La segunda convocatoria a la que me quiero referir es más
próxima, la correspondiente a la elección de parlamentos autónomos y
ayuntamientos el día 24 de mayo. En esta ocasión, la excitación colectiva ha
tenido otro motivo muy distinto, pero no menos intensidad: las consecuencias de
todo tipo (económicas, sociales, políticas… y hasta culturales y morales) de la
crisis, larga ya y tan dura para muchas personas, familias, colectivos… Gran
parte de la ciudadanía ha llegado encrespada, desesperada, sin muchas fuerzas
ni lugar a dónde acudir. Es decir, con tanta falta de equilibrio anímico como
para optar, racionalmente, por un programa de gobierno determinado.
Cuando se
está tan mal, lo único que se quiere es buscar un culpable (a quien hacer pagar
por tanto sufrimiento) y que vengan otros que acaben con tan desgarradora calamidad,
empezando por sus supuestos causantes. ¿Qué otra cosa va a anhelar el ciudadano
en tan indignantes circunstancias? ¿Y a qué otro discurso va a prestar oídos,
sino al que le exprese y le prometa, repitiéndoselo hasta la saciedad, que va a
satisfacer sus aspiraciones y sacarlo del pozo casi por arte de biribirloque? Y,
así, casi anulado su albedrío por tan gran desesperación, ¿a quién va a votar?
Estoy seguro de que la aparición de algunos de los nuevos
partidos y su relativo premio electoral, su presencia en cámaras autonómicas y ayuntamientos, tienen
que ver con esto que digo. El futuro nos mostrará si nos hemos equivocado y en
qué. Como explicación (que no, justificación), podremos aducir la poca
serenidad con que, en efecto, hemos depositado los votos.
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