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Como he dicho, casi siempre estoy arriba, en el salón o en la terraza, que es graaande grande. Allí está la casita de “Rix”. Es como una tienda de campaña de indio, chulísima. Al lado le puso mi hermano Juan, que ya tiene 11 años, una especie de alfombra con tierra, para que el perrito echara sus pis y sus cacas. Luego tuvo que agrandarla y cubrir los bajos de la tienda, cuando “Rix” empezó a mear contra la pared, levantando la pata. Hasta entonces, se lo hacía por todos sitios. La Vito le llamaba marrano, guarro, astroso, indecente… a grito pelao. Pero nunca le pegó, ni le pega, ¡nunca! Mi padre lo dejó bien clarito cuando me lo trajo: “A este perro, que no le ponga nadie la mano encima”. Y todos lo respetan, porque era mi padre y porque fue su último deseo. Y a mí me parece que “Rix” lo sabe, que algo se ha olido. Jaja, ¡qué golfo!
Algunas veces, el perro y yo nos bajamos a mi cuarto. Allí me pongo a ver la tele o a jugar a la PSP, porque mi mamá no me deja bajar juguetes. Juan casi nunca viene, a él le sigue gustando leer comics o incluso libros. Se queda tumbado en el sofá del salón.
Hace un mes o así, un domingo mamá y la Vito se pusieron rabiosas, vaya cabreo que agarraron. Estuvieron dando gritos a “Rix” toda la mañana. Fue porque se encontraron una mancha húmeda en la moqueta y, claro, pensaron que “Rix” se había meado. (Pobrecillo. Perdóname, guapo.) ¡El cisco que le formaron! Más o menos como el que me lían a mi cuando me lo hago en la ropa. En eso siguen igual que en la novela: me dicen que voy a ir al infierno, que soy un cerdo, ya tan grande, que, cuando me case, me voy a mear encima de mi mujer… Yo qué sé la de cosas feas que se les ocurren para que me achare y me aguante... El perrito se escondió, temblando, debajo de mi cama y no salió hasta que se fueron a misa de doce.
A los pocos días, cuando ya se había secado la moqueta, apareció una nueva mancha de pis. Pero… ¡esa la descubrieron de otra manera! Me pillaron, a mí, con el pantalón bajado y meándome yo allí a caso hecho. No, “Rix” no fue tampoco el culpable de la anterior meada. Se liaron a voces, me zarandearon, la Vito empezó a llorar… El cristo que se armó fue flojo. Pero yo ni me asusté. Sin ni siquiera subirme el pantalón, solté todo lo fuerte que pude: “Mira, mamá. Tú escoges, lo que más te guste: o me meo en la ropa o me meo en la moqueta esta, ¿vale? Cuando esté jugando o viendo la tele y no tenga gana de subir al aseo, me lo haré aquí. Vestido o en el suelo, como “Rix” lo hace al lado de su casita“. Ya estaba yo hasta las narices de que me torturaran como a un bandido, nada más porque me orinaba sin darme cuenta de vez en cuando.
Me subí los calzoncillos y el pantalón. Mamá no chistó, ni la Vito, claro. Juan se aguantaba la risa. Se fueron todos al salón y me dejaron solo.
A mi habitación le echaron la llave y se me prohibió bajar durante el día. Para dormir, colocaron mi cama en el cuarto de Juan, al lado de la suya, donde todavía está. Así que, además de un príncipe destronado, como escribió Miguel Delibes, soy también un príncipe desterrado.
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Un relato muy bueno Jose Antonio.
ResponderEliminarUn saludo(de tu amigo Oscar)
A lo que has hecho se le llama originalidad: has tomado un personaje literario y le has seguido dando vida. He disfrutado mucho con su lectura. Solo le pondría una pega: me ha sabido a poco. Excelente, amigo, excelente. Enhorabuena.
ResponderEliminarNo es fácil meterse en la expresión de un niño. Me ha gustado la rebeldía que se refleja en el léxico, la identificación con su caniche, la forma de plantarse ante el mundo y reivindicar en forma de dilema sus derechos. ¡Que sigas contando historias!
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