjunto. Los cuadros se suceden o se amontonan, en abigarrado e informe conjunto, que más bien molesta, en cuanto lo miras desde lejos y mientras pasas, que es como se miran los carteles y gráficos de calle. Además, el estilo grafitero es muy ornamental, abundan las imágenes y los textos muy artísticos, con bastante colorido, lo que contribuye a aumentar la sensación de suma confusa y recargada. Pero no importa, a mí me compensa salvar tales contrariedades.



Pues bien, ayer se me presentó la ocasión de mirar una pintada, si no excesivamente original, sí bastante nueva para mí. Lo excepcional era la desnudez y simplicidad de su forma (palabras escritas en negro sobre la pared) y la belleza y poder de sugerencia de su contenido. Reproduzco ese escrito en la foto, que me fue fácil tirar (después de contemplarlo durante varios minutos) porque se hallaba en la fachada prácticamente solo.




Desconozco si las dos metáforas esenciales, “cielo” y “estrellas”, remiten a alguna clave interpretativa especial, fuera de las habituales en la literatura amorosa. En caso de que exista ese código singular, argótico, el hecho de que yo lo ignore me ayudó a entender el texto mural y a apreciarlo como un poema de amor. Un hermoso poema de amor, una fina pincelada de belleza y sensualidad, encerradas en las dos imágenes “cielo” y “estrellas”, las cuales se incrustan en el eje básico de la semántica general: “bésame - tócame”.


Puede que se trate de un pasaje de una canción, que tampoco conozco. En cualquier caso, felicidades al autor o autora, para mí anónimos. Y mi invitación a todos los pintores callejeros a regalarnos cosas así… también. Un abrazo, por fin, al amanuense que tan noble uso dio al spray.
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domingo, 24 de octubre de 2010

EL PLUMERO DE RAJOY


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El alcalde de Valladolid dice que la ministra novatilla le recordaba a unos dibujos animados. Los colegas y, sobre todo, las colegas de la chavala salen en tromba a comerse al edil, por machista, grosero... Éste medio se echa atrás y pide perdón o algo así, añadiendo que él no tiene culpa de que una persona le evoque a un personaje. Todo esto lo escucho en la radio y/o en la televisión a raíz del cambio de mano y/o la desposesión de algunas carteras del gobierno. Confieso que, pese a seguir la historia hasta este punto, me quedo a la luna de Valencia sobre qué es lo que pasa, de cuál es el dibujito que se asemeja a la Excelentísima Señora y por qué comete yerro quien mira, ve, compara y luego se expresa en consecuencia. Pregunto a mis amigos y compañeros, y me ponen al tanto.

La última condena, proveniente de un correligionario de la ofendida, data de hoy. No les voy a decir quién la ha hecho, ya que no me gusta ser reiterativo y explicar lo evidente. Ustedes captarán al instante, en cuanto se percaten de su estilo, de quién se trata.


Se ha despachado a gusto, en un contexto mitinero (que es donde se acude a vomitar sapos y destilar hiel), enfatizando la mala educación, la falta de respeto, el machismo del PP, etc., etc ., encarnados en el fantasioso vallisoletano. En un momento dado, el señor cuyo nombre velo ha afirmado (más o menos) que , claro, siendo como son los pepés, en el momento menos pensado se les “ve el plumero”, aunque algunos, como Rajoy, no tienen que hacer mucho esfuerzo para que se les vea.


Se dan ustedes cuenta, saben ya por dónde va la cosa, ¿no? Más o menos, por donde se decantó un diputado en el Congreso cuando escupió un grito más explícito al máximo dirigente popular, e incluso un veterano jefazo socialista sevillano que hizo lo propio acudiendo a la tradicional metáfora de la mariposa. Por cierto, a favor de la persona objeto de ambos improperios no dijo esta boca es mía quien hoy exige máximo respeto.


Y yo, iluso (“como un gilipollas”, que diría J. Krahe), creyendo que el defensor de la Pajín era sincero y que, al demandar respeto para ella, rechazaba de verdad, nunc et semper, la descalificación y el desdoro, y bla bla bla.


