viernes, 8 de marzo de 2024

AUNQUE LA AMNISTÍA FUERA CONSTITUCIONAL

 


Sigue, una semana más, la discusión sobre la amnistía, convertida ya en proyecto de ley, aprobado por la Comisión de Justicia y próximo a ser presentado en el pleno del Congreso. Se centra, sobre todo,  en la posible inconstitucionalidad de esa propuesta y enfrenta a los que propugnan dicha inconstitucionalidad y quienes creen que la Carta Magna permite la amnistía, aunque no la mencione expresamente. Ambos bandos exhiben razones y argumentos jurídicos de diversa calidad para defender sus posturas.

A mí me choca mucho, muchísimo, que un mismo partido, unos personajes concretos hayan defendido, sucesivamente, una opinión y otra. Empezando por el presidente del gobierno, que antes de las elecciones de julio negaba toda posibilidad de aceptar que se amnistiara a los independentistas catalanes y ahora es el más decidido partidario. Tras él, toda la cohorte socialista, desde la cúpula a la base, dio un giro y se puso a favor de transigir con las peticiones de los partidos nacionalistas. ¿Sobre qué fundamento argumentativo? Poca cosa, razones muy tambaleantes. Aparentemente, un objetivo tan débil y tan poco seguro como la «pacificación» de Cataluña. Pero es archisabido que la verdadera razón de la amnistía no tiene que ver con ningún proceso de atenuación o erradicación de la aspiración independentista en pro de la convivencia, que es lo que enarbola el PSOE como principal justificación, sino que se trata de la consecución de un puñado de votos para la proclamación como tal del actual presidente del gobierno. Solo eso.

La proclamación de independencia, junto con una serie de jornadas de alboroto callejero (en curso de ser calificado judicialmente como terrorismo) e incluso el intento de celebración de un referéndum de autodeterminación hicieron que fueran detenidos, juzgados y encarcelados un conjunto de políticos, mientras que otros se fugaban para evitar la acción de la justicia. Son los que, junto a otros encausados por casos de corrupción, como los miembros de la familia Pujol, forman el grupo de los que se quiere ahora perdonar mediante la inminente ley de amnistía, con el consentimiento ―y beneficio― de quienes hasta hace pocos días la rechazaban con toda rotundidad.

No sé si la falta de alusión explícita en la Constitución a una medida de gracia como la amnistía significa que es, no obstante, viable, pues no se prohíbe, o lo contrario. Es un asunto del que no entiendo mucho, pues compete a los juristas especializados en la materia. Tampoco me lo planteo, porque al final nuestros actuales gobernantes y sus prolongaciones jurídicas retorcerán las leyes implicadas hasta que les sean propicias. Yo me sitúo en una perspectiva distinta, más de carácter social y político.

Y, en ese terreno, creo que las preguntas fundamentales, que son las que muchos compatriotas se hacen en realidad, son las siguientes: ¿puede considerarse útil y beneficiosa para los españoles, para el país, una medida como la condonación de las penas por los delitos a los responsables de lo ocurrido en Cataluña en la última fase del procés?, ¿es lo mejor que puede hacerse en la actual situación?, ¿resulta, aunque fuera legal, legítima esa medida? Creo que la mejor respuesta a las tres preguntas es la negativa, el no rotundo y sin ambages. ¿Por qué? Voy a apuntar tres razones: 1) no se merecen el perdón quienes no solo no se han arrepentido de su conducta, sino que exhiben, con el mayor descaro, la intención de repetirla («¡Ahora, a por el referéndum y la independencia!», se oía días atrás de boca de algunos políticos catalanes); 2) esa misma actitud y lema demuestran que el independentismo no se ha atenuado (el ambiente no se ha «pacificado») una vez que la ley de amnistía está en puertas de regir; 3) esta ley supondrá un trato de favor a un puñado de delincuentes, juzgados y condenados, del cual no se van a beneficiar la mayoría de los que pagan sus penas en las prisiones españolas por transgresiones mucho menos graves que el delito «de lesa patria» de gran parte de los políticos independentistas catalanes, algunos de los cuales están principalmente procesados por corrupción.

En resumen, me parece que la amnistía no debe aplicarse en estas condiciones a las personas elegidas para limpiar sus delitos. Me subleva que, siendo culpables, salgan a la calle libres de polvo y paja, por la puerta que, no obstante, se cierra a cal y canto para todos los que dejan a sus espaldas. ¿Qué han hecho estos individuos, me pregunto, para merecer tanta benevolencia, sino pavonearse de su privilegio y declarar de modo chulesco que nos vayamos preparando para lo siguiente? Esta amnistía, incluso si fuera legal, es una agresión al principio de igualdad de todos los ciudadanos, es una injusticia, es una provocación…, por mucho que bastantes quieran verla ―y hacérnosla ver― como un hito en la historia actual de la democracia española y un paso de gigante en pos de la unión y el entendimiento entre los españoles. Nada de eso significa. ¿Qué han hecho los futuros amnistiados en esa línea para atraer tamaño beneficio? Nada, más bien han obrado en contrario. A no ser que se evalúe como gran mérito la compra, con unos cuantos votos, de un señor que desea ser presidente del gobierno y se pone ―a sí mismo y al país― a su servicio. 


