sábado, 30 de abril de 2011

VAMOS A SUPONER...

         Vamos a suponer que, como suele ser frecuente en los blogs, elijo una noticia y la traigo aquí para comentarla, citando la fuente, según es norma. Y vamos a suponer que la fuente es el periódico La Gaceta. ¿Qué ocurriría? Estoy seguro, segurísimo, de que muchos de mis visitantes abandonarían en ese instante la lectura y para siempre jamás el blog, espantados como si hubieran visto al diablo, temerosos de contraer alguna grave enfermedad ideológica por simple contagio o mera aproximación. Correrían a mover el cursor hacia la “x” de cerrar, mirando hacia todos lados por si alguien los había estado observando.

http://kiosko.net/es/
   
          Es una suposición, recuerdo. Vamos a hacer otra: imaginemos que el diario de donde he sacado la noticia es El País. De no diferente manera se comportaría otro buen puñado de lectores de esta modesta página y por las mismas razones, aunque de signo opuesto (tal vez no fueran tantos, pues se agolpan más españoles en una acera que en la contraria).  

          Bueno, pero esto…  ¿qué es lo que es?, digo como decimos en mi tierra, cuando preguntamos con cara de asombro.

          Ocurre, más o menos, como antes sucedía en los pueblos pequeños, donde la mayoría de habitantes eran personas de escasa cultura y preparación, dominadas por prejuicios y caciques: no podían tus hijos juntarse con los de… porque…, no podías entrar en ciertas casas porque…, no podías vestirte de determinada manera porque…, no podías contestarle a Don… porque…, no podías faltar a misa porque…, no podías decir que… porque…, no podías leer o escuchar… porque… ¿Por qué? ¡Porque estabas perdido! Y, por lo tanto, asustado.

          De donde se deduce que, si algún día yo no nombro el periódico en el que he encontrado el titular comentado en mi blog, ya podéis imaginar el motivo. Lo mismo pensaré de todos los autores que se comporten así. 

          Hemos hecho un pan como unas tortas.

martes, 26 de abril de 2011

SUAVÓN Y SOLAPÓN



          Selecciono juntas estas dos palabras, “suavón” y “solapón”, porque tienen un cierto parecido fonético y porque muestran bastante proximidad semántica en alguna de sus acepciones.  Empiezo por declarar que ni una ni otra vienen recogidas en el diccionario de la RAE, tal vez por considerar que son vocablos no primitivos, sino derivados.
          Efectivamente, “suavón” es un adjetivo procedente de “suave”, con ese sufijo “-ón”, que de suyo aporta un valor aumentativo (“pantalla” – “pantallón”, “cuchara -“cucharón”). Dado que “suave” significa, según la propia  RAE, ‘blando, dulce, grato a los sentidos; tranquilo, manso; lento , moderado; dócil, manejable, apacible’, es de suponer que la persona o cosa “suavona” debería poseer tales cualidades, prácticamente todas positivas, en  grado superior al tomado como normal. Pero la cuestión no es tan simple.
          Veamos. Hay contenidos semánticos que, al incrementarse, cambian de signo y pasan a ser negativos, como ocurre con ciertos atributos corporales:  “Vaya par de orejones que tiene el chiquillo”.  El matiz despectivo resulta evidente, lo que demuestra una innegable alteración del significado originario, contenido en la raíz “orej-“. Y eso es lo que sucede a “suavón” tal como se emplea habitualmente, por ejemplo, en el argot taurino: “A los toreros hay que juzgarlos por el grado de peligro que deben soportar. No son lo mismo los toros suavones, carentes de fuerza, raza y movilidad, además de bobalicones, que lidian las figuras, en comparación con los de José Escolar, los de ayer, cuya movilidad y fijeza daba gusto contemplar” (1).  La palabra viene, efectivamente, de “suave”, pero no puede considerarse un derivado puro. Aún menos lo es en esta otra acepción, que explica un forero avispado: “Suavón es algo parecido a aquel que las mata callando” (2); y el autor o autora de un Vocabulario Esteponero: “Persona en apariencia inofensiva, pero con mala uva” (3) . Así, con este significado, bastante menos favorecedor aún, es como se emplea la palabra en donde nací y vivo (provincia de Málaga). Por lo que he podido indagar, existe también en el occidente andaluz e incluso en parte de Extremadura.
          Tomemos ahora el adjetivo “solapón”, derivado supuestamente del sustantivo “solapa”.  También he descubierto varias acepciones. Se le llama “solapón” en Canarias a un elemento del relieve montañoso, especie de saliente a modo de cornisa, que simula un techo, pero sin el suelo correspondiente.