Me creía yo también que, tal como los del bando de la ministra y su abogado han proclamado a los cuatro vientos, la “pluma” es hoy una condición absolutamente normal y natural en muchas personas, una opción, no un defecto…, y que ya no sucedía como antes, que se usaba para injuriar, deshonrar… a los diferentes.


Con lo referido en el post anterior y los consiguientes comentarios, y con esto de ahora, y con algunas otras cosillas más por el estilo, voy cogiendo onda y creo que me iré haciendo bastante más escéptico. A otros tal vez les pediría el cuerpo echar más mala leche, más pellejo, más jeta, para estar a la altura. La altura es obrar de la misma forma que se critica al adversario, o peor aún.
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jueves, 21 de octubre de 2010

EN PAZ CONSIGO MISMO


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 Para vivir sin sufrimiento interior, que es casi siempre peor que el dolor físico, creo que es imprescindible estar en paz consigo mismo. O sea, desterrar las luchas internas, las batallas contra sí mismo, las contradicciones. Me ha asaltado tal reflexión cuando, esta mañana, he oído en la radio a algunos flamantes ministros y ministras hacer sus primeras declaraciones.

Casi siempre, la pregunta inicial versa sobre sus intenciones y objetivos más generales, a lo que suele responder el interrogado con cuatro generalidades vacuas. Bien, es el “protocolo”, como se dice ahora; la costumbre, lo esperable. Sin embargo, hoy algunos de esos recién nombrados lo primero que han tenido que hacer es explicar que la aceptación del cargo ha sido coherente con su línea de pensamiento y actuación sempiterna, que cuadran perfectamente en el ramo, que empuñan la cartera sin que les haga temblar ni les pinche, que están seguros o seguras de que se hallan en su terreno... ¿No es eso ya sintomático, según el dicho tradicional “dime de qué presumes y te diré de qué careces”?

Vaya por delante que yo no dudo de que vayan a ser buenos gestores y vayan a cosechar éxitos en la misión que emprenden. Eso nadie lo sabe, ya se verá. A lo que voy es a otra cosa. Sinceramente, he sentido vergüenza ajena de escuchar al nuevo ministro de Trabajo cómo se compagina su presencia en la pasada huelga general, junto a los sindicatos (que supone, claro está, una postura contraria a la reforma laboral de Corbacho) con la entrada ahora en la dirección de un departamento que tendrá como primera obligación desarrollar la ley de reforma laboral, ya aprobada. Fíjense lo que ha dicho (no son palabras literales, pero casi): estuvo en la huelga junto a los sindicatos por solidaridad con ellos, que son un elemento fundamental del sistema democrático y que están sufriendo demasiados e injustificados (según él) ataques; y no, por solidaridad con los trabajadores ni con la protesta por la ley, con la que “nunca” ha estado en desacuerdo. ¡Tela marinera! Bueno, cada uno se busca la paz consigo mismo como puede. 


Porque la señora o señorita Rosa Aguilar la ha perseguido por otro camino. A la pregunta de sus relaciones con el ya omnipotente Rubalcaba, al que hizo objeto de ataques sin cuento y al que fustigó generosamente cuando aquello del GAL, etc., resulta que, lejos de considerarse situada al menos a cierta distancia, debida a un antagonismo ideológico y una ofensiva política muy clara, resulta que entre ellos no hay la más mínima animadversión, dice, y que se van a entender perfectísimamente, porque “son amigos” y siempre lo han sido. A lo que añade la siguiente fundamentación filosófica, a modo de premisa indiscutible: el ámbito de lo personal nunca debe invadirlo la lucha política, por encarnizada que sea. O sea, te pongo a parir en el parlamento o en la tele y luego nos vamos a la taberna a tomarnos unas cañas amigablemente y hablamos de nuestras cosas. ¡Por Dios, por Dios! Pero, ea, ya se hecho la paz interior.
  
