La muerte de Franco me cogió a mí haciendo la mili, en la modalidad de milicias universitarias. La verdad, no noté en el cuartel donde estaba una especial inquietud en los militares profesionales ni una alteración de las rutinas diarias, salvo que doblaron las guardias, sobre todo en los lugares estratégicos de la guarnición. Pasaron unos meses y me incorporé a mi trabajo, por primera vez aquel año de 1975. Junto con otro compañero de estudios, éramos los más jóvenes en el departamento universitario. Por cierto, tuvimos que jurar los Principios del Movimiento para que nos hicieran el contrato. Ese curso comenzaron a salir de la clandestinidad los grupos hasta entonces ocultos o semiocultos, empezaron las primeras manifestaciones pidiendo democracia, se iniciaron los primeros gritos exigiendo libertad. Esta era la palabra emblemática de aquellos tiempos: libertad. Mayoritariamente enunciada y/o entendida como “libertad sin ira”.
Pues bien, había en nuestro departamento un señor de mediana edad, que sostenía la siguiente idea: ahora se está permitiendo que salgan a la luz, a la calle, todos los partidarios de la libertad y la democracia, los comunistas, etc., pero es una trampa, pues sólo se pretende ver quiénes son y, en el menor descuido, lanzarles la red, atraparlos y quitarlos de en medio. Yo visualizaba esta teoría con la imagen de la red que en los tebeos de “El Capitán Trueno” echaban sobre quienes querían inmovilizar y apresar. Esa red, la única arma eficaz contra el valeroso e invencible capitán y el corpulento Goliath, se guardó en mi memoria como signo de toda amenaza y peligro graves, y siempre que sentía miedo por algo, me acordaba de ella. Lo que yo entendía de las palabras de mi compañero era, pues, que alguien aguardaba el momento más propicio para desplegar la red, una gran malla exterminadora. He de confesar que, tal vez por mi ingenuo idealismo propio de la poca edad, no podía ni siquiera imaginarme tanta perfidia en quienes gobernaban; pero tampoco osaba discutir ni oponerme a quien hacía dos o tres cursos había sido profesor mío.
MIQUEL OSUNA
Transcurrieron los años y su siniestra profecía no se cumplió, gracias a Dios. Luego vino el intento de golpe de Estado del 23 F. Ya no trabajaba yo en el departamento aquel donde empecé, pero he de confesar que me acordé de la predicción que he referido y me dije: ya han arrojado la red, en la que han atrapado a los diputados en el Parlamento; luego caerá sobre todos los demás. Tampoco, por suerte, ocurrió así.
Al correr del tiempo, he leído y oído bastantes interpretaciones del 23 F, que aún hoy sigue teniendo lagunas. Una de esas explicaciones remite de nuevo a la teoría de la red: alguna jerarquía civil o militar, o de ambas naturalezas, espoleó un falso golpe de Estado, en el seno del ejército principalmente, para ver quiénes se decantaban a favor del levantamiento e incluso se sumaban a él, y quiénes no, para sorprender a aquellos con las manos en la masa y limpiar la milicia de involucionistas y nostálgicos de la dictadura. Me parece un poco rebuscada tal visión del cuartelazo, pero quizás no haya que descartar nada en acciones que, como esa, tiene tantos entresijos, tanto subsuelo.
En cualquier caso, la red no ha cesado de afianzarse en mí como instrumento de comprensión del mundo. Ahora, cuando la palabra se aplica a un ámbito de comunicación virtual mediante internet (la "World Wide Web" en general y las redes sociales en particular), no dejo de temer que por ahí, por algún rincón de ese universo invisible, donde tanta gente entra y muestra con descuido sus perfiles y posturas, haya alguien espiando y aguardando agazapado el instante en el que, con cualquier excusa, se lance a perpetrar una nefasta caza y captura. Sería más fácil que nunca, porque los perseguidos se han metido ellos solitos en la red.
La última (mejor diría “penúltima”) aplicación de la metáfora de la red la he percibido en el discurso de quienes piensan que los levantamientos “por la libertad” de estos días de algunos países musulmanes pueden ser algo totalmente contrario a lo que parecen. Detrás, dicen, están los radicales y fundamentalistas, que intentan generalizar la república islámica como forma de gobierno, al modo de Irán, por ejemplo. Una vez depuestos los actuales gobernantes y aprovechando un vacío de poder, previamente calculado, los fanáticos integristas se harían con el mando. En ese momento, sabrían quiénes son los enemigos más cercanos y “peligrosos”: los que hoy se manifiestan pidiendo libertad y tratando de derrocar la tiranía. Es difícil saber o incluso imaginar en qué consisten estas revoluciones y cómo terminarán. Espero que de la manera que todos deseamos, por el bien no sólo de los ciudadanos de allí, sino también de los de aquí.
Mientras, aguardo (sin entusiasmo, es la verdad) otras utilidades interpretativas de ese icono personal que es la red. Porque sé que la red significa la amenaza, la intriga, la acechanza, el chantaje, el ataque furtivo, la cuchillada por la espalda, la mano que te aplasta, como a una mosca cuando está saboreando un exquisito manjar, etc.