martes, 15 de agosto de 2023

MENTIRAS

 


Hay muchas maneras de no decir la verdad. O sea, de ocultar o deformar una realidad, un hecho, un pensamiento, un estado de ánimo, una opinión. No a todas las formas de esconder lo que debería ser mostrado se las llama mentiras, falsedades, falacias… ni nada parecido.

Para simplificar, me referiré a una de las trolas camufladas: se denomina eufemismo, cuya etimología, como se sabe, equivale a «buen decir, hablar bien». En el terreno del sexo y la escatología superabunda: «delantera» por «pechos, senos o ubres…», «hacer pis» por «mear, orinar», «hacer el amor» por «copular, follar…». Se ve que la intención es desechar ciertas alusiones un tanto inelegantes, y por eso vedadas (en un ámbito sociocultural determinado), en favor de otras más aceptables. Un concepto muy próximo al de eufemismo es el de sinonimia, consistente en la coincidencia de significado, total o casi total, entre dos o más palabras, que resultan intercambiables: «iglesia»- «templo», «calle-vía», «rojo-encarnado», etc. De suyo, no van los sinónimos encaminados a encubrir los matices repudiables de ciertas palabras, como en el eufemismo. Esa es la principal diferencia. La sinonimia tiene un gran rendimiento para la galanura expresiva, pues ayuda, por ejemplo, a no repetir excesivamente un mismo término.

Hay otros eufemismos y juegos sinonímicos menos cándidos y mucho menos disculpables. Son aquellos que intentan alterar el valor semántico o percepción social de ciertos vocablos, con objeto de librarse del perjuicio que acarrearía, por contagio, su empleo. Pensemos en las varias formas de referirse a las personas de raza «negra» evitando este adjetivo, para no ser tildado de racista o xenófobo. En EE.UU., donde siempre ha representado un gran reto y requerido una solución urgente, ha acabado por imponerse el compuesto «afroamericano», que parece, a los oídos de los norteamericanos,  más dulce, poco o nada despectivo. Hago un paréntesis para pararme en el hecho, curioso, de que otras denominaciones, como «chino», «indio» o «esquimal», no presentan absolutamente ningún problema parecido en ningún sitio ni necesitan sobrenombres atenuados.

En el discurso político abunda la segunda modalidad eufemística o sinonímica y en él muestran con todo vigor y descaro su poder manipulador, que es lo que en el fondo les otorga valía. Algunos partidos españoles son más proclives y están más duchos en este mecanismo que en otros, así como también algunos temas concitan más embustes que otros. Así, por ejemplo, las negociaciones para formar alianzas, captar socios que faciliten investiduras o permitan la gobernabilidad, se califican de «discretas», cuando en realidad discurren con total opacidad, es decir, son «secretas». ¿Se aprecia la oscilación eufemística desde «secreto» hasta «discreto» para que las cosas parezcan lo que no son? Se hace tan amplio el significado de «discreto», que llega a abarcar incluso lo «secreto», término nefando en democracia. ¡Cuántos pactos o acuerdos trascendentes para la sociedad se cierran en pasadizos subterráneos, protegidos de la luz, siendo en todo caso redimidos, por el sobrenombre eufemístico de «discretos»!      

Siguiendo con la sinonimia falaz, tenemos la expresión «cambio de criterio», que, con ese aire de sana operación cognitiva, encierra lo que es una simple maniobra para encubrir anuncios o promesas falaces, no cumplidos: «no se subirán los impuestos», «no pactaremos con partidos como X», «no habrá indultos», etc., etc. Luego, cuando la ciudadanía pide cuentas, se escudan quienes así hablaban detrás de la expresión «ha sido solo un necesario y oportuno cambio de criterio». Naturalmente, todos entendemos ―aunque callemos― que se trata de algo tan viejo y evidente como «donde dije digo, digo Diego», o sea, que aquellos ofrecimientos y propuestas eran cuentos chinos, como suele decirse. Otra frase de parecida calaña es esa de la «mayoría social» con que se reviste la formación de una coalición de grupos o partidos de ideología y trayectoria no solo diversas, sino opuestas y hasta incompatibles. De ello me he ocupado en otro escrito («El bloque progresista», EL BLOQUE PROGRESISTA (ramosjoseantonio.blogspot.com). La absoluta falta a la verdad está clara y patente hasta para ciegos y sordos, pues la coincidencia de los partidos así reunidos es, lisa y llanamente, el puro interés y beneficio de todos ellos. De ahí nace el «gobierno de progreso» (¡!), que en realidad puede tener más colores que un puesto de chucherías.

La conclusión es muy sencilla: tenemos que estar muy atentos a las palabras, pues encierran muchas veces más poder y peor intención de lo que parecen y porque ejercen, bastantes, una imbatible tiranía, sobre todo si se pronuncian o escriben con un desvío estratégico, analizado en lo que precede, y con una persistente y calculada asiduidad; poder que se basa en que la lengua crea muy a menudo, si no la realidad, sí el modo de verla y entenderla. Y así, una operación «secreta» puede terminar por creerse de verdad solo «discreta», un revuelto variopinto de grupúsculos  o un gobierno Frankestein (no sé cómo no los han ataviado ya con el apodo eufemístico de «Prometeo»[1]) pueden pasar a ser vistos como «progresistas» de verdad, etc., etc. O sea, lo que era mentira o medio mentira se convierte en verdad total. ¡Cuidado con los eufemismos y con la sinonimia aviesamente manejados!  

                    

Claudio Repellón

 



[1] El título de la obra de Mary Shelley es Frankestein  o el moderno Prometeo, para hacer ver la creación de un ser vivo artificial como un acto de rebelión contra el poder divino, semejante al que cometió Prometeo al robar el fuego a los dioses y darlo a los hombres.

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