jueves, 22 de octubre de 2009

LA GUERRA..., ¡UNA MIERDA!

Sin comerlo ni beberlo y, lo peor, sin esperarlo, me convertí en el esloganero del sindicato. No sé si ese palabro está en la Academia o es un bodrio que yo me he guisado. A lo que me refiero es al tío que hace los eslóganes cuando se prepara una manifestación, concentración o movida similar. Exclamaciones como “¡Que no cierre la Ford! ¡Que no, que no, que no!”, o bien “¡Las frutas, de España! ¡De Marruecos, ni castañas!”. Así, para que chille a grito pelao toda la masa militante. Pongo estas, porque son de las últimas creaciones de Nono, el esloganero oficial, antes de tener el accidente. Se pasó casi ocho meses en el hospital, muy fastidiado. Precisamente por eso, me dieron su puesto y su rango.

Yo siempre me iba con Nono a su casa cuando tenía que inventarse frases. Pero más que nada porque admiraba su talento, sus ocurrencias, su puntería para darle al enemigo en el tomate, su guasa incluso... Y me lo pasaba en grande. A veces me pedía opinión sobre alguna palabra o giro, o sobre el resultado final. Y yo, como es lógico, siempre le respondía “¡Genial, de lujo!”. Lo decía de verdad, aunque él me llamaba “pelotas”, “sobón”... Bueno, pues únicamente por eso, porque parecía que colaborábamos, aunque no fuera verdad, creo yo que me encargaron los lemas para la siguiente manifestación. Todo el mundo sabía quién era el verdadero autor, pero Juanma, el coordinador, echó mano de mí porque nadie hubiera querido tragarse el marrón y porque yo era el único que, por lo que he dicho, no podía negarme.

Iba a ser una marcha enorme contra la guerra de Afganistán donde nos había metido el gobierno carca de García Peinado, convocada por los partidos de izquierdas, los sindicatos, organizaciones pacifistas... Total, mogollón de gente.

Me hicieron el encargo un jueves y yo tenía que entregar el lunes siguiente, porque los coordinadores ser reunían el martes. El acto estaba fijado para el sábado. Debían ser al menos cuatro eslóganes. Como es normal, yo me puse atacado. Nunca había hecho nada así y temía que no me saliera ni una frase en condiciones. Así, fui retrasando el momento de ponerme y lo dejé para el domingo, en que estaría solo en casa. Me quedaría sin fútbol, pero... bueno.

Después de almorzar, me fui al salón, donde podría disfrutar de soledad, tranquilidad y silencio. Un whisky, unos cuantos folios, lápiz y goma, o sea, las herramientas que veía usar a Nono. Recordaba también su sistema de trabajo ("Si no tienes sistema...", decía Nono): primero, los argumentos; luego, las rimas.

Empecé a pensar motivos para decir “no” a la guerra. Era lo que mi maestro llamaba “material de fondo”.
- Se matan inocentes
- Se destruyen las ciudades, las casas, las fábricas..., produce el follón para mucho tiempo
- Siembra el odio
- Es un enorme gasto de dinero que se podría invertir en educación o sanidad
- …
Tardé como un cuarto de hora en parir estas ideas. Como ya no se me ocurrían más, pasé al “material de forma”, como Nono denominaba las rimas. Palabras que rimen con “guerra”, que era el término fundamental, claro:
- sierra
- cierra y encierra
- tierra y entierra
- perra
- aterra
- yerra
- ...


El tercer paso era escribir una primera parte de la exclamación, o sea, como el primer verso, y luego el segundo, rimando con él. Se empezaba, según Nono, por los motivos o argumentos. Así que cogí el que había escrito primero: “se matan inocentes”, para pensar palabras que terminasen en “-entes”. Me salieron estas: “dementes”, “permanentes”, “afluentes”, “aguardientes”, “clientes”, “dientes”, “potentes” e “imponentes”. Fui descartando y me quedé con “dementes”, que me parecía que iba más de acuerdo. Por supuesto, mucho más que “aguardientes”, “afluentes”, “imponentes”, que pegarían en un eslogan antibelicista tanto como Fidel Castro en una Primera Comunión. Y me lancé a crear el primer eslogan de mi vida. Evito todos los intentos fallidos, unos doce o catorce. Al final, me inventé este, que di por bueno: “Luchar es de dementes, que matan inocentes”. Ya oía en mi imaginación a miles y miles de comprometidas y emocionadas gargantas gritando contra los locos salvajes que matan criaturitas... ¡Venga! ¡Vamos por otro! Esto no es tan complicado. Pasé a lo segundo que había apuntado y el pareado final quedó así: “La guerra es un follón, que matan un pilón”. Se parecía un poco al primero, pero… me sonaba bien, ¡qué fuerte eso de “un pilón”! Tenía la seguridad de que estaba trabajando bien. Y me sentí orgulloso y contento por mí y también por mi amigo, el titular.

A continuación, lo mismo que hacía Nono, me pasé a los “materiales de forma”, o sea, a la palabra “guerra” y sus rimas más convenientes. Me salieron dos, bastante estimables, creo: “¡No más guerra, sobre la faz de la Tierra!” y “Si vas a la guerra, eres hijo de perra”. Me gustó mucho lo de “la faz de la Tierra”, que me sonaba a la belleza de la Naturaleza, la paz…El otro no tendría problemas por la alusión a las putas, porque la evitaba. “No hay que pasarse”, era el catecismo de Nono. Lo de “si vas a la guerra” parecía que le hablaba a los soldados, que no van porque quieran…, sino porque los mandan y se ganan así el sueldo; pero, también pueden salirse del ejército, ¡qué carajo!