miércoles, 7 de febrero de 2024

YO NO SOY ESA - ZORRA

 

A propósito de la canción «Zorra», que parece va a representar a España en Eurovisión, quiero recordar una de hace bastantes años, cuarenta o cincuenta, con el mismo tema. Me refiero a «Yo no soy esa» de la celebrada cantautora española Mari Trini.  Fue un gran éxito en aquella época, no solo por su calidad musical y la excelente interpretación, sino también por la defensa que hacía de lo que se viene llamando la liberación de la mujer frente al machismo imperante. Para mí, es lo mismo que viene a proponer la de ahora, tal como he tratado de mostrar en otro escrito mío de hace unos días (AHÍ TE QUIERO YO VER: ZORRA | EUROVISIÓN2024 (ramosjoseantonio.blogspot.com). Las diferencia el tono y en parte el enfoque, pero en el fondo creo que coinciden bastante.

La de Mari Trini presenta una primera parte cuyo contenido se resume en el título y se desarrolla en la primera estrofa:

Yo no soy esa que tú te imaginas
Una señorita tranquila y sencilla
Que un día abandonas y siempre perdona
Esa niña si, no
Esa no soy yo.

Luego es ampliado en la segunda y tercera:

Yo no soy esa que tú te creías
La paloma blanca que te baila el agua
Que ríe por nada diciendo sí a todo
Esa niña si, no
Esa no soy yo.

 

El patrón discursivo que adopta es el diálogo de un «yo» elíptico (que incorpora ficticiamente la cantante en sus actuaciones) con un «tú» indeterminado, su pretendida «pareja», a quien le exige que cambie de parecer respecto al perfil femenino de aquel «yo» («yo no soy esa», «esa no soy yo»). La imagen que pretende desterrar se dibuja de manera clara y directa con unas cuantas pinceladas muy significativas («una señorita…», «la paloma blanca…»).  

Desde su arranque, «Zorra» (de la que son autores e intérpretes el dúo Nebulossa) es también la voz de una primera persona que le habla a una segunda, para deshacer una imagen tradicional de mujer:

Cambiar por ti me da pereza.
Ya sé que no soy quien tú quieres,
entiendo que te desespere.

Es diferente,  en cambio, el desarrollo que realiza uno  y otro texto de ese tema: mientras en el de Mari Trini se hace mediante negación, en el de «Zorra» se realiza afirmativamente, describiendo la propia conducta y haciendo ver, a un tiempo, que es la que el «tú» califica con el término inaceptable y duro, de «zorra»:

Entiendo que te desespere.
Si salgo sola, soy la zorra;
si me divierto, la más zorra;
si alargo y se me hace de día,
soy más zorra todavía.

Estos versos puede que hayan llevado a confusión a una parte del público y los críticos, que han visto en ellos la aceptación del áspero calificativo y una especie de autoinculpación como «zorra». No es así. Se desprende de todo el contexto que el vocablo procede del «tú», como una acusación falsa e injusta. Es como si dijera: «Si salgo sola, me llamas zorra…».

En esta primera parte, el talante de la letra de una y otra canción también es diferente, más comedido e incluso cortés en «Yo no soy esa», más brusco y descarado en «Zorra». El mismo empleo de esta palabra, que, frente a «señorita», posee gran fuerza comunicativa como complejo de significados despectivos, contamina todos los versos y hace el mensaje más recio, más combativo; me parece un tanto cercano al estilo, no pocas veces agrio y desgarrado, del hip hop.

En la segunda parte, se aproximan las dos canciones, por cuanto, cada una a su manera, encierran una advertencia expresa, casi una atrevida amenaza, a ese «tú» que tanto desconsidera a quien habla. Dice la de Mari Trini:

Pero, si buscas tan sólo aventuras,
amigo, pon guardia a toda tu casa.
Yo no soy esa que pierde esperanzas.
Piénsalo.

La música de este fragmento realza su contenido en relación con las demás estrofas, pues la melodía asciende en tono y volumen.

La letra del dúo Nebulossa es esta:

Yo soy una mujer real.
Y, si me pongo visceral,
de zorra pasaré a chacal,
te habrás metido en un zarzal.

En el aspecto musical, son bastante diferentes las dos canciones. La de Mari Trini es una especie de balada pop, algo delicada para el oído de hoy, tanto en la melodía como en el acompañamiento orquestal. En «Zorra», se va repitiendo una misma frase melódica, casi idéntica en prácticamente todos los versos, muy sencilla,  un tanto plana, que la hace parecerse, también en esto, al rap. En el acompañamiento sobresalen los golpes de timbal (batería electrónica), que aportan un gran dramatismo, por una parte, y un timbre como de bronco rugido, por otra. Estos caracteres diversos se adecuan bastante bien al talante de los textos, de sensibilidad también diferente.

