lunes, 30 de enero de 2012

EDUCAR LOS VALORES (y 2)


               Hace unos días, escribí aquí un breve artículo introductorio sobre la cuestión de la “educación de los valores” (no me gusta la fórmula “educar/educación ‘en’ valores”, que me suena a galicismo). Terminaba con dos afirmaciones básicas y fundamentales, referentes una al plazo largo del proceso y otra a que no se parte de cero, sino que se actúa modificando o afianzando actitudes previas. En esta segunda parte voy a concretar algo más, sintetizando (al máximo) algunas indicaciones metodológicas, útiles  -creo-  tanto para padres, como para profesores y educadores en general. Son las siete que siguen.

    1.  Conocimiento. El educando debe saber y entender qué es lo que se pide de él: compartir los juguetes con los amiguitos, aceptar la diversidad , aceptarse a sí mismo como es, etc. No se trata de explicar primero la “teoría” y después comenzar la “práctica”, según es costumbre en las aulas, sino de simultanear los dos aspectos, de manera que se apoyen mutuamente.

    2.  Persuasión. Dar consejos, advertir, proporcionar estímulo, animar, hacer ver las actuaciones negativas y sus efectos…, de modo constante y persistente. Este es el dominio de lo que se llama genéricamente “motivación”.

    3.  Actuación.  La organización y funcionamiento de los contextos en los que se desenvuelven los educandos, deben darles oportunidades para participar en situaciones diversas y para realizar actuaciones en las que poner a prueba sus principios éticos, “entrenar” su musculatura moral, así como vivenciar la repercusión (grata/desagradable, beneficiosa/perjudicial…) sobre sí mismos y sobre los demás. La actuación ha de ser (auto)evaluada y no tanto, guiada.

    4.  Ejemplo. Es absolutamente imprescindible, pues se aprende más de lo que se ve/se vive/se respira, que de lo que se oye; el ejemplo resulta más influyente mientras más pequeño es el aprendiz. Me refiero no solo al proporcionado por personas individuales (padres, maestros, vecinos, monitores, entrenadores…), sino también al de las instituciones o estructuras sociales incrustantes: la familia, el centro escolar, el equipo de fútbol, etc. Todos actúan como modelos (tiránicos, agresivos, arbitrarios, tolerantes, respetuosos, hipócritas…). También ayudan los modelos lejanos, o sea, los personajes o colectivos famosos, populares, del presente o del pasado (conocidos por medio de la lectura, la televisión o el cine).

    5.
  Compromisos. Se ha de procurar arrancar compromisos personales y colectivos (del conjunto de los hermanos, del grupo-aula…), consigo mismo y con los demás; preferentemente, serán compromisos públicos. Debe tratarse de acuerdos que sea posible cumplir a la persona a la que se está educando, según su edad, la naturaleza y el arraigo de las actitudes previas, etc. El compromiso llevará aparejada una sanción (del tipo que sea) por incumplimiento y por el cumplimiento. El aprendiz siempre deberá tener algo que perder (material o inmaterial) si no es fiel a su palabra o no cumple las normas, y viceversa.

    6.  Normas. Las normas y los hábitos de comportamiento general suponen la existencia de una comunidad moral coherente y de un grupo compacto de agentes educadores, que forman un entorno indispensable para la educación. Si se trata de niños o jóvenes, la ausencia de normas es muy dañina, pues los sume en un estado de desorientación y confusión, de relativismo ético, que les impedirá madurar. Las normas enseñan por vía prescriptiva, ritualizan y encauzan la conducta, ayudando así al aprendiz a interiorizar pautas de comportamiento y, con ellas, los principios y valores.

    7.  Refuerzos positivos y negativos. Las sanciones (“premios” y “castigos”) forman parte de la comunidad moral a la que me refería, son consecuencia de las normas y tienen un evidente poder educador. Dentro de lo posible, los educandos deberían ir aprendiendo también a autorreforzarse.

