martes, 8 de enero de 2013

"LA REINA Y YO..."



               Esta es la expresión que oímos utilizar al rey cuando se refiere institucionalmente a la encarnación personal de la jefatura del Estado. Supongo que la alusión a su esposa responde a una norma de protocolo, y no tanto a un afán de igualitarismo feminista, que no fecunda el ideario monárquico tradicional, al menos oficialmente. Detrás de esa copulación (entiéndase, gramatical), “la reina y yo”, late el principio, supongo, de que la corona la forma, de algún modo, toda la familia real, representada por los cónyuges regios. No obstante, solo el rey es investido, coronado, y no sus familiares, que poseen la dignidad de reina, príncipe, princesas, infantas…, por razón de parentesco. En nuestro país, nos hemos acostumbrado a la frase, reforzada por la presencia conjunta en público, siempre que ha habido un acto de este carácter. Hasta ver como natural y entender que el matrimonio Borbón y la monarquía española son un todo indivisible. 
               El hecho de que esto sea así no ha planteado problemas durante buena parte del reinado de Don Juan Carlos. Pero, claro, siempre ha existido el peligro de alguna grieta, señal e inicio de próximo resquebrajamiento e incluso de derrumbe, como en toda pareja, pues ninguna tiene sello de eternidad. Se sabe, ahora, que el lazo familiar en La Zarzuela está algo más que deshilachado. Dicen que Don Juan Carlos y Doña Sofía están… distanciados, que su relación es tan fría como un glaciar, que cada uno “hace su vida”; dicen que los Urdangarín no son bien vistos en la casa paterna y que en ella hay división  -esto es lo importante-  a la hora de enjuiciar su situación y adoptar una postura respecto a la hija y el yerno. En definitiva, el aspecto familiar de la corona ha entrado en dificultades y la prensa se ocupa ya de él.
               Resulta inevitable que, así las cosas, el otro componente, el institucional, se haya resentido y debilitado, por lógica contaminación.  Sobre todo si, como también ha ocurrido, se han producido ciertos comportamientos del rey poco agraciados, relacionados con la caza. Lo personal o privado y lo público no se pueden separar del todo, como si no tuvieran nada que ver; se comprende fácilmente siempre que hablamos de una persona con dimensión pública. Pero el asunto se agrava si consideramos no a una persona, sino a dos, que viven, además, en pareja, unidas por un vínculo sacramental indestructible. La Casa Real sufre los avatares de la familia real, pues van unidas.

               Abogo, pues, por una distinción y separación   -la máxima posible-  entre estos dos ámbitos. Y también pido que lo mismo que mi médica de cabecera es una mujer, una sola persona, cuyo marido o novio  -si lo tiene, sea o no facultativo-  no pasa nunca consulta bajo el marchamo de “el doctor y yo”; o lo mismo que el fontanero que me repara, solo, el calentador; o lo mismo que la señora que, sola, hace limpieza a fondo en casa los viernes, etc., el rey ejerza él solo la función encomendada, sin que la esposa figure como par institucional. Su papel, igual que el de los y las demás cónyuges, ha de limitarse a la esfera íntima, personal, doméstica, familiar.
               Don Juan Carlos debe ser rey como persona individual y aparecer sin compañía en todos los escenarios en los que tenga que estar y actuar como tal rey. Cállese ya la fórmula protocolaria “la reina y yo”. La familia dejémosla, en todo caso, para cierta prensa llamada del corazón, y con prudencia. De este modo, la monarquía quedaría, si no totalmente, algo más libre de la influencia de lo que ocurra o deje de ocurrir a las personas individuales y a las relaciones sentimentales y matrimoniales. Únicamente en semejante escenario, un país como España podría afrontar sin muchas complicaciones un hipotético divorcio de la pareja real, por ejemplo, o del heredero, como ha ocurrido hace poco en el Reino Unido.  Y ya tenemos bastantes dificultades aquí como para no intentar una reforma del protocolo o la norma que a este tenor corresponda, por lo menos.
               Lo anterior vale para toda intromisión e interferencia de la familia en la vida profesional de una persona, que, sea cual sea la ocupación y cargo, no suele beneficiar demasiado. No por casualidad, la monarquía   -herencia auténticamente secular, por no decir obsoleta-  es ya el último reducto, creo,  de este singular fenómeno. 

9 comentarios:

  1. O calvo o con tres pelucas. Esta vez voy a ser tu primer comentarista.
    Me temo que no se trata de una fórmula de protocolo sin más. La monarquía es hereditaria y por tanto la reina tiene un papel institucional. No así el presidente de una república o el jefe de gobierno. Es uno de los problemas de tener en la cumbre del Estado una institución arcaica.
    Hay muchas más contradicciones por culpa de este hecho, lo que pasa es que hasta ahora las que se han manifestado se han ido superando mal que bien, pero todas y cada han dejado huella produciendo una lenta erosión que se manifiesta en el desprestigio presente y el que vendrá.
    Saludos

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    1. Seguro que la principal, acaso única, función de la reina es la de parir para asegurar la sucesión. Creo que en el tema monárquico estamos muy próximos: tú hablas de "institución arcaica" y yo de "obsoleta", que vienen a ser lo mismo "sobre chispa más o menos", como decimos por aquí. Gracias por tu visita, ciertamente temprana, y comentario.

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  2. Cumplí tu petición profe...

    Salu2

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    1. Muchas gracias... te doy más por extenso, y te contesto, en el lugar donde depositaste tu comentario. Salud(os).

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  3. Hola, amigo jaramos. Un asunto delicado, el que tratas hoy.
    La mayoría de las instituciones están perdiendo prestigio, (cosa que se están ganado a pulso), y nos estamos quedando sin nada que nos vertebre como nación.
    Pienso que, "la reina y yo", va incluido en el paquete y que el meollo de la cuestión sería, monarquía si o no.
    Posiblemente haya que echar mano del "gatopardismo" y, como dice la famosa novela de Lampedusa, "sea necesario cambiarlo todo para que todo siga igual"
    ¡Que Dios nos coja confesados!
    Salud(os).

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  4. Pues sí, amigo Antonio. El sistema monárquico es una antigualla, "llamada a recoger", según acostumbramos a decir por aquí. Gracias por tu visita y comentario.Salud(os).

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  5. Independientemente de la decadencia de la institución regia, lo que a mi me preocupa de todo este asunto es cómo influye todo esto a la reina. No es ella la que anda detrás de la pólvora y los paquidermos, no es ella la cabeza visible de la jefatura de Estado, ¿por qué entonces ha de soportar más de lo que de por sí le corresponde? No debemos olvidar que consorte o no de un jefe de Estado, la vida marital es compleja, y que con esta "copulación" no se consigue sino tintar de gris a Doña Sofía.

    Un saludo

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  6. Claro, amigo C3C1. La reina -si ha de haberla- debería limitarse al ámbito de lo privado. El público es dominio solo del rey -si ha de haberlo-. Es lo que propongo. Gracias por tu visita y comentario. Salud(os).

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  7. Eliminar ese formulismo protocolario haría innecesaria esa institución que se alimenta de la sangre azul y el linaje como único argumento de legitimidad. Sería como un Presidente de República sin urnas de por medio. Quizá lo que sobre no sea solo la expresión sino la propia institución.

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