          La foto lleva el siguiente pie: “Solapón colgado del risco en la subida a la cima del Descojonado. Toda la zona se halla cubierta de cuevas sin suelo, rodeadas de formas tubulares volcánicas de gran belleza”.(4)
          La otra significación se refiere al carácter o a los hábitos de conducta y significa algo parecido a “suavón”. En mi idiolecto, son términos prácticamente sinónimos. He recogido esta definición de un Vocabulario de los montes de Toledo (Zona de los Navalucillos): SOLAPON. Dic: Solapado. Dícese de la persona taimada que obra con hipocresía” (5). Coincide, como se indica, con la definición que el diccionario de la RAE ofrece del término “solapado”, al que posiblemente viene a sustituir en el registro coloquial: “Dicho de una persona: que por costumbre oculta maliciosa y cautelosamente sus pensamientos”.
          Para terminar, quiero recordar una canción antigua, del género “chachachá”, creo, titulada “La espinita”, asociada en mi memoria musical a Celia Cruz y al trío “Los Panchos”.  Aparece en ella el adjetivo “suave”, en un contexto en el que lo hace asemejarse a “suavón”
("Suave, que me estás matando..."). ¿Se trata de una especie de “cambio hacia atrás” o regresión, (fenómeno conocido en la evolución de las lenguas)? Habría que documentar, entonces, “suavón” en el dialecto hispano del autor.  También puede que en esa variedad del español de América el adjetivo “suave” haya adquirido el sentido peyorativo espontáneamente, cosa que desconozco. Si no se debe a ninguna de estas causas, sería simplemente un empleo irónico. Quizás haya alguien de allende los mares que lea esto y tenga algo que aportar: le ruego lo haga. Entre tanto, os dejo con el dramático, aunque hermoso, tema musical “La espinita”, en las dos versiones mencionadas.




sábado, 23 de abril de 2011

ARMONÍA

                                                                        Dedicado, con todo mi cariño, a Milagros
                                                                        con motivo de su cumple.

          El llamado “Estado de las Autonomías” empieza a ser una pesada carga para el bolsillo de los españoles. Ha engordado tanto su presupuesto, que ya no podemos con él. Así lo vemos muchos de aquí y bastantes de fuera de aquí. Entre estos últimos están los que mandan en Europa y, por tanto, en España. Al resto del continente les haríamos la puñeta bien hecha, más que Grecia, Irlanda o Portugal, si nos fuéramos al fondo. Por eso, uno de los puntos de nuestra organización política y de nuestra gestión económica hacia donde su dedo inquisidor señala es el de las autonomías.
          Por venir de donde vienen la advertencia y el tirón de la patilla (no por otros motivos, quizás más razonables), nuestros políticos se han puesto sobre aviso: “Muchachos, que esto va en serio”. Y se han aprestado a la faena: “Hay que desautonomizar el Estado o, al menos, bajar los niveles de descentralización”.
          Como eso es bajarles también los humos a los capitanes autonómicos, muy poderosos ya, sobre todo si pertenecen al nacionalismo, y a quienes aspiran a serlo, los partidos andan buscando alguna estrategia balsámica. Hace unos días, leí, en no recuerdo qué periódico, que los partidos están con las narices metidas en el diccionario, a ver si encuentran alguna palabra con la que llamar a la marcha atrás autonómica. Se comprende que van tras un vocablo que se parezca lo más de lejos posible a ”recentralización”, que sería el más sincero, pero el más insoportable en casi todos los rincones de nuestro país. ¡Por favor!, ¡volver al franquismo!, ¡tirar por la borda una conquista de la democracia! Etc.

