miércoles, 17 de septiembre de 2008

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA (y II)

Entro en esta segunda parte del artículo sobre el de la señora Ana Navarro acerca de “Educación para la ciudadanía”, recordando que en la primera expresaba yo mi oposición a que a esa faceta de la formación de los niños y jóvenes le cuadrara bien el formato de asignatura. Tampoco a otras, como por ejemplo la “Vida moral” y parecidas.

Decía que valores y virtudes como el respeto, la tolerancia, el diálogo, etc., se promueven mejor de otra manera. Ahora, para no quedarme en la pura crítica, es decir, para ser constructivo y aportar algo, pues el asunto me parece de sumo interés, quiero brindarles (a Doña Ana y a todo el que quiera seguir leyendo), con toda modestia y humildad, algunas otras vías, más eficaces y apropiadas a mi modo de ver, para llegar al fin que parece ser se propone la citada materia escolar.

Ya he mostrado, a título de ejemplo, el método de aquella madre (que, reitero, tanto me recuerda a la señora Navarro) que regaló una ametralladora a su hija. Ese sería el método “vivencial”, consistente en que los niños tengan experiencias de las cuales se destilen en su mente y en su corazón los principios morales y cívicos en cuestión. Mejor experiencias positivas que negativas, claro está, pero sin descartar éstas.

Otro instrumento educativo, tal vez el más poderoso tratándose de niños, es el ejemplo. Me refiero al ejemplo de los adultos, naturalmente. Todos los padres y madres saben que los hijos “hacen lo que ven”, como suele decirse. O sea, el elemento verdaderamente determinante es el modelo a que están expuestos en casa, en la escuela y en todos los demás contextos en donde se desenvuelven, sin excluir el de los medios de comunicación, de tan gran impacto. Pero para que el ejemplo surta el efecto deseado tiene que cumplir algunos requisitos: tiene que ser global y a la vez permanente. Esto es, todos los agentes educadores deben estar en la misma línea, y siempre, porque las contradicciones desorientan a los chavales y les forman una ensaladilla ética muy perniciosa, de la que todos conocemos ejemplos (dentro y fuera de la casa y del colegio). En síntesis, el niño tiene que estar inmerso y respirar, de modo constante, la atmósfera moral que se quiere que nutra, en el presente y en el futuro, las fibras de su personalidad. Una atmósfera clara, sin contaminaciones (o con las menos posibles, puesto que nadie, ni los padres ni los educadores, es perfecto).

Claro está que también hay que decirles cómo tienen que hacer las cosas y por qué, o sea, darles información, trazarle caminos explícitamente, darles pistas, advertirles, aconsejarles, incluso imponerles normas. Este sería el recurso más parecido a la enseñanza escolar, pero con una importantísima diferencia, sobre todo metodológica; una diferencia tan grande, que, insisto, la hace inasimilable a la forma de asignatura. La información que para un niño es relevante y realmente interioriza es aquella que se le presenta en el momento oportuno, cuando hay que hacerle ver que lo que ha hecho o dejado de hacer en ese instante es lo que debía o no debía, o cuando lo que debe hacer ahora es esto o lo otro. El aplazarla para cuando “toque sermón” o el adelantarla al momento de “explicación de la teoría” no sirven de nada. Creo yo (he vivido yo, he experimentado yo). Y esa es la principal distancia entre el método escolar y el método familiar, si puede llamarse así el que acabo de exponer. Naturalmente, en la escuela debe continuar la educación moral y social, es también responsabilidad suya, aunque en primera instancia lo sea de los padres; pero no debe equivocarse, aplicando el método típicamente escolar, el formato de asignatura, sino el método familiar. Método que posee otra característica: el sentimiento. Me refiero a que el chico o chica ha de captar que quien le está educando es una persona que le quiere; más aún, es una persona a la que él o ella quieren (admiran, adoran, etc.).

Por último, las sanciones. Los valores de la ciudadanía y los principios éticos en general se evidencian en comportamientos concretos. La sanción positiva (el premio, en sentido amplio: desde un beso a un regalo, pasando por todo lo intermedio, un “eso que quieres te lo tienes que ganar, si no…”) y la negativa (el castigo, también en sentido amplio, tendiendo a la privación de algo que, de haber tenido otra conducta, hubiera alcanzado) son refuerzos imprescindibles del comportamiento y de las actitudes que tras él laten. Para mí, el valor de la sanción está en que hace ver al chaval que algo puede perder o dejar de ganar, si no obra en un determinado sentido, y lo contrario. ¿Es necesaria? Yo creo que sí. A todos nos hacen falta empujoncitos para cuando la voluntad flaquea. Y la de los niños es débil. Sobre todo, porque carece aún de puntos cardinales claros y toma con facilidad sendas erróneas. Etc. De todos, que conste que mi postura consiste en defender la aplicación de todos estos instrumentos educativos conjuntamente; creo que aislados son muy poco eficaces. Unos se apoyan a otros.

