Dice
un refrán, sabio y cierto como todos: «Obras son amores, y no buenas razones».
O sea, que las palabras («razones») no valen tanto como los hechos («obras»)
para demostrar, justificar, probar, definir, calificar… a una persona, una
institución, una organización, etc. Fíjense en su comportamiento, parece aconsejar,
no en su discurso. Este principio lo veo estrechamente conectado con aquel
pasaje evangélico donde Jesucristo afirmaba ante sus discípulos y seguidores: «Por
sus obras los conoceréis» (Mateo
7:20-23). Está claro. Estamos de acuerdo. Pero, ¿a dónde quiero ir con este
pequeño trozo de filosofía de la vida?
Hace unos días, vi y escuché en Youtube una
entrevista que Álvaro Nieto realizó a Alfonso Guerra, con motivo de la próxima
presentación de su libro La rosa y las
espinas, una transcripción de los pasajes más destacados de un documental
audiovisual realizado por el cineasta Manuel Lamarca ((70) Entrevista a Alfonso
Guerra - YouTube). Según
creo, pues aún no lo he leído, contiene una especie de biografía política
propia y del país durante los años de actividad pública del señor Guerra. La
entrevista, como todas las que he presenciado de este político, es muy
sustanciosa y, sin embargo, entretenida y amena, en parte por la enorme
cantidad de información que atesora, y también por sus opiniones y valoraciones
de personas y hechos, valientes, muy personales, aunque moderadas y
respetuosas. Ya no se encuentran políticos con esta sabiduría y este talante
refrenado, tal vez algo diferente, la vedad sea dicha, de la actitud que
mostraba cuando era vicesecretario de su partido y vicepresidente del gobierno.
En aquellos años, según confiesa él mismo, Felipe González y él encarnaban los
papeles de «bueno» y «malo», perpetuado, según confiesa, no porque respondieran
a sus respectivas formas de ser y de pensar, sino porque el dúo de roles «funcionaba
muy bien» como estrategia de marketing
político.
Después de este preámbulo, entro ya en materia.
El periodista le pregunta en la entrevista a la que me refiero si en las
últimas elecciones generales votó al Partido Socialista. En el contexto de la
conversación, esta cuestión es pertinente porque, antes del momento de ser formulada,
el interrogado ya había expresado unas cuantas opiniones contrarias a la acción
política del gobierno de Pedro Sánchez y a la deriva del propio partido. La
respuesta fue «Sí», con lo que sirvió en bandeja la siguiente
intervención del entrevistador: «¿A pesar de sus críticas y comentarios
negativos?». Yo me esperaba cuál sería la puerta por la que se escaparía
verbalmente el curtido político sevillano, porque más de una vez se la había
oído, a él y a otros conmilitones de su generación, como el mismo Felipe
González: «El PSOE es mi
partido. Desde siempre. Y yo he trabajado incluso en su configuración desde
joven…» (las frases no son literales, pero mantengo el sentido de las
pronunciadas, según podrá apreciarse, si se desea, en el vídeo de Youtube). Con
posterioridad sigue hablando, con un aire que lo hace parecer sincero, de
iniciativas y medidas provenientes del partido gobernante de las que disiente
abiertamente.
La incoherencia, desde mi punto de vista, es
flagrante, un sonoro choque entre el decir («buenas razones») y
el hacer («obras»), sobre todo teniendo en cuenta que su
oposición al ejecutivo socialista no se refiere a temas de índole menor, como
por ejemplo la amnistía de políticos catalanes e incluso la negociación en
Waterloo, «una ignominia». Una persona define su particular
ideología política con las siglas escritas en la papeleta que deposita, ahí se
observa su credo, esa es su fe, por encima, o por debajo, de todos los ataques
e invectivas que dirija privada y públicamente a quien luego respalda con su
voto. Sinceramente, el señor Guerra pierde así credibilidad, confianza,
respaldo; desde luego, los míos, si alguna vez los hubiera tenido. La actuación
pública de otro dirigente («barón») socialista merece ser tildada por igual de
falsa, llena de fingimiento e incluso de cierta hipocresía: me refiero al
presidente de Castilla-La Mancha, García Page: habla, habla, habla…, pero… Seguro
que hay muchos más socialistas, viejos y nuevos, que, para su deshonra, según
creo, ponen en práctica este mismo sistema.
Otra falacia de la retórica que vengo analizando
es la siguiente: consideran el partido como algo separado de sus miembros, al
cual se puede «pertenecer», «votar», sin tener nada que ver con los que lo
componen en un momento dado. En realidad, «el partido» es una entidad abstracta, que se
concreta o materializa, que existe solo a través de los inscritos, fuera de los
cuales no es nada, únicamente un nombre. Es otra vía forma de huir para no verse
o no hacer ver que se está fuera de hecho,
aunque sí de pensamiento.
Pero hay más. En otro momento de la conversación
del señor Guerra con Álvaro Nieto, este cita una frase de Pedro Sánchez en la
que el presidente viene a decir, más o menos (V. vídeo de Youtube), que «El de ahora
es un PSOE nuevo», con objeto de que su interlocutor la enjuicie. Este contesta
con toda rotundidad: «No es un nuevo PSOE, es otro PSOE». Y, ante eso,
me planteo yo que, si no solo no está de acuerdo con ciertas directrices
fundamentales del partido, sino que cree que es «otro» partido, ¿cómo puede decir que vota al que es su partido, si él mismo cree que ya no lo es, que es otro? Evidentemente,
se trata de un discurso trucado, que intenta justificar lo injustificable y que
muestra a las claras la contradicción. ¿O quizás la indecencia?
A mí me parece que bastantes políticos
socialistas de la generación de Felipe González y Alfonso Guerra, después de
una brillante y larga trayectoria, van a sufrir un final difícil, oneroso, debido
a la línea que ha emprendido en los últimos años el PSOE, promovida por su
máximo dirigente. Van a verse arrastrados hacia una encrucijada que no permite elegir
ninguna vía de escape cómoda ni seguramente muy honorable: salirse del partido y
renegar de toda una vida, someterse con docilidad y en silencio a una doctrina
y una praxis con las que no comulgan, o mantener una postura vergonzante y de
insostenible doblez como la del Sr. Guerra y otros.
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