          Uno de los partidos, no diré cuál porque tan sólo me acuerdo de ese, había encontrado ya un término para empezar a trabajar, aunque fuera provisionalmente: “armonización”. ¡Oh, qué  hermosa palabra! ¡La “diosa Harmonía” de los griegos, la concordia…! Entendéis por dónde van los tiros, ¿no? Se envolverá la propuesta, el proceso, en el vistoso papel del vocablo y así parecerá que nos vamos a abrazar y besar en la boca, cuando en realidad lo que haremos será partirnos la ídem en cuanto se huela en los ambientes autonomistas que se escapa de las manos el poder (¡y lo que le cuelga!) procedente de la descentralización.  Y se ensuciará y pervertirá el bellísimo significado, el auténtico, de la palabra “armonía” y la diosa, ultrajada, nos abandonará a nuestra (mala) suerte.
  
          “Bueno  -dirán los falsificadores de palabras, buhoneros de la lengua-, pero mientras…”.  
_________________
(*) La imagen representa a la diosa griega (H)Armonía. 

domingo, 17 de abril de 2011

"¿QUIÉN MATÓ A PALOMINO MOLERO?"

          La lectura de la novelita así titulada, una de las llamadas “de género” (en este caso, policíaco) del Premio Nobel Vargas Llosa (Barcelona, Seix Barral, 1986), creo que puede constituir un precioso autorregalo para las vacaciones pascuales. Por varias razones: porque es una obra breve, de apenas 190 páginas; porque contiene una trama que capta y mantiene el interés y la atención del lector de principio a fin; porque es una linda muestra de la más genuina habla peruana.


          La historia arranca con un brutal crimen, el del cholo Palomino Molero. A partir de ahí se abre una línea de investigación policial, a cargo de un teniente de la Guardia Civil y su ayudante. Este tipo de relato de indagación es el que suelo denominar “de intriga”, formato ya de por sí atrayente, tanto en las novelas como en las películas. A ese plano de desarrollo del relato se superpone otro, que denomino “de suspense”, fundado en el incontenible deseo del teniente por poseer y gozar de Doña Adriana, mujer casada, ya madura, cuyas generosas carnes le hacen perder el sentido al oficial e intentar de continuo lograr sus favores. Abiertas así las dos líneas argumentales, avanzan en medio de un escenario hostil, dominado por la corrupción y los prejuicios sociales, y el lector se ve doblemente empujado cada vez con más fuerza y gustoso desasosiego hacia el descubrimiento del final y desenlace de ambas. El gancho de una narración suele ser proporcional, entre otros factores, a la intensidad del suspense y/o de la intriga. Cuando los dos se dan a la vez, la trama cobra una fuerza extraordinaria.

          En los abundantes diálogos e incluso en la voz misma del narrador, el lector tiene la suerte de disfrutar de un lenguaje sencillo, pero sabroso, con numerosos elementos verbales que a los peninsulares nos parecen tan exóticos, pues es pura lengua sudamericana, emotiva, colorista, expresiva, imaginativa… En este sentido, no aconsejaría yo, pese a mi profesión, acudir al diccionario. Primero, porque tendría que tratarse de uno específico de la región, que tal vez ni exista; segundo, porque eso interrumpiría demasiado el placentero camino de la lectura; tercero, porque no es necesario, ya que se capta el sentido general de enunciados y párrafos, pese a no conocer con exactitud el perfil semántico de muchos términos.