                Hay que tener en cuenta, advierto para terminar, que las actitudes son los aprendizajes más firmemente arraigados en la persona y se resisten a ser transformados. Por eso, se procederá poco a poco, dando pequeños pasos y tratando de que los cambios se asienten verdaderamente en cada tramo, como única forma de que hagan germinar convicciones, sentimientos e intereses: valores, en suma. 






viernes, 20 de enero de 2012

DESPUÉS DE MEGAUPLOAD


               Han clausurado Megaupload y han dado el portazo a los más de 50 millones de visitantes diarios que recibía este enorme almacén. ¿Por qué? Oficialmente porque realizaba una actividad ilegal, como es la de proporcionar a usuarios de la red la posibilidad de obtener gratis productos audiovisuales sometidos a derechos de autor. O sea, un robo.
http://s3.amazonaws.com/uso_ss/icon/
60951/large.png?1257004695
               Un robo típico de la sociedad de consumo, donde el supremo mandamiento es conseguir lo máximo posible al menor coste posible y en el menor tiempo posible. Imbuidos de tal principio, los consumidores aspiramos a la apropiación de todo aquello que deseamos, por ejemplo, una peli de estreno, ahorrándonos los euros (entre 10 y 20) que cuesta la entrada de cine, y a la voz de ya; el éxito de Megaupload y semejantes se deriva de su capacidad para satisfacer nuestros propósitos y acatar nuestras condiciones.
               Por su parte, el almacén saca un pastón sin dar golpe ni gastarse demasiado, pues basta con una vía de entrada, unos lugares donde guardar los objetos y una salida, así como unos huecos en los que anunciantes publicitarios coloquen sus mensajes de modo que los pueda ver todo el que trasiegue por las dependencias, subiendo o bajando archivos. Los autores propietarios del material, es decir,  de las películas, libros, documentos particulares, discos…, no siempre están en el conocimiento de que sus creaciones residen en ese lugar y se utilizan de la manera descrita: bien porque se trata de archivos personales (textos, fotos…) bien porque las ha subido alguien que previamente se había hecho con la película, la canción, etc., pagando o no (generalmente, no); y, desde luego, dichos autores se quedan siempre a dos velas también en lo económico.
 Pierden, junto con las empresas que han puesto dinero para publicar legalmente las obras, es decir, las editoras y distribuidoras; también las salas de cine y los comercios de productos audiovisuales. Son las víctimas de la piratería virtual, que a muchos los ha llevado o llevará a una ruina, consistente no tanto en tener que echar el cierre y abandonar el tenderete , como en olvidarse del filón que suponían hasta hace poco la música y la imagen.              
               El imperativo consumista, ganar mucho invirtiendo poco y en poco tiempo, lo juzgo legítimo y no debe generar problemas. Ni siquiera cuando se da, como aquí, un choque de intereses, originado por la introducción de un germen envenenado: "a costa de lo que sea". Creo que es posible conjugar, en el caso que comento, las aspiraciones de los tres elementos en pugna: propietarios, distribuidores (virtuales, como Megaupload) y consumidores. No ha sido así en este caso, se han dado de frente tres vehículos que se dirigían hacia la misma meta, en un accidente seguramente grave, o al menos de pronóstico reservado.
             
               La propuesta que voy a hacer es de las que se le ocurren a cualquiera, no por trivial, sino por sensata; de hecho ya se aplica, si bien minoritariamente (“iTunes”). Puesto que es imposible dar marcha atrás, creo que lo mejor y lo más eficaz es que los tres agentes implicados cedan un poco, si quieren permanecer en el negocio. Me parece que la solución apunta a que los usuarios paguen una cantidad pequeña (lo suficientemente pequeña para no espantarlos y que vuelvan la mirada a la piratería), que los autores propietarios se avengan a ello (aunque de momento ganen menos de lo que soñaban) y que los intermediarios virtuales tengan también su canon correspondiente, así mismo razonable. Creo que nadie saldría perdiendo, aunque no se mantendría la situación actual de distribuidores y público, realmente injusta.
               La idea, que es buena al parecer (no presumo de ella, porque es de cajón, como decía), tal vez resulte difícil de ser llevada a la práctica. No sé si sería necesaria una ley para ello; de lo que sí estoy seguro es que requiere de las partes una voluntad de acuerdo y un deseo de hallar vías honradas de salida al conflicto. Y un sentido de la justicia.
               Una dificultad añadida proviene de la existencia, casi irremediable, de los llamados hackers, que, jugandillo jugandillo, se meten hasta en el lavabo de Rajoy a rapiñar y/o a abrir camino a todos los que gusten de tal visita; así como la apertura de tinglados alternativos por parte de pseudo-ciber-empresarios irredentos. Pero esa es otra historia. 