En conclusión, se trata de dos canciones reivindicativas, muy cercanas en cuanto a la queja y el propósito que expresan. Buena parte de los rasgos que las diferencian se deben, quizás, a su pertenencia a dos épocas relativamente distantes, en cada una de las cuales el límite, en lo literario y en lo músical, de la «protesta» que plantean queda situado a diversa distancia: «Zorra» representa un paso más respecto a «Yo no soy esa», a la que la estimativa actual le achacaría falta pólvora.

 


martes, 6 de febrero de 2024

ZORRA | EUROVISIÓN2024

Como muchos sabrán ya, la canción ganadora del último concurso musical Benidorn Fest es la que RTVE ha propuesto este año, según lo acordado, para participar en el popular Festival de Eurovisión. Tiene un título llamativo, que causa sorpresa: la palabra «zorra». Está siendo bastante comentada la decisión de Televisión Española e incluso hay quien cree que no será admitida por Eurovisión o tendrá problemas para serlo. Ya que está de actualidad, me propongo en las líneas que siguen exponer una breve información sobre el término y sobre la legitimidad de su uso, en general y en este contexto musical en particular.

El término «zorro» posee en español varios significados o grupos de significados. Uno de ellos, el más noble, diríamos, es el que nombra el animal de todos conocido, el odiado «cazagallinas» de muchos corrales, de la familia de los cánidos; su denominación científica es Vulpes vulpes, de donde el sinónimo «vulpeja»; también se le llamó «raposo». De todos los valores que recoge el diccionario de la RAE, el más despectivo o negativo lo adopta en femenino, y no es otro que ‘prostituta’. En esa misma obra académica aparecen más variantes semánticas, que posiblemente enlazan con ciertas características del animal que llamamos «zorro», pero que pueden aplicarse a otras especies e incluso a humanos: «cuco», «taimado», «perezoso», «lento», etc

El título de la canción eurovisiva se ubica claramente en el campo semántico relacionado con el meretricio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el vocablo, sin salir de este ámbito significativo, ostenta acepciones menos duras o extremas, que son quizás las más frecuentes en el habla cotidiana: mujer de costumbres poco honrosas o de moral dudosa o laxa, fresca, resuelta, atrevida, ordinaria, desvergonzada’, sobre todo ―aunque no exclusivamente― en lo referente al sexo en sentido amplio. Según creo, es esta la perspectiva semántica que se atisba tras el nombre de la canción «Zorra», tal como se aprecia, además, a lo largo de las estrofas y el estribillo:

Si salgo sola, soy la zorra;

si me divierto, la más zorra;

si alargo y se me hace de día,

soy más zorra todavía.

 

En síntesis, el texto, de raigambre claramente feminista, es una invectiva contra la mentalidad machista, que menosprecia a las mujeres si se comportan huyendo de trabas y prejuicios trasnochados. Termina con una especie de advertencia, casi amenaza, que juega, ingeniosamente, con los términos «zorra» y «chacal»:

Yo soy una mujer real (zorra, zorra, zorra)

Y, si me pongo visceral (zorra, zorra, zorra,)

de zorra pasaré a chacal,

te habrás metido en un zarzal.

Algunos periodistas especializados han apuntado la posibilidad de que los responsables del festival censuren la letra y obliguen a los autores, el veterano dúo Nebulossa, que son también los intérpretes (María Bas, Alicante, 1968, y Mark Dasousa, Alicante, 1974), a sustituir o borrar algunas expresiones, basándose en una norma del reglamento que prohíbe los términos indecorosos u ofensivos. Ya ha ocurrido con otras, como por ejemplo con la canción española «Baila el chiki chiki», de Chiklicuatre. Sinceramente, yo no veo motivo que pueda fundamentar tal decisión. En efecto, la palabra «zorra», que, con fondo despectivo, puede representar un insulto en la comunicación diaria, no es utilizada aquí como tal ofensa, puesto que reproduce «lo que dicen, lo que llaman» otros, muchos, a las mujeres cuando, en opinión de ellos se salen de la norma, supuestamente indiscutible e inmutable. Es una palabra ajena, es un discurso que queda invalidado. Las cosas no son ya como creen algunos aún. Y continúa afirmando con orgullo, con tono de desafío:

Estoy en un buen momento (zorra, zorra),

reconstruida por dentro (zorra, zorra).

Y esa zorra que tanto temías se fue empoderando

y ahora es una zorra de postal (zorra, zorra, zorra)

a la que ya no le va mal (zorra, zorra, zorra),

a la que todo le da igual.

Lapídame, si ya, total,

soy una zorra de postal.

 

No veo yo mal gusto, ni injuria, ni insulto, ni agravio que lleve a suprimir tal o cual verso, de este conjunto que constituye un poema, de mayor o menor calidad literaria, esa es ya otra historia. Lo único que aprecio es una crítica cantada, por cierto con una melodía sencilla, pegadiza, penetrante, y una base de percusión intensa y poderosa, que le da un aire épico; una sátira que situaría en el grupo de aquellas denominadas hace décadas, en conjunto, «canción protesta», del que formaron parte artistas y obras de tanto mérito y talento. No estaría mal que volviera a estos tiempos aquella moda.

viernes, 19 de enero de 2024

MINIRREFORMA DE LA CONSTITUCIÓN

 

 


El Congreso de los Diputados ha aprobado la modificación del artículo 49 de la Constitución Española, con el fin de introducir una nueva denominación de las personas con ciertas características particulares. Hasta ahora, decía así:

"Los poderes públicos realizarán una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos".

