Han clausurado Megaupload y han dado el portazo a los más de
50 millones de visitantes diarios que recibía este enorme almacén. ¿Por qué?
Oficialmente porque realizaba una actividad ilegal, como es la de proporcionar
a usuarios de la red la posibilidad de obtener gratis productos audiovisuales
sometidos a derechos de autor. O sea, un robo.
http://s3.amazonaws.com/uso_ss/icon/ 60951/large.png?1257004695 |
Un robo típico de la sociedad de consumo, donde el supremo
mandamiento es conseguir lo máximo posible al menor coste posible y en el menor
tiempo posible. Imbuidos de tal principio, los consumidores aspiramos a la
apropiación de todo aquello que deseamos, por ejemplo, una peli de estreno, ahorrándonos
los euros (entre 10 y 20) que cuesta la entrada de cine, y a la voz de ya; el
éxito de Megaupload y semejantes se deriva de su capacidad para satisfacer
nuestros propósitos y acatar nuestras condiciones.
Por su parte, el almacén saca un pastón sin dar golpe ni gastarse demasiado, pues basta con una vía de entrada, unos lugares donde guardar los objetos y una salida, así como unos huecos en los que anunciantes publicitarios coloquen sus mensajes de modo que los pueda ver todo el que trasiegue por las dependencias, subiendo o bajando archivos. Los autores propietarios del material, es decir, de las películas, libros, documentos particulares, discos…, no siempre están en el conocimiento de que sus creaciones residen en ese lugar y se utilizan de la manera descrita: bien porque se trata de archivos personales (textos, fotos…) bien porque las ha subido alguien que previamente se había hecho con la película, la canción, etc., pagando o no (generalmente, no); y, desde luego, dichos autores se quedan siempre a dos velas también en lo económico. Pierden, junto con las empresas que han puesto dinero para publicar legalmente las obras, es decir, las editoras y distribuidoras; también las salas de cine y los comercios de productos audiovisuales. Son las víctimas de la piratería virtual, que a muchos los ha llevado o llevará a una ruina, consistente no tanto en tener que echar el cierre y abandonar el tenderete , como en olvidarse del filón que suponían hasta hace poco la música y la imagen.
El imperativo consumista, ganar mucho invirtiendo poco y en poco tiempo, lo juzgo legítimo y no debe generar problemas. Ni siquiera cuando se da, como aquí, un choque de intereses, originado por la introducción de un germen envenenado: "a costa de lo que sea". Creo que es posible conjugar, en el caso que comento, las aspiraciones de los tres elementos en pugna: propietarios, distribuidores (virtuales, como Megaupload) y consumidores. No ha sido así en este caso, se han dado de frente tres vehículos que se dirigían hacia la misma meta, en un accidente seguramente grave, o al menos de pronóstico reservado.
La propuesta que voy a hacer es de las que se le ocurren a cualquiera, no por trivial, sino por sensata; de hecho ya se aplica, si bien minoritariamente (“iTunes”). Puesto que es imposible dar marcha atrás, creo que lo mejor y lo más eficaz es que los tres agentes implicados cedan un poco, si quieren permanecer en el negocio. Me parece que la solución apunta a que los usuarios paguen una cantidad pequeña (lo suficientemente pequeña para no espantarlos y que vuelvan la mirada a la piratería), que los autores propietarios se avengan a ello (aunque de momento ganen menos de lo que soñaban) y que los intermediarios virtuales tengan también su canon correspondiente, así mismo razonable. Creo que nadie saldría perdiendo, aunque no se mantendría la situación actual de distribuidores y público, realmente injusta.
