Todo estaba dispuesto para comenzar la votación. La mesa
colocada en el centro del estrado, la urna de madera y los tres candidatos.
Cada uno llevaba colgada una tarjeta de plástico del color que lo identificaba
y diferenciaba de los otros dos: rojo, verde y blanco. Los electores, que eran
exactamente 21, formaban una cola ordenada y tranquila. Se dividían en tres
sectores cuantitativamente iguales: 7 niños/as, de entre 8 y 12 años; 7 mujeres
y 7 hombres. Podrían haber sido más, pero así lo establecía el Estatuto del
Espacio: tres grupos de 7 miembros cada uno. Todos los votantes habían recogido
tres papeletas, con los tres los colores del trío de aspirantes a gobernador de
aquel Espacio.
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El candidato blanco presentaba un programa dirigido al
bienestar , felicidad y desarrollo máximo de los niños. El verde se comprometía
a atender solo todos los problemas y aspiraciones de las mujeres. El rojo se
correspondía con un proyecto para satisfacer a los hombres. La orientación de
cada programa era única y exclusiva, de modo que solo tomaba en consideración
al sector en el que se fundaba, salvo casos excepcionales de necesidades extremas
en alguno de los demás.
Previamente, cada grupo se había reunido para dilucidar una
cuestión esencial: si votarían nada más su color o depositarían papeletas de
alguno otro, en detrimento de las propias. En caso de no hacerlo así, no habría
manera de obtener un resultado efectivo, puesto que se produciría un inevitable
empate entre los tres. No estaban permitidas las alianzas para formar mayorías
posteriores a la elección.
Todos eran conscientes de lo diversos perfiles de los
programas de actuación y de la trascendencia del acto que se celebraba. Uno de
los tres sectores gozaría de beneficios y privilegios de los que carecerían los
otros dos.
Se abrió la urna de madera y los electores comenzaron a
depositar sus papeletas. Iban en sobre cerrados, de modo que nadie podía
adelantarse a averiguar el resultado. Comenzó el escrutinio.
En unos minutos estuvo concluido: blanco 8, verde 6, rojo
7. ¡Habían ganado los niños, gracias al
voto solidario del sector de las mujeres! Durante dos años regiría el Espacio,
con el cargo de gobernador, el candidato blanco, que en este caso era un muchacho
de 18 años cortos.
Las protestas del sector masculino no se hicieron esperar:
como casi siempre, consistían en repudiar un sistema electoral que postergaba a
las minorías. Decían que el voto solidario era una perversión, que obedecía
seguramente a intereses ocultos. No era justo que las cifras que arrojó el
recuento no se correspondieran con la distribución del conjunto de habitantes
del Espacio; por el contrario, mostraba una imagen deformada de aquella
sociedad, porque otorgaba preeminencia a quienes en realidad no la tenían.
Alguno de los hombres denunció la indudable existencia de un pacto secreto
entre alguna mujer y los niños, del que dicha señora y sus colegas obtendrían
algún provecho. En realidad, las féminas depositaron una papeleta blanca por
solidaridad, por un sentido de protección, pensando en romper, al menos por una
vez, el dominio de los sectores adultos, que desde siempre se turnaban en el
gobierno. Uno de los electores masculino pidió, como venía haciendo en los
últimos en los últimos años, que la gobernación la llevara a cabo una especie
de triunvirato. La nueva mayoría se opuso a todo.
El gobernador elegido juró su cargo y dio por finalizada la
sesión, no sin aceptar en su fuero interno la anomalía que suponía el llamado
voto solidario.
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