Los malos tiempos empujan a buscar donde no hay, a agarrarse
a un clavo ardiendo, a vender -si hace
falta- el alma al diablo. O a la
divinidad: estoy seguro de que abundan en nuestro país, y quizás en otros, bastantes
hombres y mujeres que han vuelto a mirar a Dios, a Jesús, a la Virgen, para
suplicarles ayuda, para clamarles, “gementes et flentes”, que los auxilie “in
hac lacrimarum valle”, donde transitan una infeliz jornada.
La tradición cristiana nos ha legado la costumbre de nombrar
a la Virgen María patrona de ciudades y pueblos, con advocaciones diferentes.
En realidad, los nombres de la Santa Madre son numerosísimos y de lo más
variopinto, muchos de los cuales califican una faceta de la Señora y, a menudo,
una dimensión de su amorosa dedicación protectora. Además de las archiconocidas
Virgen del Carmen (patrona, entre otros muchos lugares, de Haití) o la Inmaculada Concepción (patrona de los Estados Unidos, junto a otros muchos protectorados), encontramos denominaciones menos
habituales, como Nuestra Señora de los Ojos Grandes, patrona de Lugo, o Nuestra Señora del Tremendal, de Teruel; Nuestra Señora de Caños Santos es la
patrona de Cañete la Real (Málaga): allí todo es “caño” o “Cañete”, incluso las
niñas llamadas como su Virgen, a las que se dirigen cariñosamente los lugareños
con el diminutivo “Cañito” (a veces con pícara mutación de la vocal de la
primera sílaba). Fuera de nuestro país, los colombianos veneran a Nuestra Señora de
Chiquinquirá y los venezolanos piden favores a Nuestra
Señora de Coromoto. Desconozco si, como en el pueblo malagueño, se bautizan
niñitas con los nombres de sus vírgenes y, por supuesto, si les dicen
“Chiquinqui” o “Corito”, por ejemplo.
En mi ciudad, tenemos la fortuna de que la patrona sea la Virgen de los
Remedios, designación oportunísima para sembrar ilusión en los corazones de
tantos paisanos abatidos por la crisis. Realmente, la mayor parte de las
vírgenes de aquí tienen nombres muy apropiados para la confiada invocación en
momentos de penuria. Además de la patrona, están la Virgen de la Esperanza, la
Virgen del Perpetuo Socorro, la Virgen del Consuelo, María Auxiliadora, Nuestra
Señora de la Victoria, entre otras. En general, a lo largo y ancho del mundo
católico, predominan las advocaciones con sentido de protección, de ayuda, de apoyo,
de beneficio…, como Nuestra Señora de la(s) Merced(es) (patrona de Barcelona),
la Virgen de la Paz, Nuestra Señora del Refugio (Pontevedra), Nuestra Señora de
los Desamparados (Valencia), la Virgen de la Caridad, etc.
Otras vírgenes con nombres que denotan desgracia, sufrimiento, abandono o
postración, parecen invitar poco al filial acercamiento. Sin embargo, más bien apuntan
a lo contrario, pues la Virgen de los Dolores, la del Espino (Soria), la de las
Angustias (Granada), la de la Amargura, Nuestra Señora de la Soledad (Badajoz), la de las Lágrimas se miran como fuentes de
alivio generoso de todos esos infortunios.
No tendrán queja, pues, los creyentes. Disponen de una divina -y poliédrica-
madre a quien levantar confiados las manos , en estos aciagos días, y
pedir… lo que sea que en cada ocasión necesite su alma y su cuerpo, tanto “milagros”, “remedios”, “socorro perpetuo”, “consuelo”, “paz”, como desaparición de “dolores”, “angustias”,
“lágrimas”, etc. ¡Vaya suerte!