miércoles, 11 de febrero de 2015

EL VOTO SOLIDARIO

               Todo estaba dispuesto para comenzar la votación. La mesa colocada en el centro del estrado, la urna de madera y los tres candidatos. Cada uno llevaba colgada una tarjeta de plástico del color que lo identificaba y diferenciaba de los otros dos: rojo, verde y blanco. Los electores, que eran exactamente 21, formaban una cola ordenada y tranquila. Se dividían en tres sectores cuantitativamente iguales: 7 niños/as, de entre 8 y 12 años; 7 mujeres y 7 hombres. Podrían haber sido más, pero así lo establecía el Estatuto del Espacio: tres grupos de 7 miembros cada uno. Todos los votantes habían recogido tres papeletas, con los tres los colores del trío de aspirantes a gobernador de aquel Espacio.

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               El candidato blanco presentaba un programa dirigido al bienestar , felicidad y desarrollo máximo de los niños. El verde se comprometía a atender solo todos los problemas y aspiraciones de las mujeres. El rojo se correspondía con un proyecto para satisfacer a los hombres. La orientación de cada programa era única y exclusiva, de modo que solo tomaba en consideración al sector en el que se fundaba, salvo casos excepcionales de necesidades extremas en alguno de los demás. 
               Previamente, cada grupo se había reunido para dilucidar una cuestión esencial: si votarían nada más su color o depositarían papeletas de alguno otro, en detrimento de las propias. En caso de no hacerlo así, no habría manera de obtener un resultado efectivo, puesto que se produciría un inevitable empate entre los tres. No estaban permitidas las alianzas para formar mayorías posteriores a la elección.
               Todos eran conscientes de lo diversos perfiles de los programas de actuación y de la trascendencia del acto que se celebraba. Uno de los tres sectores gozaría de beneficios y privilegios de los que carecerían los otros dos.
               Se abrió la urna de madera y los electores comenzaron a depositar sus papeletas. Iban en sobre cerrados, de modo que nadie podía adelantarse a averiguar el resultado. Comenzó el escrutinio.
En unos minutos estuvo concluido: blanco 8, verde 6, rojo 7.  ¡Habían ganado los niños, gracias al voto solidario del sector de las mujeres! Durante dos años regiría el Espacio, con el cargo de gobernador, el candidato blanco, que en este caso era un muchacho de 18 años cortos.
               Las protestas del sector masculino no se hicieron esperar: como casi siempre, consistían en repudiar un sistema electoral que postergaba a las minorías. Decían que el voto solidario era una perversión, que obedecía seguramente a intereses ocultos. No era justo que las cifras que arrojó el recuento no se correspondieran con la distribución del conjunto de habitantes del Espacio; por el contrario, mostraba una imagen deformada de aquella sociedad, porque otorgaba preeminencia a quienes en realidad no la tenían. Alguno de los hombres denunció la indudable existencia de un pacto secreto entre alguna mujer y los niños, del que dicha señora y sus colegas obtendrían algún provecho. En realidad, las féminas depositaron una papeleta blanca por solidaridad, por un sentido de protección, pensando en romper, al menos por una vez, el dominio de los sectores adultos, que desde siempre se turnaban en el gobierno. Uno de los electores masculino pidió, como venía haciendo en los últimos en los últimos años, que la gobernación la llevara a cabo una especie de triunvirato. La nueva mayoría se opuso a todo. 
               El gobernador elegido juró su cargo y dio por finalizada la sesión, no sin aceptar en su fuero interno la anomalía que suponía el llamado voto solidario.  




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