 

La reforma se centra en la palabra «disminuidos» y hace que el nuevo texto sea el siguiente:

"Las personas con discapacidad ejercen los derechos previstos en este título en condiciones de libertad e igualdad reales y efectivas. Se regulará por ley la protección especial que sea necesaria para dicho ejercicio.

Los poderes públicos impulsarán las políticas que garanticen la plena autonomía personal y la inclusión social de las personas con discapacidad, en entornos universalmente accesibles. Asimismo, fomentarán la participación de sus organizaciones, en los términos que la ley establezca. Se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad".

En síntesis, el principal cambio que pretendo comentar consiste en la sustitución de la expresión «disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos» por «personas con discapacidad». En primer lugar, diré que, tratándose de una mera mutación nominal, lo suyo es contar con la opinión de especialistas en cuestiones del idioma y haber solicitado un informe a la Real Academia de la Lengua, por ejemplo, sobre la conveniencia y oportunidad del cambio y el modo más adecuado de efectuarlo. No sé si se ha requerido, pero me temo que no. De haberse llevado a cabo, la institución habría remitido al diccionario por ella elaborado, antes o después de las observaciones que hubiera creído pertinentes. Me traslado, pues, a dicha obra y copio lo que en ella se lee sobre las dos expresiones. Para la hasta ahora vigente, «disminuido», dice:

Adj. Que ha perdido0 fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal. Apl. a pers., u.t.c.s.

Sinónimos: reducido, encogido, discapacitado, minusválido.

Para la definición de «discapacidad», dice:

«1. f. Situación de la persona que, por sus condiciones físicas, sensoriales, intelectuales o mentales duraderas, encuentra dificultades para su participación e inclusión social.

Sin.:

 minusvalía.

2. f. Manifestación de una discapacidad. Personas con discapacidades en las extremidades.»

Analizando ambas explicaciones, confieso que tengo dificultad para apreciar diferencias importantes, salvo que la primera es más escueta y la segunda, más detallada. Son, prácticamente sinónimas y ambas comparten el equivalente lingüístico «minusválido». Hasta aquí, pues, no se ve con claridad razón suficiente para mudar la redacción del texto legal. En todo caso, si relacionamos «disminuido» con algunas acepciones del verbo «disminuir», de las que recoge el propio diccionario académico en el apartado de sinónimos («reducir, menguar, mermar, rebajar, restar, acortar, empequeñecer, menoscabar»), puede apreciarse un cierto tinte peyorativo, creo que inherente al sentido de pérdida (en el componente físico o psíquico) al que puede aludir en muchos contextos. Sin embargo, no le va a la zaga el competidor «discapacitado» o «persona con discapacidad», en donde el prefijo «dis-» aporta con toda evidencia un contenido negativo, como en «discordancia», «disculpa», «disconforme», etc. De este modo, para todos los que hablamos español, «discapacitado» es un hiperónimo que, lo mismo que «disminuido», menciona a una persona que carece de una o varias capacidades o las posee en un grado inferior. Se parece mucho a «incapacitado», pero tal vez este sea más áspero o crudo. Todas las anteriores comprobaciones me llevan a reiterar la poca ventaja, si es que hay alguna, de expulsar del diccionario «disminuido» e introducir «persona con discapacidad».         

Casi seguro que uno de los móviles de los promotores del cambio se relaciona con el deseo de poner en circulación, al menos en el uso político, jurídico y administrativo, sinónimos que no molesten, que no ofendan, que no resalten defectos, limitaciones o menoscabos, o no lo hagan mucho. Un ejemplo claro lo hallamos en la denominación de ciertas personas extranjeras, como la preferencia de «musulmán» o «árabe» por «moro», «corpulento» por «gordo», «mayor» por «viejo», etc. Se trata, sin duda, de un aspecto del movimiento o corriente de lo políticamente correcto o del buenismo. Pero, ¿es seguro que suena realmente mejor «discapacitado» o «persona con discapacidad» que «disminuido»?, ¿es más suave, más delicado? Puede que sí, que en el uso diario, la palabra constitucionalmente sustituta, «discapacitado», aluda menos descarnadamente que la suplantada, «disminuido», a la condición, innata o adquirida, de ciertas personas con dificultad para integrarse y desenvolverse socialmente por razón de alguna merma.

