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He oído y leído el calificativo “postmoderno” muchas veces,
usado en diversos tipos de contextos, desde los que sugieren una intención humorística
o irónica, hasta otros más propios del discurso sociológico, histórico e
incluso filosófico. Sin embargo, se me ha resistido la extracción inductiva de
un valor semántico claro y único, nítido, subyacente a tan diversos empleos. La
palabra me atrae, no por sí misma, sino por una suerte de evocación inconcreta
que en mí despierta: ¿decadencia?, ¿desengaño?, ¿estar ya de vuelta? Por
suerte, acabo de leer un libro breve, titulado Ideas y creencias del hombre actual (L. González
Carvajal-Santabárbara, Santander, Sal Terrae, 1991): en mi persecución del
concepto, me ha venido de perlas. Analiza y describe, en una primera parte, la modernidad, nacida con la Ilustración en el
XVIII, y a continuación el postmodernismo, que emerge en el siglo XX. El postmodernismo, se lee al comienzo del
capítulo a él dedicado, “es, antes que nada, una especie de talante, un nuevo
tono vital” (p. 155), “está hecho de desencanto” (p. 156). A partir de aquí, se
exponen una serie de rasgos característicos, en los que he centrado mi interés.
Creo que trazan una certera radiografía del movimiento y voy a pasar a
resumirlos, casi nombrarlos tan solo, pues más no cabe aquí (he partido el artículo en dos, ya que, pese a todo, tiene una cierta extensión).
1. El fin de la idea
de progreso. Se ha acabado “el tiempo de las grandes utopías” (p. 157). “Los
postmodernos tienen experiencia de un mundo duro que no aceptan […], pero no
tienen esperanza de poder cambiarlo” (p. 158). El resultado es la melancolía y
el desencanto.
2. El final de la historia. La historia no
existe como camino o marcha de la Humanidad hacia una meta de mejora, de
superación, etc. “La gran historia se disuelve en muchas historias
microscópicas. Tantas como individuos” (p. 159). No hay fin ni “objetivos
últimos”, “disciplinas de marcha”, “precisas brújulas”, ni “nostálgicas
esperanzas” (p. 159). Por lo tanto, y como no hay futuro, lo mejor es
“disfrutar del presente” (p. 160), carpe
diem.
3. Hedonismo. “La postmodernidad es el
tiempo del yo y del intimismo” (p. 160). “Hoy es posible vivir sin ideales. Lo
que importa es conservarse joven, cuidar la salud…” (p. 162).
4. La muerte de la ética. “Cuando queda tan
solo el presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera”
(p. 163), “nada está prohibido” (p. 164). El único imperativo es ser feliz,
hacer cada uno lo que le agrade.
5. Declive del imperio de la razón. El
hombre postmoderno “valora el sentimiento por encima de la razón” (p. 165). “El
racionalismo aburre a la juventud […]. A la tiranía de la razón ha sucedido
ahora una explosión de la sensibilidad y la subjetividad” (p. 166).
6. El imperio de lo débil y lo ligth. ·”En la postmodernidad no
queda más remedio que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del
pensamiento” (p. 167), “únicamente hay lugar para el pensamiento débil y
fragmentario”: yo, aquí y ahora, digo esto (p. 167). “Es la desvalorización de
los valores 'supremos' y de las grandes cosmovisiones” (p. 168).
(Continúa)
Muy interesante.
ResponderEliminarYo creía que en la postmodernidad todo valía.
Mezclar generaciones, estilos y demás. Osea, no preocuparte mucho por el resultado final, ya que con la etiqueta potmodernista...todo queda justificado.
Salu2
Didáctico. Siempre andé detrás de ese concepto y nunca encontré algo tan esclarecedor.
ResponderEliminarEs una opción de vida de la "Señorita Pepis".
Por ahí va, Toni. Lee después la segunda parte.
ResponderEliminarMás o menos, Sr. Urpiales. Lo has dicho muy bien: "una opción de vida de la Señorita Pepis". En la segunda parte queda aún más patente.
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