jueves, 25 de noviembre de 2010

Diálogos con Arturo Pérez-Reverte, 1

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EL LIBRO ELECTRÓNICO

               Respetado y estimado Don Arturo: llevo una buena sarta de años dialogando en secreto con usted. No oralmente ni cara a cara, porque no me ha sido posible, sino mediante una especie de singular telepatía. Se basa en una secuencia de monólogos: usted escribe, yo lo leo y, en lo hondo de mi conciencia, le replico, sin recibir -claro está- contestación. Cerramos así un circuito conversacional muy tosco, de baja interactividad... Pero, a partir de ahora, de hoy mismo, voy a pasar de la telepatía a la vía telemática, aprovechando la red de redes y el formato blog, que tengo a mi alcance por ser lo que menos se despacha en cuanto a publicaciones. No me diga que esta iniciativa no representa un avance, ¿eh? Al menos podré yo convertir en lenguaje mis pensamientos, para objetivarlos y para darles cuerpo, y ambos, escritor y lector, podremos tener un público común que presencie nuestros intercambios y los juzgue. En concreto, lo que he pensado es realizar de vez en cuando un comentario en esta mi página bloguera a artículos aparecidos con su firma (bajo el conocidísimo título genérico “Patente de corso”) en el suplemento de los domingos “XL Semanal”. Aquellos que a mí me sugieran alguna respuesta. Creo que será una buena manera de salir yo de la sombra y de la soledad, a cuyo cobijo vengo regurgitando sus párrafos, y de exponerme a la pública opinión, con la que contrastar mis sandeces o mis ideas fulgurantes respecto a las de usted, preciado maestro, al someterlas a mi cata. Sinceramente, estoy convencido de que a todos nos vendrá bien que yo salga a la palestra. Vamos a ello.

               Comienzo hoy con la reflexión que, titulada “Leer con luz de luna”, publicó usted en el magazine citado correspondiente a la semana del 14 al 20 de este mes. En síntesis, viene a confesar lo siguiente: “He dicho que libro de papel y libro electrónico deberían ser complementarios; pero, si me obligan a elegir, diré alto y claro que no hay color. Y que, llegado a ese extremo, la pantalla portátil me la refanfinfla”. De verdad, entiendo yo que, en el fondo, en el fondo, bajo esa aparentemente razonable teoría de la complementariedad, siempre siempre se la refanfinfla, antes incluso de estar en el brete; que la decisión la tiene tomada, que el voto ya está echado, vamos, que le jode -como usted diría- el cacharro. Es lo que se infiere de una frase posterior, donde describe sus sensaciones íntimas cuando entra en relación, física incluso, con los inquilinos de su enorme biblioteca: “Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel y cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea”. ¿No es fruto de un largo trato amoroso, de un incontenible impulso por acariciar el cuerpo amado, en pos de incomparable y seguro placer?



               Vamos a clarearnos los dos, Don Arturo: ni usted ni yo hemos leído en soporte electrónico ni el menú de un bar de desayunos. Nada, nada. Usted habla de oídas, lo mismo que lo haría yo. No sé si alguna editorial o su señora esposa o alguno de sus hijos ha tenido la ocurrencia de regalarle una tableta digital de esas. En tal caso, seguro que ni la ha desembalado. En cuanto a mí, ya está en la carta de Reyes. Por eso, hasta entonces, reconozco que también sería pura elucubración lo que achacara de malo o atribuyera de bueno al chisme, como usted lo denomina, creo que despectivamente. Mire, ahora que está de moda darle caña a la Iglesia, diré que lo suyo es y lo mío sería igual que los discursos, libros, encíclicas y sermones en los que el Papa, ese santo -y supuestamente casto- varón, se pone a tratar sobre el sexo, la familia, el matrimonio… Dios mío, si SS, en expresión bíblica, no conoce mujer, ¿cómo se lanza a hablar de cosas en las que está ella implicada en cuerpo y alma? Craso error. Por eso, siempre les sale, a él y a los obispos y a los curas en general, la abstinencia como remedio para todo: para evitar el SIDA y otras enfermedades similares, para no tener hijos, para avivar y encender el deseo de contraer matrimonio (y sobrevalorar este) después de un noviazgo a palo seco, etc. Así es: al final, se agarran a lo que saben, a la pureza, a la honestidad y el recato, a la continencia, a la evitación, al “estarse quietos”…

               Usted también coge el camino que le marca la querencia, Don Arturo. Estoy casi por jurar, insisto, que no ha experimentado lo que significa y reporta la convivencia con el “e-book”. ¡Y a mucha honra!, le falta exclamar. Fíjese, léase usted: “Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico sin complejos el privilegio de pertenecer a ella”.

