miércoles, 28 de agosto de 2019

EL PLAN B


Tener un plan B es adelantarse a la posibilidad de que se malogre la situación por la que pasamos en un momento dado y prever una alternativa.  Se contemplan muchos tipos de planes. Y se da, por supuesto, el Síndrome del Plan B.


Posee un plan B el que ahorra, el que se compra unas gafas de repuesto, el que consulta los horarios de trenes y autobuses antes de emprender un viaje en su automóvil, el que prepara un traje algo más holguero para la boda de septiembre por si el habitual le estuviera algo apretado tras el verano, el diestro que aprende a escribir y a manejarse con la mano izquierda temiendo que se pueda dañar la derecha, el que guarda en la recámara un par de chistes y/o anécdotas para soltarlos si una conversación decae, el que ha seleccionado frigorífico, placa, horno y lavadora de tal o cual marca y en tal o cual comercio para cuando se le averíen los actuales, el que ha decidido de qué equipo se hará forofo el año en que el suyo descienda a segunda, el que ha pensado si defenderá al jefe o encargado o lo pondrá a parir cuando cambie la tortilla, el que entretiene a una chica o chico por si la suya o el suyo les salen rana, el que ha pensado qué trola le encajará al suyo o a la suya si descubren el ardid, el que diseña una dieta y un ciclo de gimnasio por si engorda en Navidad, el que sabe cómo se excusará cuando tenga que decir que no sabe nadar, quien ahorra en una cuenta C por si las reservas de la B se gastan, una vez agotadas las de la A, el que se construye un mausoleo en vida, etc., etc., etc. 
Podemos discutir si merece la pena ser tan previsor y querer amarrar tanto el futuro. Supone gastar mucha pólvora preparando una guerra que tal vez ni siquiera estalle. Mucha pólvora quiere decir mucho tiempo y bastante dinero, mucha sustancia gris por tantas vueltas al coco, muchas idas y venidas, muchas molestias a uno mismo y a otros, etc. No vivir esta vida, por andar pendiente de otra u otras.
Y después, ¿para qué? Porque, si lo pensamos bien, tienes un Plan B como el que “tiene un tío en Graná, que ni tiene tío ni tiene na”. ¿Y eso? Pues eso está muy claro: no hay nada que distinga el proyecto A de su sucesor B, en cuanto que los dos pueden resultar una pifia. Más aún, si fueras tan precavido que hubieras ideado algún plan C, este también podría ser un churro una vez aplicado; y el D y el E, y el F…, y el Z. Y al final te puedes encontrar que ya no hay más a lo que echar mano, nada para más allá del incontestable presente. Fantasea quien lo pretende todo asegurado. Lo mismo que uno que yo sé  –y ustedes también–, que lo quiso dejar todo “atado y bien atado” y la cosa no pudo salirle peor; o mejor, según se mire.
No es raro que no funcionen los proyectos ni que se cumplan los propósitos, pues se trazan en un punto y hora diferentes de aquellos en los que se han de desarrollar. Entonces, repito, ¿compensa? Well, that is the question.
Desde ahora mismo me confieso poco partidario de programar de antemano el modo de afrontar todo lo que pueda sobrevenirme, que es por definición eventual y desconocido. Pero tampoco me voy a situar en el extremo contrario y romper lanzas por la improvisación más absoluta, el “ya veremos” perenne, la impremeditación sistemática. Ni calvo ni tres pelucas. La imprevisión como método es tan mala como el preparativo continuo e incansable. El forofo de una no se diferencia del  acérrimo de la otra.  Significan llevar a la más enfermiza radicalidad aquellas actitudes de la hormiga y la cigarra, a las que, como personajes de la fábula, quise por igual.
Si yo tuviera pupilos a los que educar en este campo, trataría de inculcarles la idea aristotélica de In medio, virtus, que alguien ha definido como que la virtud es el punto medio entre dos vicios opuestos. Y les alentaría a fijar la vista y el esfuerzo y el corazón –no de modo excluyente, claro está– en el ahora, el hoy, que es la planta de la que nace la flor del después, del mañana. Y, además, les desearía suerte.

JOSÉ ANTONIO RAMOS




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