Hay
muchas maneras de no decir la verdad. O sea, de ocultar o deformar una
realidad, un hecho, un pensamiento, un estado de ánimo, una opinión. No a todas
las formas de esconder lo que debería ser mostrado se las llama mentiras,
falsedades, falacias… ni nada parecido.
Para
simplificar, me referiré a una de las trolas camufladas: se denomina eufemismo, cuya etimología, como se
sabe, equivale a «buen decir, hablar bien». En
el terreno del sexo y la escatología superabunda: «delantera»
por «pechos,
senos o ubres…», «hacer pis» por «mear,
orinar», «hacer el amor» por «copular,
follar…». Se ve que la intención es desechar ciertas alusiones un tanto inelegantes,
y por eso vedadas (en un ámbito sociocultural determinado), en favor de otras más
aceptables. Un concepto muy próximo al de eufemismo es el de sinonimia, consistente en la
coincidencia de significado, total o casi total, entre dos o más palabras, que resultan
intercambiables: «iglesia»- «templo»,
«calle-vía»,
«rojo-encarnado»,
etc. De suyo, no van los sinónimos encaminados a encubrir los matices
repudiables de ciertas palabras, como en el eufemismo. Esa es la principal
diferencia. La sinonimia tiene un gran rendimiento para la galanura expresiva, pues
ayuda, por ejemplo, a no repetir excesivamente un mismo término.
Hay
otros eufemismos y juegos sinonímicos menos cándidos y mucho menos
disculpables. Son aquellos que intentan alterar el valor semántico o percepción
social de ciertos vocablos, con objeto de librarse del perjuicio que acarrearía,
por contagio, su empleo. Pensemos en las varias formas de referirse a las personas
de raza «negra»
evitando este adjetivo, para no ser tildado de racista o xenófobo. En EE.UU.,
donde siempre ha representado un gran reto y requerido una solución urgente, ha
acabado por imponerse el compuesto «afroamericano»,
que parece, a los oídos de los norteamericanos,
más dulce, poco o nada despectivo. Hago un paréntesis para pararme en el
hecho, curioso, de que otras denominaciones, como «chino»,
«indio»
o «esquimal»,
no presentan absolutamente ningún problema parecido en ningún sitio ni
necesitan sobrenombres atenuados.
En
el discurso político abunda la segunda modalidad eufemística o sinonímica y en
él muestran con todo vigor y descaro su poder manipulador, que es lo que en el
fondo les otorga valía. Algunos partidos españoles son más proclives y están más
duchos en este mecanismo que en otros, así como también algunos temas concitan
más embustes que otros. Así, por ejemplo, las negociaciones para formar
alianzas, captar socios que faciliten investiduras o permitan la gobernabilidad,
se califican de «discretas», cuando en
realidad discurren con total opacidad, es decir, son «secretas».
¿Se aprecia la oscilación eufemística desde «secreto»
hasta «discreto»
para que las cosas parezcan lo que no son? Se hace tan amplio el significado de
«discreto»,
que llega a abarcar incluso lo «secreto», término nefando en
democracia. ¡Cuántos pactos o acuerdos trascendentes para la sociedad se
cierran en pasadizos subterráneos, protegidos de la luz, siendo en todo caso
redimidos, por el sobrenombre eufemístico de «discretos»!
Siguiendo
con la sinonimia falaz, tenemos la expresión «cambio
de criterio», que, con ese aire de sana operación cognitiva, encierra lo que es
una simple maniobra para encubrir anuncios o promesas falaces, no cumplidos: «no
se subirán los impuestos», «no pactaremos con partidos
como X», «no habrá indultos», etc., etc. Luego, cuando
la ciudadanía pide cuentas, se escudan quienes así hablaban detrás de la
expresión «ha sido solo un necesario y oportuno cambio
de criterio». Naturalmente, todos entendemos ―aunque callemos― que se trata de
algo tan viejo y evidente como «donde
dije digo, digo Diego», o sea, que aquellos ofrecimientos y propuestas eran
cuentos chinos, como suele decirse. Otra frase de parecida calaña es esa de la «mayoría
social» con que se reviste la formación de una coalición de grupos o partidos
de ideología y trayectoria no solo diversas, sino opuestas y hasta incompatibles.
De ello me he ocupado en otro escrito («El
bloque progresista», EL
BLOQUE PROGRESISTA (ramosjoseantonio.blogspot.com). La
absoluta falta a la verdad está clara y patente hasta para ciegos y sordos,
pues la coincidencia de los partidos así reunidos es, lisa y llanamente, el
puro interés y beneficio de todos ellos. De ahí nace el «gobierno
de progreso» (¡!), que en realidad puede tener más colores que un puesto de
chucherías.
La
conclusión es muy sencilla: tenemos que estar muy atentos a las palabras, pues encierran
muchas veces más poder y peor intención de lo que parecen y porque ejercen,
bastantes, una imbatible tiranía, sobre todo si se pronuncian o escriben con un
desvío estratégico, analizado en lo que precede, y con una persistente y calculada
asiduidad; poder que se basa en que la lengua crea muy a menudo, si no la realidad,
sí el modo de verla y entenderla. Y así, una operación «secreta»
puede terminar por creerse de verdad solo «discreta»,
un revuelto variopinto de grupúsculos o un
gobierno Frankestein (no sé cómo no los han ataviado ya con el apodo eufemístico
de «Prometeo»[1]) pueden pasar a ser vistos
como «progresistas»
de verdad, etc., etc. O sea, lo que era mentira o medio mentira se convierte en
verdad total. ¡Cuidado con los eufemismos y con la sinonimia aviesamente manejados!
Claudio
Repellón
[1] El título de la obra de Mary Shelley
es Frankestein o el moderno Prometeo,
para hacer ver la creación de un ser vivo artificial como un acto de rebelión contra
el poder divino, semejante al que cometió Prometeo al robar el fuego a los dioses
y darlo a los hombres.
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