          Me permito, pues, sugerir vivamente la lectura del librito, con la seguridad de que llenará de satisfacción literaria los cuatro o cinco ratos libres que los próximos días festivos van a deparar. 

jueves, 14 de abril de 2011

SILLAS VACÍAS

          De los 46 sillones que componen la Real Academia Española de la Lengua, están vacantes actualmente tres: el “Z”, que ocupó Francisco Ayala; el “e”, vacío desde la muerte de Miguel Delibes; el “n”, cuyo último sedente fue Valentín García Yebra.  Solo una de esas tres “sillas”, como también nombra sus plazas la docta institución, podrá ser cubierta en breve: la segunda mencionada. El aspirante es Juan Gil Fernández, catedrático de Filología Latina de la Universidad de Sevilla. El sitio “n” no se ha convocado todavía y el “Z” va a requerir una segunda convocatoria, después de que ninguno de los tres últimos pretendientes obtuviera el número de votos suficiente, que en segunda y tercera ronda fue tan solo de 17. 
          Me produce esta situación una cierta extrañeza. Primero, el “suspenso” a los tres candidatos al “Z”, es decir, la consideración de que su valía no alcanza para ejercer como académicos de la lengua, pese a haber sido presentados por académicos. De todos modos, ya me chocó que, de los tres personajes, únicamente uno, Andrés Amorós, fuera especialista en temas de lengua y literatura españolas; de los otros, uno es catedrático de Derecho Administrativo,  José Terceiro Lomba, y el tercero, Santiago Muñoz Machado, de Economía Aplicada. No dudo de la categoría y prestigio profesional de los dos últimos, aunque ambos los desconozco. Pero no estoy  seguro de que ese único bagaje sea el aval más adecuado, incluso para ser candidatos. La situación de Andrés Amorós es justamente la inversa, pues como investigador, como crítico, como docente, como responsable de proyectos teatrales, como animador de iniciativas varias…, su única materia de trabajo, su ocupación exclusiva, su vocación… no han sido otros que la lengua y sus realizaciones, especialmente literarias. Por eso no entiendo qué ocurre en la RAE, que no solo ha impedido el ingreso de Amorós, sino también el que ni siquiera lograra la votación más alta de los tres candidatos rechazados. 

          El que puede convertirse en el más novel académico, Juan Gil Fernández, dentro de la multiplicidad de dedicaciones que han llenado su variada labor, parece algo más cercano a los objetivos de la RAE por ser latinista. Sin embargo, ¿por qué un solo nombre? De otro lado, suelen destacarse (*), entre sus publicaciones, estos títulos, en los que no veo mencionados asuntos relacionados con el léxico, la gramática, la creación de textos en español, etc.:  Temas colombinos (1986), Mitos y utopías del descubrimiento(1989), La India y el Catay: Textos de la antigüedad clásica y del medievo occidental(1995) y Los conversos y la inquisición sevillana (2000).
          De lo dicho se deduce una cierta sensación de carestía, de falta de aspirantes con un perfil idóneo para afrontar las tareas que desarrolla la RAE, sobre todo estudiosos del castellano y de la literatura en dicha lengua, así como cultivadores de la misma, es decir, escritores, principalmente literarios, que son los que mejor conocen el instrumento, dentro del amplísimo y variado conjunto de quienes publican. Creo que no requiere explicación alguna, desde una lógica sencilla, quizás ingenua, como la mía, el que se prefiera para los sillones a un poeta o dramaturgo, antes que a un ingeniero o un médico, por muchos artículos y libros que tengan en revistas científicas y en anaqueles de librerías. El grado de reflexión lingüística y literaria, de profundización en la actividad comunicativa, muchas veces explícitas y publicadas, de aquellos no tiene, generalmente, ni punto de comparación con las de estos, que únicamente pueden aportar conocimientos terminológicos, limitados además a sus respectivos campos.
          Naturalmente, las decisiones y circunstancias de la Academia no tienen tanta trascendencia como otras más vitales, pongamos la economía o la política. Pero es un aspecto más de la vida de un país y de la cultura de sus habitantes, en la que se apoya y de la que depende su situación en otros muchos ámbitos. En otro artículo (**) he mencionado la incidencia en la educación de los productos de la RAE, muy lejana a la realidad de las aulas, donde se levantan los cimientos de la formación de los ciudadanos.
          No conozco la Academia por dentro. Pero no descarto que sucesos como el de los postulantes a académicos, las votaciones, etc., que, insisto, me han chocado, provengan del hecho de que las actuaciones de los intelectuales españoles se fundan, a menudo, en intereses personales o de grupo, no siempre tan puros y angelicales como se piensa.  Sinceramente, no creo que aquí ya no queden lingüistas y literatos de empaque, aptos para sentarse en los sillones alfabéticos.