               No sé lo que nos deparará el futuro. Sin embargo, estoy por afirmar que el lector electrónico terminará por ocupar el primer puesto y arrinconar, si no hacer desaparecer, al libro de papel. Este es un punto, la visión del futuro, en el que usted no ha entrado. ¿Tal vez por temor a tener que decir lo que yo acabo de afirmar? No sé. Usted no peca de cobarde, nunca nunca. Yo he hecho ese vaticinio más por aquello de “qué atrevida es la ignorancia”, que por disponer de indicios más o menos seguros. De todos modos, carente de las vivencias bibliófilas que en su ánimo acumula, yo, al contrario que usted, Don Arturo, no creo que tenga problema en cambiar de materiales y reemplazar el papel por el plástico, la pantalla y la tinta electrónica. Al fin y al cabo, lo que trasmiten es lo que cuenta. Y, además, eso me permitirá llevarme a todas partes mis diez, veinte o treinta mil libros, si los llego a tener, para que estén siempre conmigo, cálidamente abrazados por mi mano y por ella amorosamente protegidos. Ya puestos a razones sentimentales...


martes, 16 de noviembre de 2010

VOTAR POR INTERNET

.               Lo que después voy a contar, ocurrido hace unos días (mejor dicho, oído en la radio hace unos días), me ha traído a la memoria una situación antigua. Ambas están relacionadas con internet y, tal como se verá, ambas revelan una misma mentalidad o visión. No es casualidad, por ello, que una me haya llevado a la otra. Empiezo por la anterior en el tiempo.
               Eran los días en que el hijo de un amigo estrenaba internet en casa. Vivíamos, y vivimos, su familia y la mía pared con pared. Una tarde, como tantas, me hallaba yo en su piso, no recuerdo por qué razón. El chaval, que tendría unos 11 ó 12 años entonces, me llamó a su habitación para que observara -y me admirara de- su pericia en la navegación por la red y mirase algunas de las páginas que ya tenía como favoritas. Yo le hice el cumplido, en presencia de su madre, que se sumó orgullosa a la escena. Después de unos minutos, no bien había iniciado mi despedida, me preguntó el chaval:              
         
          - ¿Te vas a conectar ahora a Messenger?


          - Pues… no sé. Quizás. ¿Por qué?
          - Para charlar.

La madre, poco ducha aún en las cosas de la red y en las rutinas -o vicios- de los internautas, intervino, ingenuamente sorprendida:
         
          - ¿Para hablar? ¿Y por qué no habláis aquí, cara a cara?


A los dos, al niño y a mí, lo confieso, nos dejó sin saber qué responder. Como al padre en aquel un memorable anuncio publicitario del Atlético de Madrid. En su candidez, llevaba la señora toda la razón. Finalmente, esbocé una sonrisa, me despedí, di media vuelta y me fui. No pude evitar, claro está, que me viniera a la cabeza la expresión “hablar por hablar”, que actualicé así: “internet por internet”, “conectarse porque sí”, etc.
              
               Bien, pues este suceso, que parece una reducción al absurdo del empleo de la técnica (como un fin, y no como un medio), lo he visto casi repetido en una noticia oída la semana pasada: estaban informando en una emisora de que, para la próxima elección a Consejos Escolares, sector padres, los votantes podrían ejercer su derecho a través de la red. Así se ahorrarían molestias, tener que desplazarse…, y todo, incluido el recuento, ganaría en fluidez, etc. Hasta aquí, muy bien. Lo sorprendente es lo que oí después: los padres que tuvieran intención de votar por internet deberían IR AL CENTRO a recoger el correspondiente certificado con las claves acreditativas e identificadoras. O sea, para ahorrarse ir a votar, habría que ir en busca de los papeles. No se necesita más para advertir la paradoja, la contradicción, el absurdo… de nuevo. 

