Una y otra vez se repite desde hace un tiempo que la ciudadanía española está dormida, aletargada. Que ni la más escandalosa corrupción, perfectamente documentada, ni el paro que crece hasta cifras increíbles, ni la crisis que cierra comercios y empresas a puñados, ni las falsas promesas de autoridades y dirigentes…, nada, nada, nada mueve a la población a echarse a la calle y vociferar hasta perder la garganta, al menos para tomar conciencia conjunta, solidaria, pública, de que la situación, si continúa, nos puede llevar al infierno. ¿Qué pasa?
Casi la mitad de los jóvenes no trabajan porque no pueden y andan de aquí para allá, viendo cómo el futuro, su futuro, ni llegarán ni a tocarlo con las puntas de sus dedos. No tienen nada que perder, pero no chillan colectivamente ni aunque les quemen el rabo. Ellos son el mañana del país, mañana que poco a poco se está convirtiendo, hoy a hoy, en un papel sin escritura, completamente en blanco. ¿Qué pasa?
Los cabecillas, los líderes son imprescindibles. Pero no hay o no se muestran. Y, en su ausencia, el pueblo no se arracima, es una mera concurrencia de individuos que ni se conocen ni se importan. Por mucho que los igualen su calamidad, su perdición, su dolor. ¿Qué pasa?
Tengo un par de palabras tal vez útiles para una explicación. Una es “impotencia”. La gente tiene la sensación de que nada de lo que haga va a servir. Incluso les puede perjudicar. Los que mandan, en cualquier sector y nivel, controlan tanto y tan bien, que no dejan rendija por la que meter la queja, la reivindicación, la amenaza…, de modo que den en el blanco. No hay ya nada verdaderamente efectivo. La bota del de arriba pisa el cuello del de abajo y, cada vez que éste intenta un leve movimiento de liberación, tiene la sensación de que no consigue sino hacerse más daño. El último pisotón, tremendo, ha sido la decisión del que llaman ya algunos Tribunal Prostitucional.
Da la impresión de que nos sentimos condenados a muerte, sin posibilidad de apelación. Ni fe queda en el milagro siquiera. Andamos con la cabeza gacha, esperando que el verdugo nos vista pronto la capucha y esto acabe de una vez. “Resignación”, esa es la segunda palabra.
Un pueblo sin orgullo.
ResponderEliminarSin referentes próximos.
Apático, amancebado y sumiso.
Sin victorias que celebrar...
Unas gentes que nadan a favor de corriente...como los peces muertos.
Salu2
¡Por fin entro en tu blog, que me agrada en su escritura!
ResponderEliminarHace muchos años que procuro ocuparme de poesía, literatura y fotografía, y todo ello "gratis et amore". Yo no soy un animal político, un ente de concurrencia, sino un ente de soledad electiva;un libre animal poético ( con mayor o menor acierto) y sin pretensión alguna.
Lo anterior no quiere decir que no tenga mi criterio como ciudadano y elector. Siempre acudo a votar, y casi siempre lo hago en blanco. Lo mismo haría en Italia, en Francia o en Usa. He vivido y trabajado en varios países europeos y americanos. En todas partes, cada vez que gritan ¡Patria!, pienso en el pueblo y me pongo a temblar.
Perdona el "rollo", que no esconde mi admiración por los que honestamente, como tú, queréis cambiar las cosas.
Vivo apartado en una especie de soledad sonora. Y me alegra mucho conocerte en nuestras letras.
Un abrazo de cordialidad.
Toni, tú lo has dicho: "apático, amancebado y sumiso, sin victorias que celebrar..." ¿Qué hacemos para que nuestros hijos no se hundan en el cenagal? (Anda, hoy estamos buenos de moral...). Salud(os).
ResponderEliminarTengo la esperanza de que todo esto cambie algún día.
ResponderEliminarUn abrazo,
Rato Rato
Perdón por la tardanza en contestar a tu ilusionante comentario y agradecerlo, amigo Rato. La Sra. Jazztel me ha tenido maniatado. Salud(os).
ResponderEliminarGracias por este blog tiene una tema muy buena me gusta mucho leerle excursiones en estambul
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