La señorita Trinidad Jiménez no sé lo que ha dicho, ni siquiera si le han sacado a relucir cosillas que la pusieran en apuros. Yo lo haría de la siguiente manera: mire, según mis cálculos, usted sirve tanto para un roto como para un descosido. Lo último que sé es que se ocupaba en el PSOE de cuestiones iberoamericanas, que luego aceptó liderar la sanidad, que luego se propuso (o se dejó proponer) gobernar Madrid y que ahora es la “canciller” española, la jefa de la diplomacia y la voz nacional en el concierto internacional. Oiga, sus conocimientos y su preparación son tan amplios, que no me los creo. Otra frase popular dice “aprendiz de todo, maestro de nada”. ¡Ay, señora Jiménez, la denostada por Guerra, el intelectual del pueblo, el filósofo obrero, qué años más duros, qué martirio este de dedicarse a servir a la Patria, allí donde te requiera!


Otra nueva ministra es Leire Pajín. Aunque su trayectoria (¡tan corta, y ya es ministra!) presenta similitud con la de la señorita Jiménez por lo multidisciplinar, de ella solo diré que se prepare para explicar cómo, en lo más íntimo de su conciencia política y moral, reconcilia la actuación de su mamá en Benidorm y la intachabilidad que es exigible a un alto dirigente, sobre todo si desempeña alto cargo y maneja dineros de todos. Que se prepare un discursillo con el que aparente no sentir en absoluto lucha de contrarios en la profundidad de su corazón.

Tendría que terminar calificando de bastante irrisoria, absurda, la situación y de hueras las acrobacias verbales de estos ministro y ministras; y diciendo que en el pecado llevarán la penitencia. Pero no, voy a concluir minimizando la culpa, al contrastar su conducta con la del jefe, ese que dio hace poco un volantazo a su política económica, puso el coche a marchar en sentido contrario al que llevaba, por mandato internacional, y nos ha querido vender la cabriola como algo necesario y como un supremo esfuerzo, pleno de generosidad y compromiso, para salvar de la debacle al país. O recordando, también, que el tal vez futuro conductor, señor Rajoy, dirigió casi más ministerios de los que en sus tiempos había; al final los perdió todos su partido.

La verdad es que esa actitud de los políticos que resumo en la frase “estar a la orden” (creo que de origen hispanoamericano), me desconcierta y me desasosiega. Y mucho más la pericia, la desenvoltura (¡el descaro!) con que buscan, y quizás consiguen, estar en paz consigo mismos.

 

lunes, 18 de octubre de 2010

ENSEÑAR

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Siempre he tenido la impresión de que la gente a la que se preocupa la educación y se dedica a pensar sobre ella, lo hace más acerca de cómo se aprende, que sobre cómo se enseña. La psicología se ha convertido, por eso mismo, en la ciencia reina entre las que sirven de soportes teóricos a la labor educativa. Hoy día se sabe mucho de la forma en que la mente asimila los conocimientos, en que se adoptan hábitos, se adquieren competencias, se interiorizan los valores, etc. Incluso existe un gran consenso en partir de una posición cognitiva básica, muy productiva, soporte de corrientes y direcciones diversas, y en trascender y superar el conductismo radical de antaño.


Nadie que esté relacionado con estas cuestiones niega ya que un niño solo puede aprender aquello que su nivel de maduración permite, aquello que puede conectar con los conocimientos previos y con experiencias anteriores, aquello por lo que está motivado, sobre todo si esa motivación consiste en un auténtico interés (aunque no llegue a “pasión” o “vocación”), etc. Parece que el cerebro se ha hecho más transparente y deja ver, al menos en situaciones de investigación y de laboratorio, qué es lo que ocurre en su interior cuando una persona incrementa sus saberes. En la vida diaria, también abundan quienes se atreven -nos atrevemos- a formular hipótesis referentes a lo que un niño puede aprender y cómo lo hace, sobre todo en relación con aspectos concretos y limitados, no solo domésticos, como la higiene, la convivencia familiar, la alimentación, etc., sino también escolares, como memorizar la tabla de multiplicar o los verbos.