_____________


sábado, 9 de abril de 2011

"CONVENÍO"

          Confieso que, desde que oí esta palabra en Málaga unos veintitantos años atrás, me llamó bastante la atención: “convenío”, con acento en la “i”. Y también es verdad que me despertó un cierto interés y ganó mi estima, en parte por el contexto en que ella y yo nos conocimos   -razón sentimental-  y en parte, creo, por lo que voy a tratar de explicar  -motivo estrictamente lingüístico.
          Se trata de una pronunciación erosionada del participio del verbo “convenir”, con el significado de “interesar”, beneficiar”, “aprovechar”.  Se aplica a personas y tiene el sentido de ‘interesado’, ‘egoísta’, ‘que solo mira su propio beneficio y actúa en su provecho’. Aparece, que yo sepa, sólo en el registro coloquial y principalmente en frases insultantes (*), como “¡Eres un convenío!”, “No es un buen amigo, na más un convenío”, “Se ha vuelto un convenío”... 
          Con tal valor semántico y morfosintáctico, constituye una innovación en nuestra lengua, una auténtica creación. Como se sabe, en la mayoría de los verbos intransitivos, como “convenir”, no se emplea el participio (que conserva su identidad pasiva) fuera de las formas compuestas. Ni siquiera como complemento de un nombre. Así, junto a  “Países conquistados”, “Animales muy temidos”, “Palabras dichas”, “Piernas depiladas”, etc. , con verbos todos transitivos, sería incorrecto decir “Hombre brincado”, “Paraguas  carecido”, “Gato pertenecido”, etc.
          Hay excepciones, como la de los intransitivos que permiten la alusión a estados permanentes (“aspecto perfectivo”):  “Niños nacidos…”, “Público llegado de …”,  “Anciano fallecido”, etc. O bien, y estas me interesan más, cuando se aplica una especie de contorsión retórica (“metonimia”) y se dice, “Chiquito, aquí hay que venir cagado y meado”, “Esa mujer no es muy leída”,  “Tu padre es una persona muy trabajada”,  “Estamos ya muy viajados”, “Es una familia venida a menos”, etc. Ayer oí a una locutora de radio rogar a los tertulianos que viniesen de casa “ ya respirados”, para no tener que hacerlo en el estudio y evitar así ruidos de fondo.
          Pariente de la mayoría de estos que cito me parece “convenido”, en su génesis y en su índole lingüística. Creo que se trata de un uso retórico, apoyado en una analogía con “interesado”, cuya significación es idéntica o muy próxima (en el sentido del verbo “interesar” como ‘actuar por mero interés’, no en el de “sentir o mostrar interés’). Pasa a funcionar, así, como una especie de sinónimo coloquial suyo. Los dobletes e incluso tripletes son muy habituales en las lenguas. En cuanto a la extensión de su uso y su vitalidad, me da la impresión de que el término se mantiene en un nivel más bien bajo (¿aún?), e incluso que se circunscribe al habla juvenil. He encontrado este único testimonio documental, recogido en el muro de una red social, donde el “hablante”, que al parecer no puede entrar de momento en otras más estimadas, y sólo por eso, se sirve de Fotolog para colgar su foto y sus mensajes; es lo que le lleva a autodefinirse, negativamente, como “asquerosamente convenío” : http://www.fotolog.com/joxe46/34513550.
          Dije al principio que a la palabra le tomé cierta inclinación. Aparte de los factores circunstanciales que dije, veo en ella la fuerza expresiva propia de toda creación retórica, para mí ostensible cuando comparo mentalmente “interesado” y “convenido”, y percibo la mayor intensidad del segundo término y el pequeño toque de imaginación, originalidad y arte. Además, como innovación creo que goza de una cierta justificación, pues tiene su hueco propio en el seno del campo semántico que lo acoge, aunque ese lugar sea humilde y sólo de carácter coloquial. La legitimación de los préstamos y los neologismos proviene de su capacidad para rellenar una laguna preexistente o promovida, o al menos la virtud de no desplazar a un vocablo autóctono. “Interesado”, con el que en todo caso podría temerse cierta competencia, pertenece a otro nivel sociolingüístico, como he dicho, y adolece además de polisemia.
          Os invito a que adoptéis, pues, la palabra “convenío” / “convenido”, reconociendo que lo soy, un poco, al hacerlo.
_______
(*)  En El gran libro de los insultos (Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, p. 264), P. Celdrán recoge el derivado “convenenciero” en algunos lugares de Albacete, así como también “conveniencias” en pueblos de Castilla y león,  e incluso “comenenciudo” en Cabanillas, Navarra, con la reducción consonántica de raigambre aragonesa. Todos poseen un significado idéntico o muy similar al que he asignado a “convenido”.

