miércoles, 5 de febrero de 2014

LA UTILIDAD DE UN PERIÓDICO

               Creo que he resucitado una tradición perdida, una buena costumbre antigua. Y me parece que lo he hecho con criterio, no por un mero prurito arqueológico.

               Cuando yo era pequeño e iba a la peluquería con mi padre (“barbería”, decíamos, aunque nadie llevaba barba, excepto los frailes capuchinos, que no iban a ese establecimiento) me llamaba la atención el uso y manejo de la navaja de afeitar, instrumento raro para mí y amenazante. Pero no es a él al que me vengo a referir, sino al modo en que limpiaba la hoja el peluquero después de cada pasada por la cara o el cogote del cliente: lo hacía con unos papelitos cuadrados, procedentes de la múltiple división de hojas de periódico. Solían formar un montoncillo, perfectamente ordenado, de donde se iba cogiendo uno para cada hombre. Se me ocurría imaginar al maestro barbero haciendo dobleces las páginas para obtener las pequeñas servilletas, llenas de letras y fotos truncadas. Los domingos por la tarde, pensaba yo, sería una buena ocasión para tan entretenido y meticuloso quehacer, del que se aprovecharía el peluquero toda la semana. Además, por no sé qué inclinación mía, temprana, a la austeridad y al ahorro, aplaudía callado esa forma de dar el máximo uso al papel de los diarios, una vez cumplida su supuesta misión de informar, formar y entretener.

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               Por esa época, los periódicos eran una verdadera panacea. En ellos se envolvían los objetos en algunas tiendas, de las que recuerdo sobre todo las ferreterías; en las casas se liaban con papeles de periódico las piezas del cristal (copas, vasos…) y de la vajilla cuando había que guardarlas por razón de limpieza general o blanqueo,  durante los que se empleaban también como cubremuebles; hacían los rentables periódicos de protección y abrigo para motoristas y ciclistas en invierno, bien colocados en el pecho, debajo de la camisa, o de materia prima para la creación papirofléxica, de embalaje para bocadillos, etc., etc., e incluso para ciertas acciones higiénicas en el WC, donde colgaban de un alambre en forma de pincho. Junto con el que llamaban “papel de estraza”, que aún perdura, puede decirse que los periódicos y las revistas gozaban de muchísimas funciones llamémosles secundarias.

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               Me definía al principio como restaurador de una tradición, del espíritu de una tradición, matizo. Se relaciona, en efecto, con el aprovechamiento del papel prensa descrito, una vez perdida su potencial solvencia comunicativa; pero no consiste en ninguno de los empleos aludidos. Supongo que muchos lo calificarían de más bajo, más villano, más grosero que todos ellos: hace unos meses decidí descartar las bolsitas de plástico que venden al efecto y sustituirlas por cuartos de hojas de periódico para recoger las deposiciones que mis amadas perritas tienen a bien efectuar en la calle. Y, desde ese momento, obro en consecuencia. El rendimiento es extraordinario, no solo porque me sale de balde, pues ahora hay periódicos gratuitos, sino también porque presentan una porosidad ideal para este menester.

               Muchas personas antiguas quizás creyeran que el periódico empezaba a ser útil cuando dejaba de tener actualidad y el contenido ya no interesaba. Confieso que, al volver a aquellos tiempos, he dado en coincidir con tal principio, y aun he ido más lejos, pues me he convencido de que (la mayor parte de) las hojas de prensa solo sirven para lo que las utilizo hoy, ¡nada más!, antes incluso de estar pasadas de fecha.

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