De lo que no estoy tan seguro, como decía, es de que sea tan alto el nivel de indagación científica y de sabiduría teórica y práctica, acerca de cómo se enseña, con arreglo a lo que se sabe del aprendizaje. Empezando por lo más cercano, es notoria la inquietud de muchos padres que se las ven y se las desean para afrontar la educación de sus hijos y encauzar su vida de niños y adolescentes por el camino más adecuado. Muchos, muchísimos maestros y profesores se rinden a la evidencia de que, haciendo las cosas como se hacen en las escuelas y colegios, se consigue bastante poco; una buena parte de los niños no trabajan, no estudian, no avanzan, no llegan al nivel de formación que se pretende y, desde luego, podrían. Con bastante frecuencia se acierta por ensayo y error o, como en la fábula, porque suena la flauta por casualidad.


Lo que significa que, pese a que intuimos que los métodos de enseñanza actuales y los procedimientos para educar no son los mejores, que son poco efectivos, no alcanzamos a vislumbrar la vertiente positiva, es decir, cuáles serían las fórmulas más adecuadas, cómo deberíamos comportarnos padres y maestros para sacar más rendimiento a nuestro desvelo, a nuestro esfuerzo y a los recursos con los que contamos (en general, más abundantes que en épocas anteriores), cómo deberíamos ejercer la autoridad (de modo que no sea ni “la letra con sangre entra” ni el colegueo y la permisividad), cómo habríamos de gestionar la exposición de los chavales a los medios de comunicación y las nuevas tecnologías... Y no digamos ya si nos situamos en un terreno más ancho y complejo: cómo debería ser un colegio, tanto en su arquitectura como en su organización y funcionamiento o su dotación, cómo debería prepararse a los docentes, cuáles deberían ser los contenidos de aprendizaje académico y cómo tendrían que estar estructurados, qué directrices deberían inspirar el sistema educativo de un país, cuál habría de ser el papel de los padres y del entorno social en general, etc.


Suelen decir los expertos que el campo de la educación es uno de los que más sufre el peso, el lastre, de la inercia. Los cambios, si se dan, son escasos y lentísimos. Recuerdo el día en que gocé de oportunidad de entrar en el aula donde enseñaba Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca. Tuve la sensación de que no presentaba grandes diferencias respecto a las de cualquier colegio actual, a pesar de los 500 años transcurridos. Esta idea me la reforzó la reflexión de un sociólogo que más tarde leí y que venía a decir, más o menos: si levantara hoy la cabeza una persona del siglo XV o XVI, se asombraría de todo lo que viera, excepto de una cosa, la forma en que se educa. Siento no recordar el nombre del autor.




¿Por qué se resiste tanto al movimiento, al cambio, el ejercicio de la labor educativa? Quizás influya el hecho de que los educadores, maestros e incluso padres, siempre pertenecen al pasado respecto a la época para la que educan a los niños y, como cada uno tiende a enseñar lo que sabe, son anticuados por definición, incluso para entender a las personas a su cargo. También tendrá algo que ver la confusión social y personal que reina entre los responsables, considerados desde un punto de vista global (que es el auténticamente relevante). Una vez oí a un maestro decir que los medios de comunicación, más concretamente la publicidad, representan el discurso del “sí”, al que padres y maestros oponemos el del “no”, y al final la juventud se aprovecha -o padece, según se mire- del principio aquel de “divide y vencerás”. En lo que depende de la Administración, el interés (poco), los medios (pocos) y la cualificación de los gobernantes en este campo (poca) resultan evidentes. La resistencia del sistema es enorme. Un amigo que hasta hace algún tiempo trabajaba en una institución relacionada con la innovación educativa, afirmaba que la mayoría de las propuestas interesantes de cambio metodológico, de intervención didáctica renovadora que se planteaban, chocaban irremisiblemente con un “eso no puede hacerse en mi escuela” de los maestros a quienes se dirigían. Da la impresión, añadía, de que el sistema educativo es una máquina tan oxidada, que no admite ni siquiera aflojar o apretar un tornillo pequeño.