            
               “Igualico, igualico” que el crío de mi vecino, que buscaba ante todo estar y que los demás estuviéramos en la red. Pero muy diferente a la vez, porque aquí se trata de adultos, de la Administración Educativa, es decir, la Consejería de Educación, la Junta, los dineros de todos nosotros, los gobernantes que se supone están preparados, son maduros, no nos toman por tontos, por… Se supone.

               ¿Cómo se explican tales ocurrencias? En el caso de chaval vecino, no se me ha olvidado el largo tiempo de espera, contando los días y los minutos, hasta que por fin su PC se abrió a la “www”, momento que vivió con inusitada ilusión y entusiasmo. Lo que, dada su corta edad, justificaba esa ciega adoración por el “dios-internet” y el ansia de morar en su seno planetario. Ahora bien, la conducta institucional de la Consejería no cabe considerarla sino como una burda estrategia, un mecanismo para despertar y alimentar en la ciudadanía una actitud parecida a la del niño, infantil, inmadura, irracional, alienante…, para mantenernos con la vista fija en el resplandor maravilloso del nuevo becerro de oro y que caigamos postrados a sus pies, dispuestos a acatar todo mandato que tenga que ver con la pantalla luminosa: ¿votar en la elecciones al Consejo Escolar? Votar y… lo que haga falta, si es por internet. Es lo que persiguen quienes, como en este caso la Administración Educativa, ponen internet en el anzuelo. Aunque…, como la táctica es tan de brocha gorda, tal vez ya no piquen tantos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

CHAVEA MARC

               El hecho de que un chiquillo con 17 años sea desde ayer campeón del mundo no deja de ser algo sorprendente. Pero mucho más, si esa competición, de motos de 125 cc., no es para adolescentes, como en fútbol el torneo “Sub 18” o las ligas “cadete”, “juvenil”, etc. Aquí, el triunfador es un muchacho, convertido oficialmente en el mejor entre conductores adultos, aunque todavía es un niño. Ha dejado atrás a todos los demás, muchos de los cuales llevan años intentando el primer puesto. Por eso sobresale aún más, es doblemente campeón. Un niño prodigio. Corre más que nadie, pese a su edad. Lo hace mejor que todos los demás, que por madurez, preparación y experiencia, deberían haberlo dejado en la cuneta. La admiración concitada, así, es extraordinaria.

               Por ser menor, la decisión de dedicarse profesionalmente a un “deporte” (*) como este de las carreras de motos no la habrá tomado él, sino sus padres. Supongo que, no sólo para entrenar, sino incluso para participar en tal o cual carrera necesitará un documento aprobatorio paterno. El riesgo, pues, lo asumen los progenitores, aunque las consecuencias recaen sobre el hijo.

               Sinceramente, no quisiera yo estar en el papel del padre del artista. Me obligaría a soportar una enorme presión moral y psicológica, incluida la proveniente de la indiscutible capacidad del joven motorista y su vocación y sus aspiraciones. En caso de negarme, me quedaría el temor de haber abortado un espléndido futuro. Pero también, por algo más.




               De momento, todo les va saliendo de perlas a los Márquez. No obstante, piénsese lo que comporta la vida de una estrella. Antes de ganar el campeonato, la existencia de Marc debería ser ya muy distinta a la de los demás chiquillos. A partir de ahora, lo será mucho más. Bastantes de sus coetáneos, de sus amigos, tal vez ni hayan acabado la ESO y, si han triunfado en algo, no creo que haya pasado o pase de la liga “junior” regional, de la carrera del “Día de la Bici” y cosas así; la mayoría no manejará otra máquina que la “Play” o la “Wii-Nintendo”. Frente a ellos, a los que no se les impone meta obligatoria alguna, más que aprobar el curso, no hacer el gamberro, venir a su hora por la noche, etc., a un campeón como Marc le cae sobre sus aún tiernos hombros un gran peso, una enorme responsabilidad. Tendrá que mantener el nivel actual y superarse hasta el límite, pues su escudería y los sponsors querrán seguir recibiendo beneficios. Tendrá que asimilar el rol de número 1, lo que supondrá una amplia reconfiguración mental, pues nadie, ni siquiera él, ha nacido sabiendo vivir por encima del resto de los mortales, con el peligro de caerse y dar el costalazo o de subirse a las nubes y perder el sentido de la realidad: el que es adorado, tiende a creerse un dios. Tendrá que protegerse de todos y todas los que se acerquen a él con intención de aprovecharse, de sacarle hasta el tuétano; de los aduladores, de los falsos amigos, de los que lo inviten a escapar de toda forma de vivir “vulgar”, es decir, normal, humana, y por tanto asequible, soportable, etc. Tendrá, en fin, que hacer lo imposible por mantenerse a salvo en un medio tan poco propicio, tan opresivo.

