martes, 6 de enero de 2009

LAS CALLES DE MI PUEBLO (IV). CALLES DE BUEN NOMBRE.

En mi pueblo hay calles con nombre realmente hermoso. Por lo sugerente, por las imágenes que evoca, porque despierta la fantasía, aviva el recuerdo…, o sencillamente porque suena bien.



Una es la calle de la Estrella, no muy amplia ni vistosa en sí, aunque hace poco ha sido restaurada en su asfaltado y cuenta con varias construcciones cuidadas estéticamente. Me gusta mucho ese nombre. Está cerca, como no podía ser menos, de la más extensa calle del Sol, otro astro, en este caso el “rey”. Con perfil de suave vado, desemboca la regia avenida en una plazuela, cuyo nombre no figura en ningún mosaico ni letrero externos, pero a la que la llaman del Espíritu Santo.



Una cuesta afluente, con sensitivo título, es la de las Flores. Lejana, en el espacio y en el tiempo (pues es reciente su apertura), discurre una vía hipónima (si se me permite tal catalogación), la de los Claveles, en el Barrio de la Quinta.

También sale de la paráclita plazuela la calle Mármol, que a mí me suena a ricos y lujosos jaspes, de terso y suave brillo, pacientemente bruñidos a mano en la próxima
calle Pulidos. (alguien, más realista, pensaría en un vulgar taller marmolero).

Con un tramo ascendente y otro descendente (igual que Mármol, pero aquí con distinto nombre cada uno), hallamos una callecita cuyo nombre
resulta verdaderamente enigmático, Madre e Hija: ¿quiénes fueron
estas dos mujeres, cuyos nombres la historia ha velado pudorosamente? Sin duda, dos figuras importantes, al menos populares, como tándem familiar. Nunca sabremos de ellas, sólo que se las conoció y admiró en tanto que hija y madre. ¿Podemos efectuar alguna conjetura?, ¿podemos alimentar nuestra imaginación y recrear la historia, el asunto, que daría pie a la notoriedad y a la ocultación? La calle es antigua, como todo el barrio por donde nos estamos moviendo, conocido como de San Miguel, por desplegarse en torno a la calle y la parroquia del arcángel.

Lindando con otra zona del pueblo, la del Portichuelo, hay una cuesta, ni muy larga ni muy ancha, a la que llaman con una palabra que, más que nombre, parece mote: es la cuesta del Bolo (no entro en disquisiciones ni pesquisas históricas para explicar por qué se le puso así; me quedo con la resonancia humorística actual). Lo mismo que un brevísimo repecho, en las márgenes del río de la Villa, por el Barrio del Carmen, a la que han puesto, con elegante sorna y quién sabe si también con algo de leve inquina por el ruido, Cantarranas. De idéntica consideración, ínfima, debió de ser en su tiempo la que bautizaron como calle de la Polilla, entre el Barrio de San Pedro y el Cerro. Por otra parte, resultan al menos curiosos los términos Taza y Plato, enseres comunes y cotidianos, para dos calles que se cruzan en ángulo recto (como los ejes del plato y la taza), por el Barrio de San Miguel. Para entender el motivo del de la Silla, basta con seguir su trazado, parecido, lógicamente, al de la calle del Codo, dos interesantes, aunque sencillas, metáforas.



En cuanto a la calle Pajeros…, prefiero limitarme al criterio gremial, muy socorrido en este caso, pues me salva de meterme en atrevidas elucubraciones y buscar donde nada se me ha perdido.


Volvamos, para terminar, a topónimos más dignos, al menos más eufónicos. La jovencísima calle Vista Alegre no desmerece de sus ancestros, arriba mencionados.
Y la calle Doncellas, ¿habrá alguna voz con más poder de seducción?

Hecho curioso -seamos un poco pícaros- es que la virginal travesía se toca por un extremo con la llamada calle del Obispo, según se aprecia en la foto.

De otro lado, la calle y el callejón de la Gloria, bastante distantes entre sí, son una suerte para los vecinos que en ellas viven, frente a los que penan en la del Purgatorio y, mucho más cruelmente, en la del Infierno.



Estas dos y la que alude al cielo corren paralelas, en pleno centro de la ciudad. ¡Qué sensación tan vivificadora, en la calle Fresca y en la del Viento! Por último, un nombre cargado de sugerencias, incluso literarias, con sabor a cuento y con ribetes de leyenda: la calle del Duende, en la falda del Cerro de la Cruz, denominación esta que también nos trae al recuerdo textos de Zorrilla o Bécquer.


Existen, como decía, calles con nombres ciertamente hermosos en mi pueblo. Estas son algunas, a las que añadiré otro día algunas más. Es un placer añadido residir en ellas y por ellas transitar a diario.

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