Con estos cuatro eslóganes, di el trabajo por terminado. Miré el reloj y eran las 8:15, así que aún podría ver casi todo el partido. Cuando terminara, se los mandaría a Juanma en un correo.

Así lo hice.

Luego, antes de irme a la cama, fui a mirar si me había contestado, acusando recibo al menos. Y, efectivamente, tenía una respuesta del jefe: “Esas frases, letra a letra, te las metes por el mismo culo, que es donde está la mierda. ¡So melón!”.

martes, 6 de octubre de 2009

PROMESA DE LA MAÑANA

Después de Fotopoemas , he tenido la oportunidad de leer un segundo libro de Nicolás Ramos, Promesa de la mañana (Benalmádena, 2005). Es un tomito de poemas breves, “formado por cuatro cuadernillos [...], ahora ordenados en sucesión temporal y completados con una sección final, ‘La luna en el tejado’, inédita hasta ahora” (A. Carvajal, “Introducción”, pp. 7-8).
Y de nuevo me atrevo a garabatear unas breves impresiones personales, siquiera sea par dar noticia de mi parecer y buscar salida a la emoción en mí avivada. Como la vez anterior, me fundo más en mi propio gusto y paladeo, que en categorías críticas de corte académico. Ya está, para eso, la citada “Introducción” del profesor Antonio Carvajal.



Creo intuir que la más rica vena y el más brillante destello de la poesía de Nicolás Ramos se aparecen y nos deslumbran en la descripción, en la descripción lírica. Casi todos los poemas de este libro son, por otra parte, descriptivos. Con una aparente sencillez, con unos medios que parecen muy pocos, con la soberbia humildad del auténtico creador, el poeta nos muestra objetos, lugares, escenas… vistos a su manera, que no es otra que la manera por la cual se convierten en productos estéticos. Para ello cuenta con un eficacísimo lenguaje, cuyo centro y eje es la metáfora. Metáfora construida con materiales verbales cotidianos, que, una vez ubicados en el verso, se transmutan y se cargan de especial potencia expresiva, capaz de pintar el mundo y el universo todo con una faz nueva y hermosamente personal. Metáfora a veces extrema, atrevida, insólita…, tan singular y tan desconcertante como el auténtico arte.
Un primer poema, testigo de lo que indico, es el titulado (igual que el primer cuadernillo) “Azulada sal” (p. 24). Excelente texto, tal vez uno de los más valiosos del libro, en el que descubrimos aquella que llamó V. Aleixandre “ciudad del paraíso”, Málaga. Este es otro paraíso, con formas, colores y hasta sabores aunados en un conjunto inusitadamente bello, dinámico, real en la medida en que lo es la emocionada visión de lo querido:

Málaga es descapotable
y azulada sal
se adhiere a los pómulos de la noche.
A doscientos besos por hora se aproxima
la comisura del horizonte .
A doscientos besos por hora nada
nos detiene.
Málaga es descapotable
y azulada sal
se adhiere a los pómulos de la noche.

De esta primera parte, también destaco el que comienza “Cantaba primorosa una amapola…”, verdaderamente encantador en su simplicidad, con ecos de lírica popular.

Entre las cinco secciones del libro, puede que la mejor sea la segunda, titulada “Mare”, vocablo latino -supongo, como forma simplificada de la expresión “mare nostrum”-, que avanza la temática unitaria del conjunto. Es muy representativo de la poesía que tengo por más genuina de Nicolás Ramos el siguiente poema, cuyo primer verso contiene la clave constructiva e interpretativa de todo él (p. 46):

Mujer, mar,
sosiego, ira,
deseo, inmensidad.

Azules ojos,
mar azul;
ingrávido deseo
de golpear.

Cintura que baila,
barca que tímida navega.

Arena dorada,
cara serena,
orillas fértiles
de aguas inquietas;
labios que besan.

Mujer, mar;
sosiego, ira,
deseo, inmensidad.

La predilección por lo descriptivo diluye en este otro (p. 47) un elemental arranque narrativo, y el mar aparece otra vez como metáfora del amor. O al revés, qué más da.

Flotando ligeramente, espuma, aire.

Dos mares rojos embravecidos
de mutuo acuerdo, agua, cielo.

Se eleva la noche en suspiros
que van y vienen, viento y viento.

Tú y yo, dadivosamente
.

En la medida en que la realidad exterior, como conjunto de sensaciones (por lo tanto, realidad personalmente mudada), constituye lo principal del lenguaje poético de Nicolás Ramos, puede decirse que se trata de una poesía visual. Creo que es así, como lo es la poesía que define el Modernismo intimista español del primer Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. ¡Qué herencia, Dios! Una lírica donde las palabras que nombran las cosas y sus cualidades sugieren, sin decirlo, el sentimiento que engendran y del que se contagian. Poeta visual, sólo así, poeta de la imagen.

La imagen es, precisamente, eje temático de uno de los últimos poemas del libro (p. 66, sección “La luna en el tejado”):

La imagen siempre queda.
Queda el gesto y el perfume,
la mirada triste y serena,
las gotas de rocío…
Unas tardes violeta y frías,
un paseo por las calles,
una risa y un llanto:
la luna en el tejado
.

Estoy seguro de que no fue casualidad la idea de inaugurar el género del fotopoema.

Como acostumbro, termino expresando mi agradecimiento al autor de las obras que, después de disfrutarlas -y por eso-, comento. Muchas gracias, Nicolás.

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