jueves, 27 de diciembre de 2012

DESFONDE ESPAÑOL: 11-M Y CRISIS.


               Hay muchos observadores de la sociedad española actual que la tachan de pasiva, conformista, sumisa, indiferente…, que la acusan de que encaja sin rechistar todos los palos que, en forma de recortes, por ejemplo, le están dando. Los pocos movimientos que han surgido, han sido reducidos y breves, incluida la huelga general o las concentraciones de la Puerta del Sol. Muchos dicen que España está narcotizada, dormida, ajena, entregada…, que pasa tres pueblos de reaccionar y pedir, al menos, explicaciones. Modestamente creo que llevan razón quienes así se expresan.
               ¿Por qué están las cosas de esta manera? En general, la gente se inhibe cuando ve que la realidad le sobrepasa, le excede, cuando su entendimiento y capacidad de comprensión no alcanzan a entender qué es lo que ocurre de verdad, o cuando se considera demasiado débil y pequeña para que su hipotética acción obtenga algún resultado. En resumen, cuando padece de desconfianza en sus capacidades y, por ende, de motivación y de impulso. Un sector amplio de la población española me parece que está convencido de que mucho de lo que es ahora nuestro país y nuestra vida proviene de decisiones que se adoptan más allá de donde alcanza la vista, en la penumbra, en la trastienda…, por personas que nadie sabe quiénes son, pero cuya presencia y poder se sienten. Se sienten en forma de medidas políticas y corrientes mediáticas y propagandísticas poco acordes, al menos, con los ideales de justicia, libertad, bienestar... de la población.
               Me da la sensación de que la falta de confianza y la inhibición de nuestra sociedad son efectos recientes, derivados de causas también recientes. Obviemos el desinfle general sobrevenido tras la euforia de los primeros años de la democracia, cuando nos dimos de bruces con el día a día, mucho menos romántico, atractivo y hermoso de lo que habíamos pensado, y bastante más difícil. Creo que fue una reacción normal: la democracia es aburrida y en ella el heroísmo consiste en ser constantes y pacientes, llenar el saco (agujereado a veces) granito a granito. Aparte de ese fenómeno, en mi opinión hay dos acontecimientos que han caído como una enorme losa sobre la sociedad española, dejándola sin fuerzas y sin norte, debilitada y aturdida, sin capacidad de reacción. Son el atentado del 11 de marzo de 2004 y la crisis en la que aún estamos.
               Los cerca de 200 muertos y casi 2.000 heridos o afectados de Atocha obraron como un estallido sideral que abrasó la ilusión y la esperanza de aquellas fechas preelectorales. Pero, si no me equivoco, lo verdaderamente significativo y trascendente fue lo que vino después: la forma en que se desarrolló la investigación de los hechos, presidida por un afán, enigmático, incomprensible, de taparlo todo (empezando por la destrucción de los trenes, por ejemplo), y el comportamiento judicial, no menos inexplicable, que culminó en un fallo pasteleado; fue el cierre oficial de un caso del cual hoy, después de tantos años y desgracias, no tenemos ninguna certeza real (otra cosa es la “versión oficial”). El aparato del poder, de los tres poderes, o sea, todos los de arriba, se cerraron en banda  -y así siguen-  para que no hubiera escape ni filtración posibles y para que los ciudadanos no nos enterásemos de nada conducente al meollo. Top secret. Muchos españoles nos venimos preguntando desde entonces por qué al mayor crimen de la democracia española   -que cuenta con tantos-  se le ha echado tal cantidad de tierra encima y cómo es posible que se haya puesto de acuerdo tanta gente para hacerlo. ¿Tan gordo es lo que había detrás, que no era aconsejable sino cubrirlo para que no se descubriera ni un ápice? ¿Qué fue, quiénes eran? ¿Para quién y para qué actuaron? Interrogantes no resueltos, de los que, de momento, hemos derivado una conclusión: hubo sujetos en la sombra, personajes de enorme potestad, criminales de cuello blanco, a los que todavía desconocemos y quizás no conozcamos nunca; y, peor aún, permanecen anónimos, intactos, “operativos”, como suele decirse, para cualquier otra acción que aconsejen sus intereses. Estallaron impunemente las bombas, se torpedearon todas las indagaciones, se silenciaron eficazmente todas las bocas… de rango, se borraron en las instituciones públicas el temor a la deshonra y el respeto a la moralidad. ¿No es para sobrecogerse hasta la parálisis?
               El otro suceso es la crisis. ¿Cómo es posible que se pase de la prosperidad a la carencia y la pobreza casi en un abrir y cerrar de ojos? ¿Tiene algún significado el que las únicas empresas en quiebra “rescatadas” hayan sido los bancos, cuyos responsables se han hecho con jubilaciones millonarias? ¿Por qué no las fábricas o los comercios… arruinados? ¿Por qué la solución, única al parecer, pasa por la pérdida de independencia y el empobrecimiento de bastantes países? ¿Por qué todo termina con gente sin hogar ni comida? Por último, y sobre todo, ¿a qué se debe que todo esto ocurra en casi todo el mundo de manera sincronizada? De nuevo nos sobreviene la imagen de que por ahí debe andar ese/a o esos/as que mueven los hilos para aherrojar a la humanidad a través de los políticos y de todos los que conducen la vida y el pensamiento (la opinión, la visión de las cosas) de la sociedad. Y otra vez asalta la impotencia, la tentación de pararse y no hacer nada, porque total para qué, la entrega en alma y cuerpo al señor-que-todo-lo-puede, el cual, por si faltara algo a su deidad, es invisible.
               Creo que estos dos hechos, entre otros, han empujado al país, a la gente, a un lugar situado a milímetros del punto en donde se saca la bandera blanca de la rendición. O sea, la de mostrarse dispuesta a lo que sea, pues lo mandan los que mandan. Yo, nosotros, los de a pie -piensan bastantes compatriotas-  no pintamos aquí nada.
               Pido, por favor, que brote algún manantial de aliento, que prenda alguna llama de ánimo, que vuelva el coraje y nos zarandee…, y que espabilemos, antes de que sea demasiado tarde.

