viernes, 8 de octubre de 2010

CONVIVENCIAS

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(Con motivo del "Día Bloguero de la Convivencia")
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Como todos los muchachos de mi generación y de muchas otras posteriores, me chupé una temporadita de “vacaciones” en la mili. Una de las cosas que pasan mientras vistes el kaki , y todos me darán la razón, es la siguiente: aunque se pase fatal por estar haciendo algo que no te gusta o por haberte separado de tu familia, tu novia, etc., o por el temor de perder tu puesto de trabajo o simplemente desaprovechar un tiempo precioso en relación con tus estudios, tu promoción profesional, etc., a pesar de todo eso, te deja buen recuerdo, en relación con los amigos que haces y los buenísimos momentos que se dan. Así, la convivencia que se desarrolla en el cuartel es extraordinaria. Eso no tiene discusión.


Los pocos años, la ausencia de problemas realmente importantes y el no mirar al futuro se juntan para tomárselo todo a guasa, para hacer cómica la acción más cotidiana e intrascendente, como la forma de afrontar cualquier “baldao” la pista americana, la pérdida de un gorro..., o más seria y formal, como un “chorreo” del sargento o un arresto, etc.

La diversión une mucho, produce un sincero afecto, que llega a ser en bastantes casos casi de hermano. Pero también la adversidad, los momentos de desánimo, las dificultades… acercan a las personas y ensamblan los corazones, sobre todo sin son jóvenes. Y los dos factores ocurren en la mili, como he dicho: la alegría y la pena. El resultado son esos meses de convivencia, donde reina el compañerismo, la solidaridad, la amistad, el cariño fraternal.



Esto es así. Pero no lo es menos el que, una vez “entregada la ropa” y “recogida la blanca” (mi cartilla militar es de ese color), cada uno vuelve a su lugar, junto a su gente, para reiniciar la vida "normal", donde se convive de una manera muy diferente, incluso con la familia. Y, en muchos casos, se va borrando, hasta olvidarse incluso, todo aquello que era tan intenso, tan hondo, que parecía imperecedero. Los amigos “íntimos” tal vez no se verán nunca más ni se llamarán siquiera por teléfono. Y todo quedará en un bonito recuerdo de una forma de vivir que jamás se podrá repetir en la vida civil. Si, por casualidad, coincides con algún antiguo compañero de servicio militar, ya no lo ves igual y el reencuentro no da para más de dos conversaciones.


Pensando en todo esto, me he preguntado muchas veces, así en plan filósofo platónico, cuál de las dos modalidades de convivencia es la verdadera, la auténtica, la positiva, la que hay que perseguir y mantener estés donde estés, y cuál es la falsa, la artificial, la que ni beneficia ni interesa… En otras palabras, ¿hay que (con)vivir en la mili como en la vida ordinaria o en la vida de fuera como en la mili?


P.S.: Antes de terminar, quiero pedir excusas a las mujeres que hayan leído este artículo, porque va dirigido, según parece, solo a las personas de mi género. En cierto modo es así, aunque cualquier lectora se hará perfectamente cargo de lo expresado, si se ubica mentalmente en un entorno donde la convivencia se rija por las pautas propias de un “internado”.
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4 comentarios:

  1. Aquellos maravillosos años...
    Yo aún buscaba no hace mucho vistas aéreas del Monte Hacho en Ceuta, y me emocionaba....
    Buenos recuerdos.

    Salu2

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  2. No es fácil responder a tu pregunta, amigo jaramos, limitándonos a esas dos posibilidades. Creo yo -modestamente- que nuestra convivencia ha de adaptarse a las diversas situaciones que a cada cual se le presentan en las variables de tiempo y espacio. Como decía Ortega -si me permites seguir en "plan filósofo postplatónico"- (dicho sea con todo respeto) que "...yo soy yo y mi circunstancia".
    Lo importante, a mi entender, es procurar ser "buena gente" y disfrutar de la convivencia con los demás (lo que no siempre es posible).
    Pero tengo que añadir, dicho lo anterior, que me has hecho evocar aquellos tiempos, y que tienes toda la razón en lo que dices de "la mili". El que la pasó lo sabe.
    Un abrazo.

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  3. Tengo una visión algo menos dulce de mi paso por el ejército.
    Uno termina con cierto síndrome de Estocolmo, pero fue una realidad muy dura el vivir bajo la bota de los militares.
    Nos consideraban algo así como esclavos útiles.
    No conozco una sociedad más corrupta y menos humana que el ejército de los años setenta.
    Sigo sin poder soportar un desfile militar

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  4. Cada época de la vida aporta sus experiencias, se viven con la mentalidad del momento, con las ilusiones propias de la edad, con las esperanzas que cada cual se puede permitir. La "mili" (yo la pasé en Ceuta) era una etapa perdida, absurda, en la que lo único que merecía pena eran las relaciones que se creaban con los compañeros, más por solidaridad, por empatía, por afinidad y necesidad de aguante compartido ante el ordeno y mando y las putadas consiguientes que por sentido auténtico de la amistad. En una situación excepcional como aquella, todo adquiere visos de excepcionalidad, rasgos irrepetibles. Sin embargo, después de tantos años conservo tres amistades que se han mantenido firmes a pesar del tiempo. Y lo han hecho porque la mili creó un espacio de encuentro fugaz que luego se fue consolidando por afinidades culturales, profesionales e ideológicas que relegaron la mili al baul de los recuerdos para dejar, al fin, el poso sobre el que asienta una relación amistosa estable, que nada tiene que ver con aquella experiencia remota.

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