Termino como empecé, con una impresión personal general, pero de signo opuesto. Creo que la investigación, la experimentación respecto del cómo enseñar, frente al rico panorama teórico del cómo aprender, está en una vía ciega o, al menos, muy a oscuras. Y creo, también, que no es algo casual, sino un fenómeno motivado, interesado. Al fin y al cabo, por mucho que sepamos cómo aprende el individuo, de nada sirve si desconocemos como hay que enseñarle las cosas eficazmente. Un conocimiento no se deriva del otro, aunque entre ambos exista la inevitable correspondencia.

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martes, 12 de octubre de 2010

"SEÑORITA" TRINI

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Los hechos son los siguientes: a raíz del triunfo de Tomás Gómez en las primarias de Madrid, Alfonso Guerra sostiene que no todos los socialistas madrileños pueden considerarse ganadores, porque la victoria ha sido para el “Señor Gómez” y los suyos, y no para la “Señorita Trini” y los suyos. Varias ministras y mujeres con posición relevante en el partido se molestan y expresan su queja por lo que consideran una falta de respeto de Guerra. Doña Trinidad subraya que ella nunca ha injuriado a ninguno de sus compañeros de partido y ni siquiera a sus adversarios. Contesta el Sr. Guerra que él no cree haber insultado a nadie, porque llamar señorita a una mujer soltera es una fórmula de tratamiento aceptable y apropiada; pero que está dispuesto a pedir disculpas si sus palabras han molestado, y a decir “señora” o “lo que sea”. Doña Trinidad apostilla que “en el partido no hay ‘señoritos’ ni ‘señoritas’, sino ‘compañeros’ y ‘compañeras’.

No resulta difícil apreciar que todo el lío se basa en la interpretación de la palabra “señorita”. Más adelante registraré los significados que da el DRAE, pero antes quiero hacer notar el origen andaluz de los dos personajes, circunstancia importante para la correcta comprensión del pique y del consiguiente cruce de manifestaciones. También, recordar el peculiar estilo del Sr. Guerra en sus actuaciones orales, frecuentemente cargadas de dobles sentidos, salpicadas de sarcasmos e ironías, con un lenguaje cáustico, acerado, no exento de un sentido del humor muy personal, con el que logra a menudo caricaturizar y ridiculizar a personas y situaciones. Para ello posee numerosísimos recursos, claro está. En cambio, el discurso de Doña Trinidad es mucho más directo y desnudo de retórica, menos punzante, y su actitud menos belicosa, menos provocadora.

Vayamos ya al diccionario de la Real Academia. De las varias acepciones que ofrece del término “señorito, a”, destaco estas, porque son las que vienen al caso: “ 2. m. y f. coloq. Amo, con respecto a los criados. 3. m. coloq. Joven acomodado y ocioso. 4. f. Término de cortesía que se aplica a la mujer soltera. 5. f. Tratamiento de cortesía que se da a maestras de escuela, profesoras, o también a otras muchas mujeres que desempeñan algún servicio, como secretarias, empleadas de la administración o del comercio, etc.”
(Diccionario de la RAE, Vigésima segunda edición
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=señorita)

Objetivamente, de todos esos significados, el que más le acomoda a la candidata no elegida es el número 4, pues es una mujer no casada. Tal vez incluso el único. Aunque es posible corregir al Sr. Guerra, y así lo han hecho algunos periodistas, diciendo que lo habitual es el empleo de apellido y no del nombre. Debería haber dicho, pues, “Señorita Jiménez”, y no “Señorita Trini”. Si no me equivoco, ahí reside el meollo de la cuestión y el motivo de la polémica. Porque la expresión “Señorita Trini” adquiere y evoca sentidos de los que carece el empleo del apellido. Sentidos preñados de intencionalidad malévola.