He dicho «en el uso diario», aludiendo al habla cotidiana, de los medios, etc., y queriendo decir que la frecuencia de utilización de un término lo carga de ciertas adherencias valorativas, positivas o negativas, que en un principio no tenía. Así, la expresión «síndrome de Down» vino a desbancar al calificativo «mongólico», de suyo alusivo simplemente al parecido facial, cuando llegó a arrastrar este adjetivo o sustantivo una enorme carga despectiva ya, muy visible en la abreviación «mongolo». Puede que algo así hayan considerado los grupos políticos del Congreso partidarios de que se vaya desterrando el apelativo «disminuido», pensando que trasluce demasiado el hecho de que a la persona así nombrada «le falta algo». En cambio, el sinónimo o casi sinónimo «discapacitado» o «persona discapacitada», por ser reciente y menos transparente semánticamente (a no ser que se la analice con detenimiento), está aún bastante libre de coloración peyorativa. El mecanismo no se sitúa, por otra parte, lejos del que opera en la sustitución eufemística, del tipo «gay» u «homosexual» por «marica», por ejemplo. Sabido es que los cultismos, los tecnicismos e incluso los extranjerismos suelen cumplir bastante bien esta función sustitutoria.

No entraré a discutir si el cambio léxico contribuye mucho o poco, o nada, a la aparición o fomento de nuevas actitudes y valoraciones sociales de la «discapacidad». Puede que de nuevo se le llene la mochila de significados despectivos a la palabra incorporada y haya que buscar otra. No lo sé. En el fondo está la pregunta sobre si la realidad, en este caso mental, cultural, es la que crea el lenguaje y lo modifica a su gusto, o bien sucede al revés, que es la lengua la que da lugar a la forma de pensar y sentir.. Hubo una época, primera mitad del siglo XX, en la que los especialistas se interesaron mucho por reflexionar sobre la cuestión. Ciñéndome a la reforma del artículo 49, me da la impresión que los políticos se ubican en su mayoría en el bando de los segundos (“hipótesis de Sapir-Whorf”). Quizás es porque juzgan que «queda bien y que contribuye a cambiar el mundo».

Voy a referirme, por último, a la inclusión del nombre «persona» para componer la nominación nueva: «persona con discapacidad», en vez de «discapacitado»,  que habría conservado el paralelismo formal con la anterior texto. Creo que aquí ha primado una razón ideológica, que no es otra que la que está en la base del llamado lenguaje inclusivo o no sexista. Este movimiento, de origen feminista, defiende el uso expreso del masculino y femenino cuando se alude a grupos de personas de ambos sexos, prohibido ya por la Real Academia, o bien el empleo de palabras genéricas, no marcadas por la alusión a ninguno de los dos sexos. Precisamente, es el caso de «persona», que aparece hasta dos veces en el nuevo artículo 49. En pos de la coherencia, los legisladores han introducido un enunciado de color netamente feminista también, que me parece incluso denunciable por discriminatorio, pues da preeminencia a la protección de las mujeres y los menores «con discapacidad» sobre la que merecen los hombres adultos en idéntica situación: “Se atenderán particularmente las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad".

 


 

 

 


domingo, 3 de diciembre de 2023

LA HISTORIA SE REPITE

  


En efecto, la historia se repite. Iba a decir inexorablemente, pero me lo callaré porque tal vez sea excesivo. Mejor me quedo con frecuentemente, periódicamente…, adverbios mucho más prudentes. Algo de los hechos que voy a referir en el párrafo siguiente, muy lejanos en el tiempo y en el espacio, parece que se ha repetido en la actualidad aquí mismo, en  nuestro país.

Hubo un rey, de nombre Enrique VIII, que ejerció a su antojo en la isla llamada Inglaterra en el siglo XVI, desde 1509, cuando accedió al trono con 17 años,  hasta 1547, en que murió. Fue un soberano en extremo autoritario, fiel practicante de lo que llamamos «monarquía absoluta». Se casó con la princesa española Catalina, hija de los Reyes Católicos y tía, por lo tanto, del emperador Carlos V (de Alemania y I de España). Por desgracia para la pareja, sobre todo para la esposa, durante los años que duró su matrimonio no tuvieron hijos que sobrevivieran, lo que significaba una gran contrariedad para Enrique, que deseaba a toda costa un varón que fuera su sucesor. En estas estaban cuando apareció por el palacio en 1522 una bella y atrevida dama, de nombre Anne Boleyn (Ana Bolena ), de la que se prendó el rey y quiso tomarla como amante; ya lo era de su hermana. Ella se negó y exigió ser esposa y reina. Solicitada la nulidad del casamiento con Catalina, el papa Clemente VII, a la sazón prisionero del emperador Carlos, se negó como modo de vengarse de él en la persona de la desventurada reina española de Inglaterra. Mal aconsejado, el joven rey no vio más salida que huir hacia adelante: deshacerse de la obediencia a Roma, hacerse proclamar cabeza de la Iglesia en su país y causar un cisma. Sería el origen de la denominada Iglesia Anglicana. No es que desobedeciera al pontífice romano en una norma puntual, es que rompió los lazos sacramentales que, como bautizado, lo unían a la institución católica, lo mismo que hizo Lutero. Clemente VII excomulgó al hereje y apóstata, pero a él ya le daba igual, pues campaba por sus respetos. Tanto que, cuando se hartó, hizo ejecutar a Ana Bolena y se unió a otra mujer, luego a otra y otra, hasta seis, con algunos repudios y una condena a muerte más. Para eso era el rey de la nación y el jefe de la iglesia allí implantada.

