sábado, 5 de agosto de 2023

ODIO, REPULSA

 


El 14 de diciembre de 2003, siendo Secretario General del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero, la facción catalana de este partido (PSC-PSOE) firmó un documento junto con algunos otros de signo independentista o afectos a esa ideología (Partit dels Socialistes de Catalunya, PSC-PSOE – Ciutadans pel Canvi Esquerra Republicana de Catalunya Iniciativa per Catalunya Verds – Esquerra Unida i Alternativa), que fue llamado «Pacto del Tinell», por haber sido suscrito en el Salón del Tinell, dependencia del Palacio Real Mayor de Barcelona. La mayor parte de dicho documento se refiere a la actuación de las formaciones políticas catalanas y del govern. Pero hay un pasaje, centrado en las relaciones con el PP, que dice así:

«Los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad (acuerdo de investidura y acuerdo parlamentario estable) con el PP en el Govern de la Generalitat. Igualmente estas fuerzas se comprometen a impedir la presencia del PP en el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales».

Semejante exclusión o veto del partido conservador, que no pueden calificarse sino de absolutamente antidemocráticos, fueron conocidos posteriormente como «cordón sanitario», o sea, barrera que el PP, como grave apestado, no debería traspasar para así preservar a españoles de un grave contagio y de la muerte. Más exactamente, que no se debería dejar al PP traspasar… ¡Tremendo!

Cito este hecho y este documento porque, en opinión de muchos analistas y políticos de vario credo, tuvieron una enorme trascendencia en la vida pública de nuestro país. En primer lugar, impidieron negociaciones y posibles acuerdos entre los dos grandes partidos de nuestra democracia: el PSOE y el PP. Todavía lo son, con altibajos en el número de votos y escaños, pero aún persisten los mandatos del Tinell, desde que fueron puestos en práctica inmediatamente. ZP, que así se transformó en logotipo comercial el líder de los socialistas, y su discípulo y seguidor Sánchez se han encargado de ello, aireando sin sonrojo y aun con descaro y satisfacción la expulsión del PP y su condena sin remisión, debida al único pecado de seguir una línea conservadora, indigna, según los atacantes, de ser admitida en el ruedo de la democracia, donde solo tiene cabida la progresía, es decir, «nosotros» (y «nosotras», claro). La última acción derivada de la doctrina del Tinell ha sucedido estos días en Ceuta, donde el PP y el PSOE locales habían alcanzado un acuerdo de gobierno y la dirección nacional, léase Sánchez, ha prohibido la firma de tal acuerdo, para extrañeza de todos, empezando por los propios socialistas ceutíes.

Todavía recuerdo mi desconcierto cuando, después de la victoria de ZP sobre Rajoy en 2004, días después de los mal investigados atentados de Atocha, vi que no cesó ahí el ataque mitinesco contra el partido derrotado, el tono agresivo, provocador, el enojo, la belicosidad con que el ya investido presidente lanzaba invectivas contra el que había sido rival, odiado rival eso sí, pero ya solo adversario rendido. El jefe socialista fue incansable en sus arremetidas durante toda la legislatura, cosa que a muchos chocaba e incluso aburría, pues no tenía al parecer razón de ser. Pero, en realidad, si que había un motivo, o mejor dos: desprestigiar y provocar a la derecha, o sea, instigarle a que respondiera a sus ataques, y también encender la llama de la crispación, que es como se viene llamando desde entonces la pelea, la riña constante, la reyerta permanente, el intercambio de zarpazos verbales... en el circo político. Situación cuyo origen y causa siempre se achaca «al otro», naturalmente. En una conversación privada de ZP con un periodista adepto, al que se le había olvidado cerrar el micrófono, aquel le dijo, más o menos: «Creo que conviene meter más tensión ahora». Tensión es un sinónimo eufemístico, de los que tanto abundan en la contienda que desde entonces ocupa horas y horas a demasiados de nuestros representantes. El actual presidente, Sánchez, es fiel discípulo y continuador de ZP en lo que toca a las maneras y modos de discurso político, en el que siempre, antes o después, culpa a «la derecha y ultraderecha» de algo, lo que sea. Así, la crispación, o como se quiera llamar, ha ido en aumento. Por citar a otro alumno aventajado en la práctica del ataque arbitrario y desmedido, siempre interesado, es el pintoresco joven Rufián, que incluso ha llegado a ser expulsado de alguna sesión del Parlamento.  

Esta forma de relacionarse, tanto las personas como los grupos, no puede sino dar lugar al odio, la repulsa, que es lo que exhiben muchos de los actuales integrantes de la política en sus declaraciones y discusiones. Da igual que sean reales ―de verdad sentidos― o simulados; para el caso es lo mismo. Las sesiones del Parlamento son espectáculos estomagantes, donde, más que presentar propuestas, proyectos, medidas… sobre los asuntos que interesan al país, se arrojan venenosas víboras por las bocas ponzoñosas de sus señorías. El respeto, la escucha, el diálogo, la negociación (acercamiento, cesión), la formación de alianzas, los pactos… son imposibles en esta hora de España, en la que tan necesarios son, sin embargo, los acuerdos «de Estado», como la educación, la justicia, la sanidad, la actividad en el exterior, etc.   

Un efecto más de esa conducta dominada por los enfrentamientos y contraria a la negociación y el consenso, prácticamente imposibles, es que prefigura un modelo que se trasmite hacia abajo, que se imita en la calle, donde las posturas, las ideas, las opiniones… no es que diferencien a los ciudadanos, es que a muchos y muchas veces los enfrentan, los incomunican, los arrastran a la reyerta, la escandalosa trifulca, por el más nimio desacuerdo. No se ve otro modo de debatir.

Por desgracia, el cuadro tiene mucho de salvaje.

 

Claudio Repellón

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