Hasta hace poco, era normal en Andalucía que hubiera amos y criados, sobre todo en las zonas rurales como la mía. Cuidado, no digo “patronos” y “obreros”, que son denominaciones posteriores, introducidas por el discurso socialista, el sindical, etc.; ni “empleados” y “empleadores”, “jefes” y “subordinados”… En tal contexto, los que contrataban (por decirlo de alguna manera) y mandaban en los criados eran los “señoritos”. En mi pueblo, zona netamente latifundista, coincidían con la casta de los ricos terratenientes, que actuaban como caciques. La relación jerárquica entre unos y otros no distaba mucho de la que regía en la época feudal, de la que este sistema que describo era seguramente heredero. Los criados pertenecían casi en cuerpo y alma a sus amos, a sus señoritos. Si se trataba de criadas, la pertenencia corporal se aplicaba con todas sus consecuencias, cuando así le apetecía al señorito. En cuanto a la esposa del amo o su madre, sus hermanas, etc., se les solía llamar “señoras”, más que “señoritas”: esto es importante tenerlo en cuenta. A las hijas e hijos sí se les llamaba con el diminutivo. Por último, en todos los casos el tratamiento de “señorito”, “señorita” o “señora” en boca de la gente popular (los criados) precedía al nombre, nunca al apellido. Quiero añadir que no quedaba excluida la fórmula, más general en el dominio español, “don” o “doña”, que se usaba para todas las personas adultas de reconocido relieve social, como médicos, abogados, etc. y también para los “amos”, aunque estos no tuvieran ni el graduado escolar.



Supongo que por ampliación y depreciación semántica surgió el significado número 3, “joven acomodado y ocioso”, que ya es peyorativo. Igual que otro uso, no recogido por el DRAE, muy propio de mi tierra, aplicado a las mujeres que, sin serlo, quieren parecer ‘señoritas’ por su manera de vestir, de comportarse, etc.. En él se aprecia una coloración claramente irónica. Equivale, como casi sinónima, a una formación léxica derivada, “señoritinga”, bastante ofensiva y llena de sarcasmo, que usamos mucho en Andalucía, aunque el DRAE lo recoge como general (esta no la usó guerra, porque -digo yo- quizás habría perdido la protección y el escudo que le daba la ambigüedad de “señorita”). Así, pues, si yo le digo a una chica, con el tono apropiado, que es una “señorita”, he de esperar que se irrite, porque la estoy motejando de “perezosa”, o de “creída”, o de las dos cosas a la vez. Más todavía, le estoy insinuando que es una “ricachona, explotadora, de la casta de los antiguos señores/as feudales, cacicona” y cosas así, porque se trata del núcleo semántico fundamental que ha permanecido hoy del significado 2, lo que hace de la palabra un insulto.

¿Se comprende ahora que a Doña Trinidad y a otras mujeres de su rango, de su afiliación ideológica oficial, de su autoimagen social, etc., les fastidiara la calificación que se buscó el Sr. Guerra? Desde luego, no podía haber cogido otra más cargada de pólvora y metralla, según es habitual en el prohombre sevillano; sobre todo, cuando, como en esta ocasión, se trata de reprender a quienes toma por adversarios, aquí los que aspiraban a ser vencedores sin serlo. Había que “bajarles los humos”, pensaría, a estos/as que, estando “abajo”, pretenden ascender de nuevo a la “altura” de la posición perdida. La Sra. Jiménez, ella al menos, captó el mensaje (en frase de Felipe González), como no podía ser de otro modo, siendo de la tierra. Recordemos lo que contestó: “En nuestro partido no hay ‘señoritos’ ni ‘señoritas’, sino compañeros y compañeras”. Frase que no se refería, evidentemente, a la condición de casados/as o solteros/as de sus conmilitones.