La historia tiene más detalles y matices, pero no quiero entrar en pormenores ni extenderme mucho. Destaco dos circunstancias que me servirán después para hacer un paralelo con nuestro tiempo. Primero, queda clarísimo como el agua que Enrique VIII no se guiaba más que por su santa ―es un decir― voluntad, situada por encima de todo y de todos. Obraba de acuerdo con sus intereses y sus deseos, incluso carnales. No pocos asesinatos, cubiertos con el falso manto de la legalidad, como condenas por traición, respondieron al puro capricho, por no apoyar pretensiones: el caso de Thomas More (Tomás Moro, reconocido después  como santo por la Iglesia Católica y por la propia Anglicana) es muy conocido. En segundo lugar, está la ruptura con la Iglesia Católica (apostasía), la usurpación de la autoridad papal (delitos infames en la época), la confiscación de los bienes de las órdenes militares y religiosas, etc., arrastrado por un objetivo erótico y un empeño político personal: consolidar en el poder a su dinastía, la de los Tudor, mediante un heredero varón. Contrasta sobremanera con todo ello y deja en evidencia las verdaderas intenciones del rey inglés, lejanas a la teología y a la moral, el hecho de que, poco antes del largo proceso para deshacer su primer matrimonio y de su disidencia religiosa, fuera considerado un ferviente católico que incluso llegó a publicar el libro Assertio Septem Sacramentorum (Defensa de los siete sacramentos), gracias al cual fue reconocido en 1521 con el título de Defensor Fidei por el papa León X. En esta obra defendía el carácter sacramental del matrimonio y la supremacía del Sumo Pontífice, y fue vista como una importante muestra de oposición a las primeras etapas de la Reforma Protestante, especialmente a las ideas de Martín Lutero.

Nos saltamos cinco siglos y llegamos al XXI. En nuestro país, un presidente del gobierno que ya intentó ser elegido para la Secretaría General de su partido mediante pucherazo en 2016 (recordemos la urna de detrás del biombo, https://www.larazon.es/espana/el-fallido-pucherazo-de-sanchez-con-unas-urnas-sin-control-provoco-su-caida-FA13648951/), ha accedido a la continuación en el cargo de una manera muy particular. En efecto, tras las elecciones del 23 de julio de este año de 2023, en las que el ganador fue el Partido Popular, este señor ha pactado con todo Cristo (conservadores, independentistas, filoetarras) con el único y exclusivo fin de conseguir unos cuantos votos, 7 (aunque solo eran necesarios 5), en el Parlamento para ser presidente del gobierno por segunda vez. Pero no para ahí la cosa: esos votos no los han dado gratis los partidos requeridos, sino que, al menos en el caso catalán, y de momento, se encaminan a comprar, después del indulto y la reforma del Código Penal a su favor, una ley de amnistía para los condenados (y huidos) por su actuación en el procés, ley inconstitucional según la opinión de la mayoría de los juristas, la condonación de 15.000 millones de euros de la deuda con el Estado y una serie de concesiones actuales y futuras, conducentes, seguramente, a la independencia. En muchos medios se ha venido hablando de que el mencionado presidente ha vendido la unidad de España y la igualdad de los españoles para lograr su meta personal de seguir en la Moncloa, desechando otras posibilidades como un acuerdo con el PP para el respaldo a Feijoo, el ganador en julio, mediante la emisión de votos o con la simple abstención. Por último, quiero reseñar un hecho destacado, que ningún español desconoce: el de que hasta el 21 de julio, último día de campaña electoral, estuvo proclamando el entonces candidato la inviabilidad constitucional de la amnistía y el rechazo a otras peticiones secesionistas.

No pretendo equiparar las dos figuras políticas cuya actuación he retratado de forma sumaria; tampoco, la trascendencia histórica de su comportamiento. Pero no puede negarse un cierto paralelismo, no tanto en los hechos, claro está, como en las actitudes. No se olvide, por otra parte, que la monarquía del siglo XVI en Inglaterra y otros países era un régimen absolutista conocido y aceptado por todos, y hoy nos hallamos en un sistema considerado democrático. Que un rey como Enrique VIII hiciera y deshiciera a su gusto a nadie le extrañaba ni a eso se oponía nadie, pues su poder provenía del cielo. Asombra, sin embargo, que lo que está sucediendo en España en los últimos tiempos admita cierta similitud con algún aspecto de la trayectoria del soberano británico.

 



domingo, 26 de noviembre de 2023

MI PARTIDO

 


Dice un refrán, sabio y cierto como todos: «Obras son amores, y no buenas razones». O sea, que las palabras («razones») no valen tanto como los hechos («obras») para demostrar, justificar, probar, definir, calificar… a una persona, una institución, una organización, etc. Fíjense en su comportamiento, parece aconsejar, no en su discurso. Este principio lo veo estrechamente conectado con aquel pasaje evangélico donde Jesucristo afirmaba ante sus discípulos y seguidores: «Por sus obras los conoceréis» (Mateo 7:20-23). Está claro. Estamos de acuerdo. Pero, ¿a dónde quiero ir con este pequeño trozo de filosofía de la vida?

