sábado, 20 de abril de 2024

CONOCER LO CASI DESCONOCIDO

 


Ayer pasamos mi mujer y yo un día estupendo con una pareja amiga a la que no veíamos desde hacía años. Tiempo que, con gran alegría para todos, comprobamos que no había dejado trazas a su paso en la apariencia de ambos, que seguía mostrando una lozana madurez. Disfrutamos de una buena comida y, sobre todo, de una amena y sustanciosa conversación. En estas situaciones se salta del pretérito al futuro y viceversa, deteniéndose en el presente para volver atrás y adelante, según un vaivén de lo más inesperado y caprichoso, siguiendo un recorrido más bien por centros de interés y tirones afectivos que de acuerdo con la lógica del orden temático o temporal.

Dentro de la maraña dialógica y revoltijo de materias, a mí me llamó especialmente la atención una cuestión por la que he empezado a interesarme hace poco. Podría enunciarla de modo supersintético diciendo que se trata del hecho de que quienes gobiernan al mundo y sus habitantes no son en realidad las autoridades visibles, políticas o económicas, por ejemplo, sino unos mandamases ocultos, escasos en número, en cuyas manos se concentra todo el poder y que están por encima de todo y todos. Lo primero que leí fue un par de libros, extraordinarios, del coronel Pedro Baños, conocido ya por un público razonablemente amplio gracias a su aparición en los programas de Iker Jiménez en la Cuatro. También, algo del periodista Jano García, que a la larga me llenó menos. Conozco más escritos dentro de esta misma línea, pero tampoco es cuestión de que haga una lista completa.

El amigo que ayer nos visitó junto a su pareja goza de una información y documentación infinitamente más vastas que la mía, y yo diría que la de la mayoría de los mortales próximos a estos planteamientos, que me imagino que no serán demasiados, aunque al parecer va calando en ciertos sectores intelectuales, dentro o en los aledaños del llamado periodismo de investigación. Él está fuera de este ámbito profesional, aunque su afán por conocer acerca de quién «gobierna mi barca» de verdad de la buena lo está aproximando a la categoría de experto. Me escribió tres o cuatro nombres de grupos o empresas o fundaciones o instituciones o patronatos o algo así, de carácter internacional, donde se ubican funcionalmente los dueños del planeta. Por cierto, los copió con un bolígrafo casi sin tinta en un papelito que arrancó del mantelillo sobre el que descansaba su plato. Imposible, pensé, mayor distancia entre la trascendencia de lo que sus trazos querían plasmar y la indigencia del material de escribanía del que disponíamos. Cogí el papel y me lo guardé, cosa que creo le sorprendió en cierto modo, pues tal vez no esperaba tanto interés por mi parte, y a la vez agradeció, satisfecho de estar departiendo con una persona no ajena del todo a lo que me parece que constituye su principal afición y ocupación cultural, ahora que está jubilado. He de confesar que yo también me alegré por tanta información de la que, generoso, me hizo receptor. «Investiga a partir de esos nombres», me aconsejó. Sin decirlo, no sé por qué, prometí que lo haría.

Cuando ya se marcharon, mi mente no dejó de reflexionar sobre los temas de que habíamos hablado  ―más él que yo― y también un poco sobre el hecho de que gran parte del tiempo que le deja libre su jornada lo dedique a profundizar sobre eso del «orden mundial», la «geopolítica» y similares, hacia los que yo simplemente he andado unos pasos, y de puntillas. Si a mí me ha conmovido bastante la visión, mínima y superficial tal vez, que se me está empezando a abrir, ¿cuánto y cómo le estará afectando a él, que se va adentrando ya en inmensas profundidades, hondos abismos, donde solo hay sombras, ecos, amenazas…?, ¿cómo es posible vivir de modo pacífico, dormir tranquilo, conservar la ilusión y el apetito sabiendo a ciencia cierta, como él sabe, que nos están cercando y conduciendo hacia un mundo cuyos parámetros se callan?, ¿cómo se hace frente al sobrecogimiento que supongo produce imaginar un futuro hecho a la medida de quienes, para su beneficio y provecho exclusivos, persiguen la globalización total y la autoridad única?, ¿cómo sobrevivir sintiendo correr por las venas el hielo de la impotencia?, ¿cómo, en definitiva, soportar el miedo que todo ello provoca, creo que inevitablemente? Un miedo buscado, sin duda, por esas fuerzas dominantes, como mayor y más eficaz yugo para amordazar el espíritu y atenazar la mente. Miedo a lo que, para que no decaiga, en cada ocasión utilizan como el agricultor un espantapájaros: un supuesto cambio climático, la amenaza o el peligro de otra y otra y otra pandemia, una guerra nuclear, el choque de un asteroide… Miedo a la propia existencia entrevista, solo entrevista, claro, supuesta, imaginada, aunque siempre temida, de unas fuerzas y potestades omnipotentes que allá en su ignota guarida nos manejan como muñecos de trapo y nos llevan a un final horrendo.

El auténtico teatro de la vida se desarrolla detrás del telón, en un espacio superior, donde «ellos» mueven los hilos de las marionetas e incluso del público y hasta de los mecanismos de bajada del telón. Puede que esta sea una de las conclusiones de la larga charla de ayer. Se me ocurre, sin embargo, pensar si no es una carga demasiado pesada el alejar tanto, el tratar de ver siempre más allá. Quizás no lo sea tanto o bien mi amigo posee una capacidad especial para explorar un espacio donde las personas comunes tenemos vedado penetrar y, desde luego, intervenir. Aunque me pregunto también si no es algo que evita, impide o al menos dificulta a veces fijar la mirada en el más acá, menos inasequible y que reclama y merece igualmente atención.    


Entrada destacada