En
las dos últimas semanas he tenido la oportunidad de ver y escuchar sendas
entrevistas con dos destacados exdirigentes del PSOE, los más preeminentes para
mi generación: Felipe González (preguntado por Carlos Alsina, de Onda Cero) y
Alfonso Guerra (interrogado por Carlos Herrera, de COPE). Ha sido agradable
asistir a un discurso de los que ya no abundan en los políticos de izquierdas:
moderado, sosegado, reflexivo, sin la exacerbación y la vehemencia que caracterizan
a muchos de los que están aún en la batalla, sobre todo en la proximidad de
consultas electorales. Más directo y expresivo el expresidente, algo más escueto
en su análisis frente a la palabra de Guerra, un tanto hierática y algo
engolada, grave en el tono y con pausas y silencios de énfasis; salvo cuando
insulta (ya muy poco), cada vez se parece más Don Alfonso a un profesor de
Filosofía dictando apuntes a alumnos de primero de carrera.
Naturalmente,
las cuestiones tratadas en ambas han sido muy coincidentes, centradas sobre
todo en la situación actual del país y la actitud y comportamiento de las
diferentes formaciones políticas, orientadas desde el 23 de julio a resolver a
su favor la incógnita de la investidura. Me ha agradado asistir a sus
manifestaciones, claras, aunque contenidas, en contra de la línea de pactos del
PSOE con los pequeños partidos independentistas, de izquierdas y de derechas, y
la preocupación de los dos por el lugar al que nos llevará semejante
estrategia. “Este no es el camino”, sentenció uno de ellos. Más puntualmente,
coincidieron en desaprobar en términos duros la forma en que se está negociando
el posible acuerdo con los partidos independentistas, que, entre otras cosas,
ha llevado a “toda una vicepresidenta” a desplazarse a la ciudad donde se
esconde un político fugado, al cual ese hecho le ha dado alas, sin duda. El
mismo Guerra calificó el traslado y la conversación entre condenado y vice como
“infamia intolerable contra la democracia”, por la cual él habría cesado inmediatamente
a un miembro de un hipotético gobierno por él presidido.
Otra
gran coincidencia estuvo en la convicción expresada por los dos de que la mejor
“salida” del país en estos momentos, cuajados de problemas de todo tipo,
económicos, sociales y políticos, a cuál con más difícil solución, solo pasa
por una vía: el acuerdo (no hablaban de “pacto”) entre los dos grandes partidos,
PP y PSOE. Llegados a este punto, que fue el último tema de las dos conversaciones,
como sincronizados por un invisible mecanismo, los entrevistadores plantearon
una pregunta que, imposible negarlo, se caía de su peso: Nuñez Feijóo ofreció
en el último debate un documento, firmado por él in praesentia, por el que ambos se comprometerían a dejar gobernar
al partido más votado, uno de cuyos efectos sería que uno y otro se
desembarazaran de las minorías que parecen atenazarlos, tanto de los
independentistas, como del confuso revoltijo de SUMAR, por un lado, y de VOX
por otro. (Felipe González los denominó a todos, metiéndolos en el mismo saco,
“excrecencias”), documento que Sánchez no rubricó. Con posterioridad, el mismo
dirigente conservador, nombrado ya por el rey como candidato a la investidura,
propuso al presidente en funciones el apoyo para una legislatura de dos años
mínimo, con un programa básico consensuado. «No» volvió a responder el PSOE
(según algunos, porque no sería Sánchez quien presidiera el gobierno, función
en la que está él sumamente, ¿exclusivamente?, interesado). Así las cosas, parece
―opinaron explícitamente los periodistas― que no son los dos partidos quienes
se resisten a la aproximación, sino uno solo, el que ahora sostiene al
ejecutivo en funciones. A mí me dio la impresión, viendo los gestos y
apreciando el cariz de las respuestas, que se vieron un tanto acorralados por
la pregunta y acudieron a un argumento simple y muy trillado, que corre de boca
en boca por la grey socialista para atacar al PP: en realidad de verdad, como
suele decirse, el PP no tiene intención de romper con VOX y, en tales
circunstancias, no es sujeto de pacto. Cuando se dice no pactar, lo que se
quiere decir es no sentarse a hablar, siquiera, como ha declarado la
vicepresidenta en funciones Yolanda Díaz en relación con el Partido Popular.
A
fuer de sincero, he de decir que me dejó un regusto algo amargo esta última
réplica, lo más desechable sin duda del diálogo, a lo largo del cual los dos superpolíticos
andaluces rayaron a gran altura y se manifestaron con gran sinceridad. Para mí,
igualar los socios que PSOE y PP es un error, una injusticia intencionada,
supuesto que las pequeñas formaciones vascas y catalanas, aparte de no
sobrepasar entre todas el millón y medio de votos, frente a los más de tres
millones de VOX, que superó incluso a SUMAR, son partidos cuyo único fin es el
beneficio de sus propios territorios, también pequeños, y la independencia con
respecto a España; es decir, existen, viven y trabajan a contracorriente de los
demás, interesados en la unidad y desarrollo del país entero, en el bienestar
de todos sus habitantes. Distinto es el caso del poliédrico y multiforme SUMAR,
lleno de colorines. Creo que los socialistas, incluidos González y Guerra, mienten
a conciencia, lo cual es una salida fácil, facilona incluso, que no se espera
de ellos. Pensé, una vez más, que los militantes socialistas, todos, siguen protegiéndose
y tratando de ocultar sus equivocaciones o sus acciones más impopulares detrás
de escudos falsos que, de tanto uso, se han vuelto, además, frágiles y casi
transparentes, a punto de dejar indefenso a quienes los anteponen como parapetos.
Hay una frase por ahí que viene a decir que “un ciudadano de derechas es capaz
de morir por una idea, mientras que uno de izquierdas es capaz de morir por un
compañero”. Sería muy digna tal observación si no hubiera ideas y compañeros
que no se merecen ni un rasguño.
Claudio Repellón
Me gusta lo que dices y lo hago mío.
ResponderEliminarGracias por la lectura y comentario.
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