Está próxima a aparecer, como libro, la última reforma de la ortografía del español, fruto por primera vez en la historia del acuerdo entre las veintitantas academias que “fijan, limpian y dan esplendor” a nuestra lengua en el mundo. Como hecho curioso, coincide con el cambio en la dirección de la RAE, a la que llega el catedrático catalán, de origen aragonés, José Manuel Blecua.

Aún no conoce el gran público el contenido completo de las modificaciones introducidas con respecto a la renovación realizada no hace mucho, poco más de dos años. De todos modos, se sabe que, a diferencia de este, el reciente código ortográfico ha sido fruto, como digo, de un acuerdo unánime de todas las academias hispanas, que se materializó el 28 del mes pasado en Guadalajara, México.
En tal situación, no me atrevo a valorar con detalle los cambios, los cuales parece que no pasarán de meras sustituciones y eliminaciones de carácter secundario: se dirá “ye” en vez de “i griega”, la “ch” y la “ll” dejarán de ser letras únicas para convertirse en la unión de “c” y “h”, y dos eles, se suprimirá la tilde en palabras como “guion”, truhan”, etc., para evitar contradecir la regla de acentuación de los monosílabos… , y cosas así. O sea, que lo esencial, tanto de la ortografía de las palabras, como de la ortografía de la tilde, sigue intacto.
He leído algunos comentarios rápidos de prensa y ya se empiezan a observar ciertas tendencias: una mayoría bastante clara opina que no era necesario ninguna alteración (no sé si se sobreentiende “como estas”), mientras que la minoría está de acuerdo con la transformación e incluso a una parte le parece muy parca.
Sinceramente, a mí también me lo parece. Y digo más: se ha perdido una nueva oportunidad para entrar a fondo en la cuestión, que no es baladí. Pero los prejuicios operan aún con enorme fuerza, el peso de la tradición es insalvable, los académicos solo miran hacia atrás…, o yo no sé qué es lo que pasa. El caso es que aquella reacción al discurso de G. García Márquez en el Congreso Internacional de la Lengua Española de Zacatecas (1997), donde proponía algunos leves cambios, está aún vigente. En una encuesta del periódico “El País”, que recoge la postura de los españoles en relación con la reforma que está a punto de publicarse, más del 50% está en contra de introducir modificación alguna. Lástima que no se complete este sondeo con la indagación de las razones que fundamentan las posturas. Modestamente, me atrevo a aventurar que no hay otra que la tan socorrida, cuando no existen motivos de peso, de “porque siempre ha sido así ”. En un mensaje de “Facebook” se lee lo siguiente: “Con la de horas que pasamos en nuestra infancia aprendiendo las normas ortográficas, para que ahora nos las cambien. Cuando vengan nuestros hijos pidiendo ayuda en los deberes, ¿cómo lo haremos?” Otros hablan, como algunos prebostes del academicismo argüían en Zacatecas, del aspecto tan espantoso que tendrían los textos clásicos con la ortografía alterada. Total, no hay argumentos (serios).
Ante esta cuestión, y debido al sesgo profesional, mi enfoque siempre parte de la perspectiva de la enseñanza (que es minoritario, parece): no tiene ya justificación ocupar (perder, me atrevo a decir) tanto tiempo y esfuerzo en el intento, casi siempre baldío, de que los niños aprendan y apliquen la ortografía correcta o, como suele decirse, que no saquen faltas de ortografía. ¡Una verdadera tortura para todos, incluido el maestro! No me sirve el contraargumento de que muchos alumnos, los buenos, no tienen problema y de que, por lo tanto, la culpa no es de la materia por aprender, sino del aprendiz, que no ejerce. Tampoco proviene enteramente del método, porque ninguno de los miles que se han ideado y puesto en práctica, dan gran resultado.
Desde mi óptica, se impone, pues, acometer una simplificación de la ortografía, aunque solo sea por motivos didácticos, que no es poca razón; una simplificación algo más decidida que las realizadas.