viernes, 13 de enero de 2012

EDUCAR LOS VALORES


               Se han perdido los valores, la gente no tiene principios, no les remuerde la conciencia, no funciona ningún freno moral…  Afirmaciones como estas, supuestamente derivadas de la comprobación de lo que sucede cotidianamente a nuestro alrededor, el cercano y aun el lejano, se oyen y leen con obstinada frecuencia, aludiendo a una de las lacras más significativas de la sociedad actual. Puesto que la conducta, aceptable o inaceptable, de las personas es fruto de la educación, en el sentido más amplio del término, o sea, tanto la que proporciona la familia, como la escuela y el medio social, resulta vital preguntarse qué ha ocurrido y está ocurriendo en el proceso educativo para que se haya llegado a este punto y no aparezcan apenas señales de mejora; y también, pensar qué se puede y se debe hacer.
               Me voy a referir sucintamente, en este artículo y en el que le sigue, a un aspecto muy delimitado de la cuestión:  cómo se enseñan los principios de comportamiento, las normas morales, los valores que rigen la vida del individuo; más claramente, cómo se hace aprender a un niño a ser respetuoso, trabajador, ordenado, generoso, tolerante, limpio, justo…, a que no se apropie de lo ajeno, a que no moleste a sus semejantes, ni a los animales, ni estropee las plantas, etc. 

http://www.dogguie.com/neneas-traviesos-o-padres-ejemplares/

               Esta faceta de la educación entra dentro del campo de lo que, en la terminología pedagógica, se denominan actitudes, que se diferencian de los conocimientos (teorías, nociones, datos…) y de los procedimientos (resolver problemas, planificar, redactar…). Son las tres dimensiones de la formación, cada una de las cuales requiere una estrategia didáctica propia.
               Para comenzar a hablar de dicha estrategia, se necesita partir de estas dos premisas: 
                      a) Sería un error garrafal pretender asimilar su enseñanza a la de los conocimientos y los procedimientos. En primer lugar, se precisa un período temporal amplio, pues no se aprende a ser tolerante, por ejemplo, en dos días; en segundo término, resulta imprescindible una actuación metodológica compleja, en la que concurran elementos y agentes diversos: no basta ni siquiera con la familia, que es tal vez el motor más potente a tal efecto. Mucho más que los procedimientos, uno de cuyos principales apoyos didácticos es la repetición, combinada con la (auto)evaluación de logros, las actitudes piden, además de un firme empeño y una gran paciencia, una acción lenta, constante, sin tregua, y poner en juego muy variados recursos, si se quiere aspirar a un mínimo de eficacia.
                      b) Incluso tratándose de niños pequeños, casi nunca la educación de las actitudes siembra sobre terreno virgen. Sin proponérselo ni ellos ni su familia o maestros, los niños desarrollan una serie de comportamientos, en los que muestran el tipo de valores o principios que ya han asimilado o están en proceso de adoptar, que ya “han aprendido”, por simple ósmosis social. El educador, sea quien sea, ha de advertir de cuáles se trata, para afianzarlos, si responden al paradigma deseado, o para modificarlos o sustituirlos en caso contrario. Naturalmente, esta última es la situación más complicada y laboriosa, además de la que presenta mayor riesgo de fracaso.
               En el próximo artículo entraré en algunos de los componentes más destacados de esa estrategia metodológica compleja, casi “multidisciplinar” diría, a la que he aludido. Los menciono aquí para terminar: conocimiento, persuasión, ejemplo, compromiso, normas, refuerzos. 

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