miércoles, 26 de mayo de 2010

LEGUINA 2

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Este es el segundo fragmento que quiero transcribir del libro La luz crepuscular de Joaquín Leguina (Madrid, Alfaguara, 2010). No sé si os resultará sorprendente; a mí me parece bastante interesante.


Baltasar Garzón entró en 1993 como número dos por Madrid en las listas del Psoe (sic): pocos dudaban de que, si los socialistas ganaban las elecciones, sería nombrado ministro. Cuando, contra pronóstico, el Psoe ganó aquellas elecciones generales, Garzón quedó relegado. Otro juez, Juan Alberto Belloch, le madrugó, convenciendo a Felipe González de que Garzón era una nulidad política. Probablemente Belloch tenía razón , pero si González hubiera nombrado a Baltasar Garzón ministro del Interior (a los jueces estrella lo que les encanta de veras es mandar sobre la Guardia civil) se habrían evitado muchos dolores de cabeza… Pero no lo hizo, frustrando las ambiciones de Garzón y dejándolo humillado… Garzón acabó dimitiendo de sus cargos (diputado y secretario de Estado contra las drogas) y volvió -como en el viejo himno fascista- “al puesto que tengo allí”. Allí, en el Juzgado Número 5 de la Audiencia Nacional, donde hoy -cuando esto escribo- sigue felizmente reinante.



Puesto que Garzón -otro “maestro de juventudes”- pretende pasar a la historia como defensor de las esencias democráticas, conviene repasar sus métodos judiciales, porque Garzón es un juez que usa, a menudo, de la prisión provisional para fines ilegales. Por ejemplo, para “ablandar” a los detenidos para prometerles la libertad siempre que “cooperen con la justicia”, es decir, cuando declaran lo que el juez quiere oír. Por otro lado, en el juzgado de Garzón el secreto sumarial es un secreto a voces. Allí -ciscándose en la Ley de Enjuiciamiento Criminal- existe una cañería, un auténtico trasvase entre los sumarios y el periódico de turno -aquel a quien en cada momento este “dios” otorga sus favores-, y todo ello sin que nadie hasta la fecha haya puesto coto a estos desmanes. […]

Tras su regreso al Juzgado Número 5 de la Audiencia Nacional, el juez (que siempre ha tenido la habilidad de mover los sumarios como si fuesen platillos chinos) reabrió el caso Gal y metió en la cárcel a los “hermanos Amedo”… hasta que estos declararon lo que el juez deseaba oír, lo cual les supuso obtener, de inmediato, beneficios penitenciarios sorprendentes, pues el juez les dejó prácticamente en libertad. Tras esas “espontáneas” declaraciones, Garzón metió en prisión preventiva a quienes los Amedo habían denunciado y los nuevos detenidos fueron obteniendo libertad a medida que “colaboraban con la justicia”, es decir, cuando denunciaban a sus jefes. […]

En las condiciones medioambientales creadas, nadie se atrevió a echar atrás una instrucción tan impresentable como la realizada por Garzón y la mayoría de la Sala del Tribunal supremo que al final juzgó el caso no se atrevió con él (ni con el ruido político y mediático de acompañamiento) y llevó a una sentencia condenatoria. Hubo, es cierto, varios votos particulares, de cuya lectura se deduce con toda claridad que a los altos cargos del Ministerio del Interior se les condenó sin pruebas.

(Págs. 467-469)
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4 comentarios:

  1. Es cierto lo que dice y comenta el sr. Leguina sobre los métodos de Garzón en aquellos años ochenta, cuando muchos jueces hacian exactamente lo mismo. Jamás dijeron nada contra esos métodos quienes podían haberlos denunciado ante el Consejo del poder judicial. También acierta en la instrucción del caso Gal, aunque debiera mencionar el papel que en aquella historia tuvo Pedro J. Ramirez, del que, al parecer se olvida. Y, desde luego, hubiera sido conveniente que profundizara un poco más en la personalidad de Belloch y de su adláter Margarita Robles en aquel episodio de descabalgamiento tras las elecciones. Espero, con todo, saber lo que opina Leguina de las instrucciones de Garzón contra los cartel gallegos de la droga, contra la infraestructura de ETA, contra Pinochet y contra la banda Gürtel.

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  2. Muy clarito se expresa Leguina. Por supuesto que él también tiene sus motivaciones, pero lo que aquí dice lo comparto por completo. Este "affaire" ya casi está olvidado y esa desmemoria ha contribuido a la polémica actual y a la presentación de Garzón como héroe y martir. Eso no debería hacernos olvidar el papelón que ahora hace el TS.
    Saludos.

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  3. Sobre Garzón, tan sólo tengo dos o tres ideas claras: 1) No es un modelo de juez instructor, puesto que no pocas de sus instrucciones han sido calificadas de desaciertos, como por ejemplo algunas de los narcos gallegos. Ello no obsta para que haya de reconocérsele valor y arrojo al atreverse con casos de gran envergadura, que trascienden incluso las fronteras nacionales. 2) Su figura y sus acciones levantan opiniones absolutamente encontradas: lejos de existir un acuerdo, una confluencia de valoraciones, quienes han analizado su papel en la judicatura lo ensalzan hasta la más alta cima o reniegan de él y lo arrojan lo más profundo del averno. ¿Eso es lo normal en los "grandes hombres"? Yo creo que no. Tampoco creo que sea cierto lo contrario. 3) Para mí, encarna dos grandes contradicciones: pasar del juzgado a una lista electoral y de un cargo político al juzgado de nuevo, sin solución de continuidad; y, desde una situación de suspensión cautelar de sus funciones, optar a una asesoría en Bruselas. Nada más puedo decir de este "juez estrella", como se le denomina. Gracias a todos por entrar, leer y (algunos, Fernando y Arcadio), comentar.

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  4. Con independencia de cómo instruya los sumarios, punto en el que no me pronuncio por ser profano en la materia, lo que sobre este señor se diga hay que tomarlo con cierta cautela, pues es bien sabido que, con frecuencia, ha sido considerado por los políticos y sus medios afines como héroe o villano, según sus resoluciones les favorezcan o perjudiquen en las urnas.En algunos países, el juez que se mete en política, cuelga la toga para siemptre o, al menos, durante un montón de años.
    Saludos

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