Eso,
formas de amar modernas, rompedoras, atrevidas… es lo que piensan muchos
televidentes estar contemplando y aprendiendo en el programa Firts dates, con la que confieso distraerme
casi todos las noches en la Cuatro. Formas de amar en pareja, se sobreentiende.
Quedan excluidos, por lo tanto, el amor paternofilial, el amor fraterno, la
amistad y todas las modalidades que no se relacionan, de cerca o de lejos, con algún
tipo o grado de enamoramiento.
El
programa se desarrolla en un decorado que simula un restaurante, donde cena una
serie de parejas, invitados por la cadena. Cada persona, por supuesto adulta,
ha solicitado previamente participar y ha pedido que le asignen un compañero o
compañera de mesa, con un perfil esbozado por el solicitante. Así que allí se
encuentran y se sientan a comer sin haberse conocido previamente, «a
ciegas». En una aproximación estadística a ojo de buen cubero, parece que
predomina la edad entre los 30 y los 50, aunque también se ven muchos de menos
de 25 y más de 60. Una vez concluida la cena, cada par tiene que decidir si va
a seguir viéndose en una segunda cita o no, por haber intuido o no que hay
posibilidades de que brote algún germen de amor o no. Cosa que les obliga a
tratar de indagar uno en la personalidad del otro mientras cenan y a examinarse
físicamente para calibrar si se sienten atraídos. Calculo que no llegan al 50%
las parejas que acuerdan volverse a ver («segunda
cita»), ya en privado. No obstante ―tal vez por pura cortesía―, casi todos los
que no muestran tal deseo dicen estar abiertos a mantener una amistad.
Una
de las peculiaridades del pasatiempo televisivo, que es la que encierra su atractivo
principal y quizás su intencionado fondo didáctico, estriba en la diversidad de
inclinaciones de las personas que se sientan dos a dos a la mesa por expresa
petición de ambos, la gran variedad de posibles futuros enamorados y amantes
que desfilan por el salón, su diferente identidad y modos de concebir y
practicar el sexo y la relación personal; y lo variopinto de las parejas que se
forman. Una gran parte se confiesa heterosexual y comparte mantel con alguien
de sexo opuesto, en pos de una relación más o menos convencional. Otro grupo se
define, en cambio, como homosexual, hombre o mujer, y se sienta con una persona
de su mismo sexo. Después están los bisexuales, también masculinos o femeninos,
que no suelen, en muchos casos, elegir con anterioridad el sexo de su futuro
acompañante y no saben, por tanto, la índole y naturaleza del partener antes de
que se lo presenten: ¡la más auténtica cita a ciegas! Puede ocurrir que
coincidan, entre los bisexuales, dos hombres o dos mujeres, o bien un hombre y una
mujer. También se presentan jóvenes autocalificados de trans, de ambos sexos, aunque con diferente grado de definición o
de fase de mutación; dentro de esta modalidad, la realidad suele ser un tanto
compleja por razones obvias. Por último, se muestran, bastantes, partidarios de
una relación abierta, esto es, con más de dos componentes, tres en todos los
casos que he conocido, que pueden ser dos masculinos y uno femenino, o
viceversa. En otro orden de cosas, he oído por primera vez la autoinclusión o
autoexclusión de personas en sistemas denominados binarios o no binarios, que
todavía no tengo claro en qué consisten y solo me suenan a lenguajes
informáticos, aunque sé que son nuevos esquemas de relación entre personas.
También están quienes prefieren una convivencia «externa»,
o sea, cada uno en su casa, con un compromiso estrecho y encuentros periódicos,
más o menos frecuentes; se da, sobre todo, en mayores de sesenta o setenta.
Etc., etc.
He acortado
la panoplia para no extenderme demasiado. No he citado, por ejemplo, los que
son, ellos o ellas, y piden que sean los que les asignen, de tal o cual
estética o concepción vital, más o menos alternativa, con gran incidencia en la
relación amorosa y en sus atuendos, peinados, decoración corporal…, desde luego
rarísimos. O quienes han cambiado de orientación sexual a lo largo de su
existencia una o más veces. Por otra parte, aunque suelen preguntarse sobre sus
apetencias, hábitos o actitudes en la cama con singular desparpajo («¿la
tienes muy grande?», «me gusta comerla/lo», «¿has
llevado cuernos?», « ¿sirves todavía?», por
ejemplo), no he oído nunca a aficionados al sado o masosado, menos mal, pero sí
a los tríos de varias especies. Van, por último, mujeres que insinúan o hablan a
las claras de automasturbarse, a mano o con consoladores.
Paso
a paso, presume de que va aprendiendo el que es conservador, clásico, en esto
del amor y el sexo. Y, como tal, no sabe, o no sabía antes de Firts dates más que de lo de
hombre-mujer y, excepcionalmente, de infrecuentes apetencias homosexuales,
tildadas siempre de anómalas; y, desde luego, como pura teoría, porque seguro
que no había visto nunca, hasta el programa que comento y algunas películas más
o menos recientes, a dos hombres besarse, por ejemplo. Avanza este espectador,
chapado a la antigua, a zancadas en la materia socioerótica.
Aunque, si se parara a pensar después de un
tiempo, si llevara a cabo un severo ejercicio de reflexión, se daría cuenta de
que lo más importante de su proceso educativo proviene de más allá del acceso a
una infinita multiplicidad de formas, técnicas, experiencias, métodos, caminos,
rutinas, etc., a cual más imaginativo, relacionados tan solo aparentemente con
el enamoramiento y el amor.
No es amor de lo que se
trata, no es amor lo que persiguen y ofrecen hombres y mujeres en el falso
restaurante, donde componen a diario una amena y entretenida perfomance. Es, simple y llanamente, el
intento de conseguir a un/a semejante de «buen
ver y mejor tentar» (en frase de un buen amigo) con el/la que, si no se interpone durante la
comida ningún obstáculo o incompatibilidad, disfrutar de un rico y saciante «ayuntamiento»
(tomo el vocablo del Arcipreste) inmediato, todo lo más al día siguiente. ¡Es
tan evidente, llegados a este punto, lo subliminal de las infinitas escenas,
gestos, palabras, piropos, diálogos, calentones…, enseñados (nunca mejor dicho)
en la pantalla cada noche! Más aún, se advierte con tanta claridad, si se fija
uno bien, que no es ni siquiera una pareja lo que aspiran a conseguir los
participantes, pues no está en la mente de la mayoría emparejarse, sino
únicamente aparearse, que es algo muy diferente. En la atmósfera, en el
trasfondo late un erotismo barato, un ligue exprés (que no llega ni a flirteo),
un «a
ver a quien pillo y luego mato»… Cosas así, que son también los temas esenciales
de adoctrinamiento de inocentes e incautos, para que, nombrados los
comportamientos como «formas de amar», vayan modificando,
«enriqueciendo»,
la mentalidad, el concepto de amor y enamoramiento de la población, de hecho bastante
motivada y... aplicada.
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