Hace unos días, vi y escuché en Youtube una entrevista que Álvaro Nieto realizó a Alfonso Guerra, con motivo de la próxima presentación de su libro La rosa y las espinas, una transcripción de los pasajes más destacados de un documental audiovisual realizado por el cineasta Manuel Lamarca ((70) Entrevista a Alfonso Guerra - YouTube).  Según creo, pues aún no lo he leído, contiene una especie de biografía política propia y del país durante los años de actividad pública del señor Guerra. La entrevista, como todas las que he presenciado de este político, es muy sustanciosa y, sin embargo, entretenida y amena, en parte por la enorme cantidad de información que atesora, y también por sus opiniones y valoraciones de personas y hechos, valientes, muy personales, aunque moderadas y respetuosas. Ya no se encuentran políticos con esta sabiduría y este talante refrenado, tal vez algo diferente, la vedad sea dicha, de la actitud que mostraba cuando era vicesecretario de su partido y vicepresidente del gobierno. En aquellos años, según confiesa él mismo, Felipe González y él encarnaban los papeles de «bueno» y «malo», perpetuado, según confiesa, no porque respondieran a sus respectivas formas de ser y de pensar, sino porque el dúo de roles «funcionaba muy bien» como estrategia de marketing político.  

Después de este preámbulo, entro ya en materia. El periodista le pregunta en la entrevista a la que me refiero si en las últimas elecciones generales votó al Partido Socialista. En el contexto de la conversación, esta cuestión es pertinente porque, antes del momento de ser formulada, el interrogado ya había expresado unas cuantas opiniones contrarias a la acción política del gobierno de Pedro Sánchez y a la deriva del propio partido. La respuesta fue «Sí», con lo que sirvió en bandeja la siguiente intervención del entrevistador: «¿A pesar de sus críticas y comentarios negativos?». Yo me esperaba cuál sería la puerta por la que se escaparía verbalmente el curtido político sevillano, porque más de una vez se la había oído, a él y a otros conmilitones de su generación, como el mismo Felipe González: «El PSOE es mi partido. Desde siempre. Y yo he trabajado incluso en su configuración desde joven…» (las frases no son literales, pero mantengo el sentido de las pronunciadas, según podrá apreciarse, si se desea, en el vídeo de Youtube). Con posterioridad sigue hablando, con un aire que lo hace parecer sincero, de iniciativas y medidas provenientes del partido gobernante de las que disiente abiertamente.

La incoherencia, desde mi punto de vista, es flagrante, un sonoro choque entre el decir («buenas razones») y el hacer («obras»), sobre todo teniendo en cuenta que su oposición al ejecutivo socialista no se refiere a temas de índole menor, como por ejemplo la amnistía de políticos catalanes e incluso la negociación en Waterloo, «una ignominia». Una persona define su particular ideología política con las siglas escritas en la papeleta que deposita, ahí se observa su credo, esa es su fe, por encima, o por debajo, de todos los ataques e invectivas que dirija privada y públicamente a quien luego respalda con su voto. Sinceramente, el señor Guerra pierde así credibilidad, confianza, respaldo; desde luego, los míos, si alguna vez los hubiera tenido. La actuación pública de otro dirigente («barón») socialista merece ser tildada por igual de falsa, llena de fingimiento e incluso de cierta hipocresía: me refiero al presidente de Castilla-La Mancha, García Page: habla, habla, habla…, pero… Seguro que hay muchos más socialistas, viejos y nuevos, que, para su deshonra, según creo, ponen en práctica este mismo sistema.

Otra falacia de la retórica que vengo analizando es la siguiente: consideran el partido como algo separado de sus miembros, al cual se puede «pertenecer», «votar», sin tener nada que ver con los que lo componen en un momento dado. En realidad, «el partido» es una entidad abstracta, que se concreta o materializa, que existe solo a través de los inscritos, fuera de los cuales no es nada, únicamente un nombre. Es otra vía forma de huir para no verse o no hacer ver que se está fuera de hecho, aunque sí de pensamiento.

Pero hay más. En otro momento de la conversación del señor Guerra con Álvaro Nieto, este cita una frase de Pedro Sánchez en la que el presidente viene a decir, más o menos (V. vídeo de Youtube), que «El de ahora es un PSOE nuevo», con objeto de que su interlocutor la enjuicie. Este contesta con toda rotundidad: «No es un nuevo PSOE, es otro PSOE». Y, ante eso, me planteo yo que, si no solo no está de acuerdo con ciertas directrices fundamentales del partido, sino que cree que es «otro» partido, ¿cómo puede decir que vota al que es su partido, si él mismo cree que ya no lo es, que es otro? Evidentemente, se trata de un discurso trucado, que intenta justificar lo injustificable y que muestra a las claras la contradicción. ¿O quizás la indecencia?