De momento no se me ocurre nada más, señora Navarro y lectores en general. Casi seguro que me he quedado corto. Invito a que todo aquel que tenga alguna idea que añadir, lo haga. Se lo agradeceremos todos. Al menos, yo. Salvo que sea mantener la asignatura o poner otras del mismo corte.

Aun a riesgo de ponerme como el plomo, no quiero terminar sin volver a la poco afortunada determinación administrativa, que la señora Navarro apoya, de la asignatura para educar en lo cívico. Sólo para expresar mi asombro al escuchar de algunos amigos míos, profesionales de la enseñanza, la manera en que se está impartiendo. Por ejemplo, el curso pasado, es decir, el curso inaugural, cuando era la asignatura “estrella”, daba la materia el profesor de Tecnología, que era Licenciado en Física y se estaba preparando las oposiciones de Matemáticas. En otro, la enseñaba la profesora de Francés. Etc. En tales circunstancias, es lógico que muchos alumnos la llamaran, junto a otras, asignatura “pájaro”, porque “sólo servía para ver pasar la hora volando”. Esto no es serio. No lo es ni aun en el caso de que, como la señora Navarro, se esté de acuerdo con la implantación de la asignatura. Que no es serio quiere decir que es una hipocresía. Cosa muy grave, tratándose de la educación de los niños y jóvenes.

4 comentarios:

  1. Compañero y amigo DON JOSÉ ANTONIO, (lo de don con todo el cariño y admiración que te tengo y en coherencia con el tratamiento que haces de nuestra política antequerana DOÑA ANA NAVARRO), me parece muy correcto lo que dices y como lo dices (más que un ínclito profesional de la Lengua y la Literatura al que muchos admiramos pareces un psicólogo y un ferviente lector y seguidor de los famosos Piaget, Pavlov o Rojas Marcos -el psiquiatra de las Américas-) y es más, pienso que esa asignatura es un relleno inservible e insufrible -a los niños no le gusta según comentan- que los políticos de turno usan como complemento de su Programa para empezar a dirigir la conciencia de los jóvenes-adoctrinar en una palabra- en algunos aspectos que a mi como padre me gustaría enseñar a mi hijito, que ahora tiene tres años. Otros contenidos de la asignatura mencionada no son más que puras repeticiones de lo que en geografía e historia, en tutoría, o en el día a día -como educadores-muchos profesores les enseñan a sus alumnos desde que entran al instituto. ¿Para qué sirve, entonces? No adoctrinen a los "angelitos", señores progresistas, jejeje.

    Un saludo, José Luis, el neófito

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tu visita al blog del Departamento de Ingles del IES Camilo Jose Cela y por supuesto que hare llegar tu mensaje a MªAngeles.
    Un saludo,
    Rodrigo Hidalgo

    ResponderEliminar
  3. Yo no coincido en que, necesariamente, la asignatura se vaya a convertir en un adoctrinamiento, aunque también es cierto que es susceptible de ello. Dicho esto, tampoco soy partidario de que se imparta con la estructura de una asignatura, recordándome además a aquella F.E.N. que sufrí de pequeño.

    jaramos.g lo explica perfectamente y no tengo nada que añadir, sólo insistir en que la educación, las normas, el urbanismo no pueden ser objeto de un examen y una evaluación académica; esas normas y actitudes se interiorizan no cuando se estudian, sino cuando se viven.

    Quizá en el fondo, subsista una desconfianza en la labor educativa de los maestros. Lo realmente preocupante sería que esa desconfianza tuviese alguna base.

    ResponderEliminar
  4. Creo que estamos bastante de acuerdo, por lo que leo en tu comentario. Yo tampoco veo que pueda haber peligro de adoctrinamiento o catequesis, por eso no entré en tal cuestión en mi artículo. Y no lo creo, basándome sobre todo en lo que me dice mi amigo y asesor en estos temas escolares (al que tengo casi como mi otro yo): al cuestionario, a las clases, a los temas, a las actividades… de Ciudadanía, los niños les hacen tanto caso como a los de cualquier otra materia (sobre todo, si es una “maría”): NIN-GU-NO. El último párrafo tuyo (“Quizá, en el fondo, subsista una desconfianza en la labor educativa de los maestros. Lo realmente preocupante sería que esa desconfianza tuviese alguna base”) es una carga de profundidad. Sana, como casi todas. Contando con la ayuda de mi sosias educativo, me malicio que pronto saldrá una entrada sobre eso en este modesto blog. Te agradezco tu comentario en general y este trocito en particular, que me ha dado y dará que pensar. Como debe ser.

    ResponderEliminar

Entrada destacada