lunes, 2 de marzo de 2015

GENEROSIDAD DESMEDIDA


               La gala de entrega de los premios Goya o la de los Oscar son un buen ejemplo de lo que pretendo decir. Me refiero, concretamente, al momento en que los artistas, productores y técnicos suben al escenario y, tras recoger emocionados su estatuilla, pronuncian un breve  -a veces no tan breve-  discurso.
               Por lo común, su alocución consiste en dedicar el trofeo a unas determinadas personas y grupos (familiares, miembros de sus equipos, compañeros…), así como a compartirlo con ellos. Esta es la cuestión que centra mi interés: a pesar de que se trata de una concesión individual casi siempre, la inmensa mayoría, en un alarde de generosidad, asegura que el  galardón es también de esos otros a los que nombran y que pueden ser… 10, 20, 40… o más. Como digo, es un alarde de largueza inusitado en otros aspectos de la vida actual, donde prima el individualismo, el egoísmo.
              
¿Tienen algo de especial estos acontecimientos o estos reconocimientos que se dan a personajes del mundo del cine, como para despertar tanto altruismo? Creo que no, porque también suceden en algunas otras circunstancias. Así, la familia que compra o alquila un apartamento en la playa y, con un enorme subidón, lo ofrece a los parientes al completo para que se lleguen en verano y pasen en él unos días (pronto se arrepentirá de tal invitación); o la señora que se compra un vestido de fiesta, unas joyas… , ¡una preciosidad!, para la boda de Fulanito y llama a sus amigas para informarles de la adquisición y ponerlos a su disposición; o el que, como un servidor, se presta en un momento dado a revisar todos los escritos que sus amigos y amigos de sus amigos produzcan. Etc.
               En efecto, hay momentos en que nuestro corazón pide expandirse y prometemos dar sin cuento. ¿Por qué? Por una parte, está la inmensa alegría que nos produce haber alcanzado un objetivo muy deseado y muy costosamente logrado, alegría que nos embriaga y aturde, hasta hacernos  perder el sentido de la mesura y la prudencia. Quienes hablan delante del atril de los Goya o los Oscar no pueden reprimir sus lágrimas ni disimular su excitación, su nerviosismo… De otro lado, y aquí reside el factor esencial, puede que sientan una especie de complejo de culpabilidad por haberse hecho con un premio que también se merecen muchos de quienes se han quedado sin él y, para compensar tal sentimiento, se pasan a la orilla contraria y el río de la esplendidez, de la generosidad, se desborda, dando lugar a esas largas listas de supuestos co-propietarios. Compensarlo ante sí mismo y ante los demás, para que no piensen que el elegido como ganador es un creído que derrama altivez por todos sus poros.
              
Sea lo que sea, lo seguro es que la escultura se queda en casa y los demás deben ir allí si quieren verla y tocarla; el apartamento se procura que vaya despoblándose de visitantes y se pide a Dios que los textos lleguen en la mínima cantidad para la corrección, o que no pida prestados mucha gente los vestidos y joyas. Donde dije digo… Por eso, estoy a punto de afirmar que las tan desinteresadas manifestaciones en caliente no son totalmente sinceras, puesto que no llegan a ser, como se dice ahora, sostenibles.  Buenos propósitos que duran poco.

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