lunes, 21 de octubre de 2013

NUEVOS AFICIONADOS

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               Veo en las retransmisiones televisivas que está cundiendo la costumbre de que niños y jovencitas acudan a los campos de fútbol con una cartulina en la que piden la camiseta a sus ídolos. Las primeras filas de las gradas están a menudo sembradas de solicitantes, a algunos de los cuales suelen satisfacer no pocas estrellas. En el último partido de la Selección Nacional, creo que Casillas, y alguno más quizás, se quedó descalzo y en calzoncillos, después de repartir  el resto de su uniforme. 
               No sé si siempre mueve a los pedigüeños el fervor por los equipos o las figuras. Creo que no. Más aún, de esos estoy por afirmar que hay más bien pocos. Lo que desean muchos es presumir de la prenda-trofeo, obtenida en pugna con la muchedumbre circundante, y provocar la envidia de sus amigotes, sentirse los más chulos del barrio. Cosa distinta es la vestimenta firmada y dedicada: esa ya tiene un valor, es un objeto que admite ser vendido o subastado, se puede traducir a dinero, como hacen desde hace mucho tiempo con los trajes (y mil abalorios) de actores y cantantes.
               Quizá no hayamos llegado al punto en el que me temo se puede terminar:  que la chavalería y las fans vayan a los encuentros a conseguir y acaparar “recuerdos” sin cuento. Lo que significaría la desnaturalización del acontecimiento deportivo. Porque no importa ya tanto ver un buen partido o disfrutar de las virguerías de un delantero o centrocampista ni que gane el equipo venerado.  Lo verdaderamente valioso y atractivo  -apasionante-  es atrapar lo que lance el jugador puntero o cualquier otro.
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               Cogerlo a costa de lo que sea, empujones, discusiones, manotazos... Hace poco vi a un policía verse obligado a dirimir un litigio por el que ocho muchachitos aspiraban a una camiseta que había caído, al parecer, en varias de las dieciséis manos.  Esa es otra historia: las disputas que deben  de tener   -no se suelen televisar-  lugar en las gradas  por adueñarse de una prenda tirada desde el césped sin destinatario fijo. Hay ya demasiado peligro de violencia y tensión por causa de un desacuerdo con el árbitro o cualquier otro factor puramente futbolístico, como para que se añadan más motivos de riña y enfrentamiento.
               Yo he visto pugnar, a base de codazos y empellones, por alcanzar una de las viseras de cartón que lanzaban como publicidad desde un autobús en la playa. Tal vez esté inscrito en la naturaleza humana el afán de conseguir, mientras más mejor, o sea, mientras más que los otros mejor, cualquier tontería regalada.
               El ejemplo más destacado, conocido y triste del fenómeno que describo es la cabalgata de los Reyes Magos. Niños y padres, sobrinos y tíos, abuelos… se agolpan alrededor de las carrozas con bolsas de plástico y hasta con paraguas invertidos para acumular caramelos o chucherías; solo por eso, por hacer acopio, pues tal vez ni se consuman. Ese desfile sí que está totalmente desnaturalizado, ha trocado su identidad. Tanto, que acuden ya inmigrantes musulmanes y de otras creencias, cuyos principios religiosos no les impiden asistir a lo que era una conmemoración católica, pero que es, para muchísima gente, el reparto gratuito, a modo de lluvia o maná celestial, de toda clase de golosinas.
               Volviendo al fútbol, me pregunto si se está incubando hoy una nueva suerte de aficionado dentro del sector que constituye la cantera de los espectadores de mañana.


5 comentarios:

  1. Pienso, amigo Jaramos, que es producto de la mitomanía que se estimula sin sentido desde los medios y que cala cada día más en la sociedad y en las familias, que sólo ven ello su parte simpática. Sin embargo habría que ver si el fenómeno no daña el sistema de valores que deben guiar la educación de los pequeños, entorpeciendo la formación de su espíritu crítico. objetivo irrenunciable.
    Quizás me he puesto demasiado grave en este asunto. Pido disculpas.
    Saludos.

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    1. ¿Demasiado grave? No, no creo, amigo Arco. Hombre, los niños y adolescentes siempre se apoyan en sus admiradísimos ídolos, como ayuda para la formación paulatina de su propia identidad. Eso no me parece mal, siempre que no se caiga en una alienación total y que esos héroes transmitan imágenes positivas para el desarrollo de la infancia y la juventud. No me gusta, sin embargo, ver que se matan por tener un trapo sudado, y solo por tenerlo y que no lo tenga otro, sin saber bien para qué lo quieren luego. Gracias por tu visita y comentario.

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  2. Una visión muy clara de algo que, como no soy aficionada, no me había percatado. Pero eso se hace en todos los sitios como bien has comentado, desde la cabalgata de los reyes magos a pegarse por una pua que tiran desde lo alto de un escenario. Yo, sinceramente, puedo entender que el tener un objeto que pertenece a uno de tus ídolos te haga muchísima ilusión, pero utilizar a tus hijos (que es lo que creo que se hace con estos niños tan pequeños que piden las camisetas) me parece un despropósito y una falta moral por parte de los padres.

    Me ha gustado la crítica, me apunto tu blog! :)

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    1. Eva, añades un nuevo elemento, muy grave, como es el uso de los niños por parte de los padres o familiares en la "lucha por la camiseta". Me ha recordado a esos que mandan a sus hijos a pedir por la calle o, lo que es peor, a robar. Creo que se "ha calentado" tanto el ambiente en que se desarrolla el fútbol, que todo está desquiciado. Muchas gracias por tu visita y por tu comentario. Y, ¡cómo no!, por hacerte seguidora. Un abrazo.

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  3. Cuando mis hijos eran pequeños y acudíamos a ver la cabalgata de los Reyes Magos, siempre llevábamos en los bolsillos (mi mujer y yo) caramelos que previamente habíamos comprado.
    Al paso de las carrozas simulábamos cogerlos del suelo y se los íbamos dando a nuestros hijos que luego presumían de que sus padres eran los que más caramelos cogían.
    Viendo la cara de alegría de los niños, me hace pensar que eso de acaparar lo gratuito debe de estar en el ADN. Luego no se los comían y duraban el año entero.
    Un abrazo.

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