4 comentarios:

  1. Creo que la ingeniería social emplea fuentes de conocimiento con espectro más amplio en el tiempo y en el campo observado, que las limitadas visiones que solemos considerar al respecto. Como individuos siempre adoleceremos de miopía observadora.
    Deberíamos ir admitiendo que cuando resulta posible embrutecer a una importante capa social a golpe de powerpoint, utilizándolos como máquinas zombis de reenvío, es que el nivel alcanzado en nuestro deterioro social coincide con nuestra laminación intelectual.
    Respecto del 11M he conseguido componer el puzzle. Me encajan todas y cada una de las piezas, incluso tengo una imagen nítida de lo ocurrido antes y después y ahora, y por eso estoy convencido que además de no interesar a casi nadie, hay muchos menos fantasmas de los que habitualmente se imagina. Ninguna mano negra. Sólo miseria humana. Miseria en los actores y miseria en quienes han mostrado a las instituciones la línea roja advirtiéndoles que no deben cruzar bajo ningún concepto, y por tanto miseria en esas instituciones capaces de convertirse en siervos de la miseria.
    Sobre la crisis de los parnés, para mi es la misma de las vacas locas, los terrorismos locales de los 70, la gripe A, los islamistas o el Coco de nuestra infancia. Gestionar la sumisión mediante el miedo. Viejo y repetitivo, por ello nos montan y desmontan el Coco de turno sin que nosotros podamos intervenir ni en su aparición ni en su desaparición.
    Feliz año y poco miedo.

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  2. Muchas gracias, Carlitos, igualmente (me refiero a lo de "feliz año", claro). En cuanto a lo que dices en tu comentario, solo tengo dos palabras, por lo demás previsibles: "amén" y "chapeau". No sé si es tu primera visita a mi blog; te la agradezco y espero que no sea la última. Salud(os).

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  3. Amigo Jaramos, te hare una confidencia: como algunos dicen que corresponde a mi edad, soy un perfecto cascarrabias. Verás, polemizar en el blog me pone de los nervios, pero, una vez que me pongo a comentar ya no puedo evitarlo. La solución que he encontrado es hacer caso omiso de aquello con lo que no concuerdo en absoluto.
    Leo todas tus entradas y con algunas de las ideas que expones estoy en total desacuerdo (tu sabes que somos de distinta cuerda ideológica), entonces prefiero callar. Admiro tu diplomacia y buen decir cuando me comentas algo que veo entre líneas que no compartes, pero yo soy incapaz de hacerlo. Como te he dicho soy un cascarrabias impenitente.
    Esta entrada tuya me irritó. Esa teoría de la conspiración que montó una prensa que desprecio, me subleva. Me parece de una bajeza infinita. Ver que un amigo la comparte me fastidia y prefiero no entrar en polémica y esperar que la siguiente me agrade más.
    Un sincero abrazo.

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  4. Te agradezco esta visita, como todas, pero mucho más porque he entendido que responde sobre todo al deseo de satisfacer mi petición. Y, por encima de todo, la sinceridad de la que me haces merecedor por tu simple voluntad. Vaya confesión por confesión: mi incapacidad es otra, la que hace de mí una persona que no busca, en la disensión, sino la posibilidad de buscar a toda costa el acuerdo, aunque sea mínimo. Eso resta quizás fuerza, rotundidad, vehemencia... a mis intervenciones. Supongo que lo habrás notado. En correspondencia, no tengo absolutameente perfilados los contornos de mi pensamiento. Etc. Un cordial saludo, y que siga esto.

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