Existen propuestas individuales de diverso origen, finalidad y calado, que la Academia nunca ha tomado en consideración. Por no extenderme demasiado, creo que son poco apropiadas las que se consideran más extremas o radicales, puesto que la ortografía es el rostro del idioma, en su versión escrita, y no convienen intervenciones quirúrgicas demasiado atrevidas. Nadie niega que los escollos más importantes para los alumnos son los casos de dobles o triples grafías para un único sonido: “V/B”, “G/J”, “G/”GU”, “C/Z”, “C/QU/K”, “LL/Y”, “I/Y”, “RR/R”. También, la presencia de la “H”, letra a la que podemos llamar muda. La aplicación de las reglas de acentuación, por su parte, no es menos problemática. En esos puntos centraría yo la reforma, que concluiría en lo siguiente:
1. Mantener el empleo actual de la letra “B” y extender su uso a las palabras que ahora incluyen “V” (que, por historia, anda más cerca de la “U”): “cantaba”, “bida”, “bruja”, “blando”, etc.
2. Asignar el sonido “gue” a la letra “G” y el sonido “ge” o “je” a la letra “J” (al estilo de Juan Ramón Jiménez), y eliminar el dígrafo “GU”: “Juanjo”, “gerra”, “Jerardo”, etc.
3. Mantener la pareja “C/Z” para el sonido “ce”, como dice la norma en vigor, así como también la tríada “C/K/QU”, con idéntico sonido gutural oclusivo sordo.
4. Hacer desaparecer la grafía “LL” a favor de “Y”: “ayer”, “yubia”, reyano”, etc.
5. Escribir solo con “I” (latina) el sonido “i”: “amigo”, “lei” (a pesar del plural “leyes”), etc.
6. Para el sonido "rr", mantener el doblete “RR/R” casi con los usos en vigor: “R” al comienzo de palabra y “RR” en el interior siempre, incluso en algunos de los casos en que ahora se emplea “R”: “raro”, “Isrrael”, “bretón”, etc.
7. Colocación de tilde en la sílaba tónica de todas las palabras polisílabas: “mésa”, “retén”, “sostenér”, etc. Así se evitaría entrar en pormenores de teoría prosódica, que los niños no entienden y los mayores olvidan.
8. Supresión de la “H”, excepto en el caso de “CH” para el sonido “che”.
En mi modesta opinión, estos cambios -a los que pronto se habituaría nuestra práctica lectoescritora- aligerarían bastante la labor de los maestros y la harían más eficaz, y quedarían más horas y fuerzas para el aprendizaje de otros aspectos de la escritura, más jugosos y sustanciales. No se quiere decir que desaparecerían todas las dificultades: seguiría habiendo problemas no solo con los dobletes y tríos que propongo permanezcan, sobre todo con “S/C/Z” (“sala”, “cerebro”, “zurdo”) en la zona dialectal andaluza (con excepciones) y canaria, así como en toda América hispana. Quizás llegue un día en que estas tres letras se reduzcan a una sola, la “S”, tal como sucede con la pronunciación en la inmensa mayor parte del dominio hispanoparlante; pero creo que aún es pronto para dar ese paso hacia el seseo gráfico. Ya he dicho que se necesita ser prudente. En Andalucía, están además las cacografías originadas dialectalmente, como en las palabras con consonantes implosivas (“suSto”, “aCto”, “deSpuéS”, “coLmo”, “comeR”…), que sufren mutaciones o desaparecen. Y en todas partes seguiría jugando a la contra el género chatero y de "sms".
Pero, claro, en un ámbito tan amplio como el del español, donde cohabitan tantas variedades, el código ortográfico de raíz fonética “perfecto”, sin incoherencias ni disfunciones gráfico-prosódicas, es una aspiración inútil. Nos hemos de conformar con que tenga pocas y que sea viable en la escritura y en la enseñanza.