Termino con una suposición, una sospecha: creo que el Sr. Guerra disfrutaría de lo lindo al zaherir a su compañera, especialmente a ella, porque sabía que lo entendería a la perfección y que su disparo daría en el centro de la diana. Y gozaría, sobre todo, al sacar una vez más a relucir su naturaleza de “descamisado” por antonomasia, de maniquí de “la pana”, de dechado del “look” currante, de supuesta bestia negra de caciques déspotas y “señoritos” carcas. Lo nuevo es que esta vez le ha tocado a una socialista, justamente la respaldada como candidata por Zapatero. ¿Alguien se imagina el porqué de tal elección?

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viernes, 8 de octubre de 2010

CONVIVENCIAS

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(Con motivo del "Día Bloguero de la Convivencia")
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Como todos los muchachos de mi generación y de muchas otras posteriores, me chupé una temporadita de “vacaciones” en la mili. Una de las cosas que pasan mientras vistes el kaki , y todos me darán la razón, es la siguiente: aunque se pase fatal por estar haciendo algo que no te gusta o por haberte separado de tu familia, tu novia, etc., o por el temor de perder tu puesto de trabajo o simplemente desaprovechar un tiempo precioso en relación con tus estudios, tu promoción profesional, etc., a pesar de todo eso, te deja buen recuerdo, en relación con los amigos que haces y los buenísimos momentos que se dan. Así, la convivencia que se desarrolla en el cuartel es extraordinaria. Eso no tiene discusión.


Los pocos años, la ausencia de problemas realmente importantes y el no mirar al futuro se juntan para tomárselo todo a guasa, para hacer cómica la acción más cotidiana e intrascendente, como la forma de afrontar cualquier “baldao” la pista americana, la pérdida de un gorro..., o más seria y formal, como un “chorreo” del sargento o un arresto, etc.

La diversión une mucho, produce un sincero afecto, que llega a ser en bastantes casos casi de hermano. Pero también la adversidad, los momentos de desánimo, las dificultades… acercan a las personas y ensamblan los corazones, sobre todo sin son jóvenes. Y los dos factores ocurren en la mili, como he dicho: la alegría y la pena. El resultado son esos meses de convivencia, donde reina el compañerismo, la solidaridad, la amistad, el cariño fraternal.



Esto es así. Pero no lo es menos el que, una vez “entregada la ropa” y “recogida la blanca” (mi cartilla militar es de ese color), cada uno vuelve a su lugar, junto a su gente, para reiniciar la vida "normal", donde se convive de una manera muy diferente, incluso con la familia. Y, en muchos casos, se va borrando, hasta olvidarse incluso, todo aquello que era tan intenso, tan hondo, que parecía imperecedero. Los amigos “íntimos” tal vez no se verán nunca más ni se llamarán siquiera por teléfono. Y todo quedará en un bonito recuerdo de una forma de vivir que jamás se podrá repetir en la vida civil. Si, por casualidad, coincides con algún antiguo compañero de servicio militar, ya no lo ves igual y el reencuentro no da para más de dos conversaciones.


Pensando en todo esto, me he preguntado muchas veces, así en plan filósofo platónico, cuál de las dos modalidades de convivencia es la verdadera, la auténtica, la positiva, la que hay que perseguir y mantener estés donde estés, y cuál es la falsa, la artificial, la que ni beneficia ni interesa… En otras palabras, ¿hay que (con)vivir en la mili como en la vida ordinaria o en la vida de fuera como en la mili?


P.S.: Antes de terminar, quiero pedir excusas a las mujeres que hayan leído este artículo, porque va dirigido, según parece, solo a las personas de mi género. En cierto modo es así, aunque cualquier lectora se hará perfectamente cargo de lo expresado, si se ubica mentalmente en un entorno donde la convivencia se rija por las pautas propias de un “internado”.
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viernes, 1 de octubre de 2010

"POCHOLA"

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Cuando nos la encontramos, o ella nos encontró a nosotros, tenía yo 15 años y ella 8 meses. Fue una tarde de octubre, ya había oscurecido. Iba con mi padre de regreso del Conservatorio, con la viola a la espalda, en su funda, a modo de mochila. Al pasar por...
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El relato completo está en Jara_mitos.
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