sábado, 2 de abril de 2011

SONRISAS

          La sonrisa suele ser uno de los intercambios gestuales más dulces y más seductores entre humanos. Pero también, y debido al valor polisémico de muchos de los mensajes no verbales, se convierte a veces en un dardo de hiel directo al alma. 

          En otro lugar he comentado algunos aspectos referentes a las caricias, dentro de las cuales cabe situar la sonrisa. Hablaba, sobre todo, de las caricias verbales, hechas con palabras, y decía que, junto a las auténticas y sinceras, existen las falsas, constituidas por alabanzas y halagos embusteros e hipócritas, casi siempre interesados, cuando no lanzados con pérfida intención. Al analizar las sonrisas, los especialistas distinguen numerosísimos tipos, que van desde la que expresa alegría y satisfacción, aceptación del otro, agradecimiento…, hasta la que sirve como amenaza, superioridad…, o miedo, inseguridad…
        
          Lo mismo que hay falsas caricias, hay también falsas sonrisas. A una de las clases de falsa sonrisa quiero aludir hoy, la que podríamos denominar sonrisa protocolaria, verdaderamente letal. Voy a hacerlo relatando una secuencia de una durísima película, “The Trap” (rodada en 2007, pero estrenada e n 2010), producción germano-serbio-húngara.  La historia se desarrolla en Belgrado, en la etapa posterior a Milosevic. Un joven matrimonio lleva una vida relativamente agradable, aunque modesta, hasta que le detectan a su único hijo una grave enfermedad de corazón. La única solución es que sea operado. Para ello, debe ser trasladado a Alemania. La intervención cuesta 26.000 dólares, que los padres no tienen ni por asomo. La vida familiar se ha ensombrecido. Acuden a parientes, amigos…, pero nadie les puede ayudar. La situación del país no es de holgura económica. El padre se dirige a un banco para solicitar un préstamo. Esta es la escena que me interesa destacar. Se entrevista con un empleado, el cual, una vez constatada la carencia de propiedades y lo escaso del sueldo, afirma que no es posible, pues la cifra resulta, además, muy elevada. Lo chocante es que esta respuesta va aderezada con una media sonrisa, más propia de quien se está congratulando elegantemente porque a su interlocutor le acaba de corresponder un premio. El pobre padre, con un tono de contenido reproche, le dice: “A mí no me hace ninguna gracia lo que me está usted diciendo. A usted, no lo sé”.  A lo que el empleado, apagando un tanto su gesto, le responde: “En este banco existe una norma: debemos sonreír mientras hablamos con los clientes. Si no lo hago, me despedirán”. Un barrido de cámara por las mesas de alrededor sirve para comprobarlo.

          El relato continúa hasta desembocar en una verdadera tragedia. Para mí que el momento relatado, esa sonrisa que hiere y atenaza tanto al que la ofrece como al que la recibe, sintetiza el drama de la familia, del país y quizás de bastantes aspectos de la vida actual en nuestro mundo. Los gestos que supuestamente exteriorizan los sentimientos más humanos son con frecuencia movimientos estereotipados, puros disfraces, frases y sonrisas protocolarias.

Entrada destacada