Por su parte, el almacén saca un pastón sin dar golpe ni gastarse demasiado, pues basta con una vía de entrada, unos lugares donde guardar los objetos y una salida, así como unos huecos en los que anunciantes publicitarios coloquen sus mensajes de modo que los pueda ver todo el que trasiegue por las dependencias, subiendo o bajando archivos. Los autores propietarios del material, es decir, de las películas, libros, documentos particulares, discos…, no siempre están en el conocimiento de que sus creaciones residen en ese lugar y se utilizan de la manera descrita: bien porque se trata de archivos personales (textos, fotos…) bien porque las ha subido alguien que previamente se había hecho con la película, la canción, etc., pagando o no (generalmente, no); y, desde luego, dichos autores se quedan siempre a dos velas también en lo económico. Pierden, junto con las empresas que han puesto dinero para publicar legalmente las obras, es decir, las editoras y distribuidoras; también las salas de cine y los comercios de productos audiovisuales. Son las víctimas de la piratería virtual, que a muchos los ha llevado o llevará a una ruina, consistente no tanto en tener que echar el cierre y abandonar el tenderete , como en olvidarse del filón que suponían hasta hace poco la música y la imagen.
El imperativo consumista, ganar mucho invirtiendo poco y en poco tiempo, lo juzgo legítimo y no debe generar problemas. Ni siquiera cuando se da, como aquí, un choque de intereses, originado por la introducción de un germen envenenado: "a costa de lo que sea". Creo que es posible conjugar, en el caso que comento, las aspiraciones de los tres elementos en pugna: propietarios, distribuidores (virtuales, como Megaupload) y consumidores. No ha sido así en este caso, se han dado de frente tres vehículos que se dirigían hacia la misma meta, en un accidente seguramente grave, o al menos de pronóstico reservado.
La propuesta que voy a hacer es de las que se le ocurren a cualquiera, no por trivial, sino por sensata; de hecho ya se aplica, si bien minoritariamente (“iTunes”). Puesto que es imposible dar marcha atrás, creo que lo mejor y lo más eficaz es que los tres agentes implicados cedan un poco, si quieren permanecer en el negocio. Me parece que la solución apunta a que los usuarios paguen una cantidad pequeña (lo suficientemente pequeña para no espantarlos y que vuelvan la mirada a la piratería), que los autores propietarios se avengan a ello (aunque de momento ganen menos de lo que soñaban) y que los intermediarios virtuales tengan también su canon correspondiente, así mismo razonable. Creo que nadie saldría perdiendo, aunque no se mantendría la situación actual de distribuidores y público, realmente injusta.
La idea, que es buena al parecer (no presumo de ella, porque
es de cajón, como decía), tal vez resulte difícil de ser llevada a la práctica.
No sé si sería necesaria una ley para ello; de lo que sí estoy seguro es que
requiere de las partes una voluntad de acuerdo y un deseo de hallar vías honradas
de salida al conflicto. Y un sentido de la justicia.
Una dificultad añadida proviene de la existencia, casi
irremediable, de los llamados hackers,
que, jugandillo jugandillo, se meten hasta en el lavabo de Rajoy a rapiñar y/o
a abrir camino a todos los que gusten de tal visita; así como la apertura de tinglados
alternativos por parte de pseudo-ciber-empresarios irredentos. Pero esa es otra
historia.
La industria cultural no ha sabido adaptarse todavía a nueva realidad. Ese para mí, es el mayor problema.
ResponderEliminarUn abrazo,
Rato Raro
Coincido con Rato Raro.
ResponderEliminarNada es como era.
Parece que algunos siguen anquilosados en el pasado...
Salu2
Rato, Toni, supongo que os referís a quienes optan por la mera prohibición como única salida. O sea, la pretensión de que la gente se vaya al cine si quiere ver una peli o que se rasque el bolsillo y compre discos. Como antes. Estoy de acuerdo con vosotros, claro. Ahora y cuando escribí el articulillo. Salud(os).
ResponderEliminarInternet ha cambiado nuestras vidas.
ResponderEliminarLa prensa, los libros, la música, etc. se han encontrado con un nuevo medio que ha colocado cada cosa en su sitio.
Quien no se adapte perecerá.
Tengo una vena ácrata que me hace pensar que cualquier prohibición es mala.
Espero que con el tiempo todo encaje en su lugar.
Salud(os).