               Mucha responsabilidad, como digo, para un muchacho con tan poco hervor. Hace unos años, supe que el hijo de un compañero, un chaval de no más de 13 o 14 años, andaba ya por una Escuela de Alto Rendimiento de Tenis, en el norte de España. Me hablaba el padre de las condiciones de vida, enteramente consagrada al entrenamiento y la preparación, excluidas todas las demás facetas (hasta los estudios ¡obligatorios!). Y yo deduje que eran tan duras, tan lejanas a las de un chico corriente y moliente (la “forja del héroe”), que no pude menos de escandalizarme. Tanta renuncia, tanto sacrificio, tanto esfuerzo..., sobrevenidos al niño y, por supuesto, a los padres…, ¿no significan una excesiva, y arriesgada, inversión en calidad de vida y en capital formativo, durante unos años tan cruciales? Los padres debían acudir, incluso, a pedir dinero a familiares para mantener la formación tenística del que soñaban, me imagino, sería pronto un supercampeón. Algún tiempo después, me enteré de que el aspirante a la gloria sufrió un revés físico y todo el castillo se derrumbó, se apagó definitivamente el deslumbrante futuro. Y, lo peor, sin la posibilidad de recuperar el pasado.

               Ojalá no suceda nada malo a Marc. Lo deseo de todo corazón. No obstante, si yo hubiera tenido un hijo o una hija con tantas cualidades en algún campo como para poder convertirse en niño o niña prodigio, seguramente les hubiera cerrado esa puerta sin dudarlo mucho. Pocos críos estrella, en distintos ámbitos del deporte o del arte, han llegado a adultos en aceptables condiciones, como era de esperar.

               No se entienda que me opongo a que los jóvenes practiquen el deporte o se entreguen al arte que más les gustan y para los que están especialmente dotados. En absoluto. Lo que trato de decir es que lo hagan de manera que no los absorban tanto, que terminen por anular el resto de facetas que componen la persona y casi rompan, por tanto, a la propia persona. Dicho de otro modo, no creo que merezca la pena sacrificar la infancia y la juventud en aras de buscar un título, cuyo logro tampoco está así asegurado. En la prensa figuran breves biografías de Marc Márquez. Su padre le compró la primera moto a los 4 años, por cierto. Él es muy aficionado a esta especialidad. Muchas veces, caemos los padres en la tentación de encauzar a nuestros hijos hacia la obtención de aquello que en nuestro tiempo no pudimos nosotros.

               Las reflexiones que modestamente he expuesto tal vez contribuyan a distanciarse un poco del tono ingenuamente jubiloso y laudatorio, con que se narra el corto, pero intenso y riguroso, currículum del jovencísimo motorista. “Que así sea”, termino, en estos días papales.
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(*)  Pongo entre comillas la palabra por el simple hecho de que, como expuse en un post anterior, no considero que sean deporte las carreras de motos o de coches.


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lunes, 1 de noviembre de 2010

MI PRIMER SUICIDIO

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          La primera vez que me suicidé fue recién cumplidos los 9 años, a finales de agosto.

          Aún no había aprendido a nadar y me aterrorizaba acercarme a la parte de la piscina por donde cubría. Aunque me aburriera, muchos días prefería quedarme en casa a pasar un mal rato. Era cuando me enteraba de que...


Lee, si quieres, el relato completo en http://jaramito.blogspot.com/
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