miércoles, 17 de junio de 2015

CHISTES PRIVADOS, CHISTES PÚBLICOS

               Por mor de unos chistes en una red social de unos políticos madrileños, ha saltado a los medios y está en boca de mucha gente la cuestión de la gravedad de tales tipos de historias, a las que otros califican de simple “humor negro”, carente de toda malicia. Quienes así piensan, aducen que gracietas como esas acostumbra a contarlas todo el mundo, surgen en todas las reuniones festivas en familia o entre amigos, o bien en simples encuentros de barra de bar, en los que no solamente no se castigan, sino que se retribuyen con risas y hasta carcajadas.
               Me parece a mí que, antes de valorar la aceptabilidad de dichas manifestaciones supuestamente humorísticas, es necesaria una distinción, creo que fundamental y determinante: no es lo mismo contar chistes racistas, homófobos, contra la mujer o las minorías, favorables a la violencia, etc., en privado, que hacerlo en público. Entiendo que el límite entre ambas esferas no es absolutamente nítido, pero límite hay, como se aprecia en la diferencia entre un contexto familiar y una red social o un medio de comunicación: aquel es privado sin lugar a dudas y este es claramente público. Lo esencial de la distinción no reside en el número de oyentes o lectores, sino en la naturaleza del destinatario, en correspondencia con el canal de difusión, el escenario material y social, etc., en que suceden los hechos.
               La manifestación pública se dirige, virtualmente, a la sociedad entera, pues lo que se declaró o narró en un pequeño círculo no privado, puede extenderse y extenderse, e incluso en determinadas ocasiones saltar a las redes, la prensa, etc., donde adquiere ya su auténtica dimensión social, pues ningún ciudadano queda excluido en potencia de recibir el mensaje. Más aún: la comunicación pública no solo se da en términos de generalidad, sino que establece un compromiso entre quienes hablan (o escriben) y quienes escuchan (o leen). El emisor se muestra y se define “coram populo”, firmando así un contrato tácito, por el cual acepta ser considerado como sus manifestaciones determinen, según los principios y normas éticas vigentes. En consecuencia, la sociedad actuará de la manera que corresponda.
               Las sociedades occidentales se fundan, entre otros, en los llamados “derechos humanos”, cuyo valor como criterio de moralidad social es indiscutible. Este valor pasa unas veces a las leyes y otras solo actúa como patrón de legitimidad u honradez. En cualquier caso, si un individuo exhibe un discurso y un comportamiento públicos, en los que se afrentan algunos de los derechos humanos, que cimentan, como queda dicho, nuestra sociedad, es lógico, esperable y justo que la sociedad lo señale, lo estigmatice y lo excluya, con una reacción paralela a la ofensa. Esto es, como suele decirse, de libro.
               En conclusión, no digo yo que vayan a meter en la cárcel a Zapata, concejal madrileño triste y ampliamente conocido por sus chistes públicos, ni a los demás tuiteros ahora elevados a la categoría de ediles. Pero sí comprendo e incluso apoyo, basándome en lo expuesto, que se pida la dimisión y se les descalifique y se les considere personas no aptas para ser representantes de los españoles.

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Procedencia de la imagen:  

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