Resulta inevitable que, así las cosas, el otro componente,
el institucional, se haya resentido y debilitado, por lógica contaminación. Sobre todo si, como también ha ocurrido, se
han producido ciertos comportamientos del rey poco agraciados, relacionados con
la caza. Lo personal o privado y lo público no se pueden separar del todo, como
si no tuvieran nada que ver; se comprende fácilmente siempre que hablamos de
una persona con dimensión pública. Pero el asunto se agrava si consideramos no a
una persona, sino a dos, que viven, además, en pareja, unidas por un vínculo
sacramental indestructible. La Casa Real sufre los avatares de la familia real,
pues van unidas.
Abogo, pues, por una distinción y separación -la máxima posible- entre estos dos ámbitos. Y también pido que
lo mismo que mi médica de cabecera es una mujer, una sola persona, cuyo marido
o novio -si lo tiene, sea o no
facultativo- no pasa nunca consulta bajo
el marchamo de “el doctor y yo”; o lo mismo que el fontanero que me repara,
solo, el calentador; o lo mismo que la señora que, sola, hace limpieza a fondo
en casa los viernes, etc., el rey ejerza él solo la función encomendada, sin
que la esposa figure como par institucional. Su papel, igual que el de los y
las demás cónyuges, ha de limitarse a la esfera íntima, personal, doméstica,
familiar.
Don Juan Carlos debe ser rey como persona individual y
aparecer sin compañía en todos los escenarios en los que tenga que estar y
actuar como tal rey. Cállese ya la fórmula protocolaria “la reina y yo”. La
familia dejémosla, en todo caso, para cierta prensa llamada del corazón, y con
prudencia. De este modo, la monarquía quedaría, si no totalmente, algo más
libre de la influencia de lo que ocurra o deje de ocurrir a las personas
individuales y a las relaciones sentimentales y matrimoniales. Únicamente en semejante
escenario, un país como España podría afrontar sin muchas complicaciones un hipotético
divorcio de la pareja real, por ejemplo, o del heredero, como ha ocurrido hace
poco en el Reino Unido. Y ya tenemos
bastantes dificultades aquí como para no intentar una reforma del protocolo o
la norma que a este tenor corresponda, por lo menos.
Lo anterior vale para toda intromisión e interferencia de la
familia en la vida profesional de una persona, que, sea cual sea la ocupación y
cargo, no suele beneficiar demasiado. No por casualidad, la monarquía -herencia auténticamente secular, por no
decir obsoleta- es ya el último reducto,
creo, de este singular fenómeno.
O calvo o con tres pelucas. Esta vez voy a ser tu primer comentarista.
ResponderEliminarMe temo que no se trata de una fórmula de protocolo sin más. La monarquía es hereditaria y por tanto la reina tiene un papel institucional. No así el presidente de una república o el jefe de gobierno. Es uno de los problemas de tener en la cumbre del Estado una institución arcaica.
Hay muchas más contradicciones por culpa de este hecho, lo que pasa es que hasta ahora las que se han manifestado se han ido superando mal que bien, pero todas y cada han dejado huella produciendo una lenta erosión que se manifiesta en el desprestigio presente y el que vendrá.
Saludos
Seguro que la principal, acaso única, función de la reina es la de parir para asegurar la sucesión. Creo que en el tema monárquico estamos muy próximos: tú hablas de "institución arcaica" y yo de "obsoleta", que vienen a ser lo mismo "sobre chispa más o menos", como decimos por aquí. Gracias por tu visita, ciertamente temprana, y comentario.
EliminarCumplí tu petición profe...
ResponderEliminarSalu2
Muchas gracias... te doy más por extenso, y te contesto, en el lugar donde depositaste tu comentario. Salud(os).
EliminarHola, amigo jaramos. Un asunto delicado, el que tratas hoy.
ResponderEliminarLa mayoría de las instituciones están perdiendo prestigio, (cosa que se están ganado a pulso), y nos estamos quedando sin nada que nos vertebre como nación.
Pienso que, "la reina y yo", va incluido en el paquete y que el meollo de la cuestión sería, monarquía si o no.
Posiblemente haya que echar mano del "gatopardismo" y, como dice la famosa novela de Lampedusa, "sea necesario cambiarlo todo para que todo siga igual"
¡Que Dios nos coja confesados!
Salud(os).
Pues sí, amigo Antonio. El sistema monárquico es una antigualla, "llamada a recoger", según acostumbramos a decir por aquí. Gracias por tu visita y comentario.Salud(os).
ResponderEliminarIndependientemente de la decadencia de la institución regia, lo que a mi me preocupa de todo este asunto es cómo influye todo esto a la reina. No es ella la que anda detrás de la pólvora y los paquidermos, no es ella la cabeza visible de la jefatura de Estado, ¿por qué entonces ha de soportar más de lo que de por sí le corresponde? No debemos olvidar que consorte o no de un jefe de Estado, la vida marital es compleja, y que con esta "copulación" no se consigue sino tintar de gris a Doña Sofía.
ResponderEliminarUn saludo
Claro, amigo C3C1. La reina -si ha de haberla- debería limitarse al ámbito de lo privado. El público es dominio solo del rey -si ha de haberlo-. Es lo que propongo. Gracias por tu visita y comentario. Salud(os).
ResponderEliminarEliminar ese formulismo protocolario haría innecesaria esa institución que se alimenta de la sangre azul y el linaje como único argumento de legitimidad. Sería como un Presidente de República sin urnas de por medio. Quizá lo que sobre no sea solo la expresión sino la propia institución.
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