A mí me parece que bastantes políticos socialistas de la generación de Felipe González y Alfonso Guerra, después de una brillante y larga trayectoria, van a sufrir un final difícil, oneroso, debido a la línea que ha emprendido en los últimos años el PSOE, promovida por su máximo dirigente. Van a verse arrastrados hacia una encrucijada que no permite elegir ninguna vía de escape cómoda ni seguramente muy honorable: salirse del partido y renegar de toda una vida, someterse con docilidad y en silencio a una doctrina y una praxis con las que no comulgan, o mantener una postura vergonzante y de insostenible doblez como la del Sr. Guerra y otros.


domingo, 12 de noviembre de 2023

"LEYES" DEL MERCADO

 


El hecho de que no entienda ni una pizca de economía no me impide efectuar una breve reflexión sobre algunas de las acciones en el ámbito del mercado más comunes, con más permanente presencia e incidencia en nuestra vida diaria. Por no saber, no sé ni su nombre, si es que lo tienen, ni se me ocurre cómo denominarlas con un único término, fuera del genérico de «subida de precio» o «encarecimiento»; aunque sería mejor disponer de un vocablo o expresión opuesto a «rebajas». Añado que esas maniobras me resultan absolutamente incomprensibles, por no decir injustas y repudiables. Voy a tratar de explicarme.

Primero voy a referirme a un tipo de subida de precios un poco especial, la que se produce cuando hay mucha demanda y aumenta el consumo. Por ejemplo, en las proximidades de la festividad de Todos los Santos, contigua a la de los Difuntos, cuando muchas personas acuden a limpiar y ornar las lápidas de los nichos y los sepulcros en tierra donde reposan sus seres queridos, he advertido que un producto como las flores, determinados tipos de flores, incrementan su precio de forma ostensible, un 20 o 30 por ciento como mínimo. A la mayoría de los consumidores, casi siempre consumidoras, esto les parecerá normal, simplemente porque es lo acostumbrado, lo habitual, lo de toda la vida, pero no porque se hayan preguntado la razón y hayan encontrado una respuesta lógica, comprensible, un motivo que justifique el fenómeno. Parecida ocurrencia se repite anualmente cuando llega la Navidad:, como accionado por un resorte, asciende el precio de los alimentos propios de esas fechas (marisco, pavo, dulces, licores, champán…), algunos hasta niveles astronómicos, como es el caso de ciertos pescados. ¿Por qué?   

Eso me he preguntado y no he encontrado una respuesta razonable. Seguro que tendría que estudiar y documentarme un poco más sobre el motivo de los vaivenes en el ámbito de la compra-venta. Aunque estoy casi seguro de que no llegarían a convencerme del todo, porque lo que he oído y leído hasta ahora sobre el tema apunta a que sencillamente es una ley del mercado, una forma de preservar el sostenimiento de este mediante una operación compensadora. Es decir, las mencionadas festividades son momentos en que la curva de ganancia ha de elevarse y contrarrestar así los descensos de otras épocas del año no señaladas. No termino de entenderlo, a no ser que se trate de que hay pérdidas continuadas de los vendedores de flores y comidas o bebidas de Pascua, excepto por Difuntos y Navidad, pérdidas equiparables cuantitativamente a las ganancias que proporciona el encarecimiento de las mencionadas festividades. Pero, cualquiera aseguraría que las cosas no son así. Lo que ocurre, es mi opinión, es que los comercios aprovechan las épocas en que los compradores efectúan un aprovisionamiento casi obligatorio en esos momentos (flores o alimentos), para incrementar varios puntos los ingresos habituales durante el resto del año. Se da, sencillamente, un fenómeno de explotación del consumidor en las compras «de temporada». De donde se desprende que soy partidario de que se controle esta especie de desmadre temporal de precios, con la intervención de la inspección en este terreno. Creo que sería mejor que un objeto o producto costara igual todos los meses del año y que los comercios se conformaran, sencillamente, con la considerable crecida de las ventas de determinados productos en determinadas fechas.

Paso a analizar con brevedad otra circunstancia relacionada con lo dicho arriba, a la que creo que merece la pena prestar atención. Estamos acostumbrados a unas subidas periódicas, más aún, frecuentes, de los carburantes, gasolina y gasoil. Siempre se justifica por la subida del precio de los crudos en origen, acordada por la OPEP y similares. Una primera  valoración es muy sencilla y bastante de cajón, y no difiere, además, de la que se oye en la calle: ¿por qué no bajan cuando desciende el precio del petróleo? Pregunta/queja impecable o, como suele decirse, de libro, pecado mortal del mercado cometido por esa ley no escrita. El segundo yerro se comete en espacios más escondidos y de más difícil acceso: si el aumento en las gasolineras es siempre, según dicen, proporcional al encarecimiento en origen, entonces los intermediarios, es decir, las grandes petroleras, nunca pierden, todas las subidas las paga el consumidor de a pie. Como es natural, este abuso lo baso en una hipótesis, una condicional cuya veracidad no he comprobado, pero no me extrañaría llevar razón. Lo mismo podría decir de todos los productos que cuestan más por motivo del encarecimiento del petróleo y de la gasolina o gasoil. Aquí se añade un aspecto más: ¿por qué sube el aceite de un día para otro, como se da, si el total del año estaba producido y embotellado antes de la subida de los carburantes?

Preguntas que dejo en el aire, por si alguien quiere y se atreve a recogerlas y hallar alguna respuesta aceptable (para mí).

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