miércoles, 24 de febrero de 2010

LAURA (Cuento)

Laura vivía en una casa muy grande y muy lujosa, casi un palacio, porque sus padres eran inmensamente ricos. Tenía todo lo que deseaba, muchos vestidos y zapatos, muñecas, libros de cuentos, ordenador, videojuegos, consola… Siempre comía lo que quería… Le daban todos los caprichos: para eso –decían sus progenitores- era la única hija y disponían de tanto dinero. La querían como no se puede querer más y la llenaban de tiernas caricias y amorosos besos. La niña era feliz y no echaba nada de menos. No debía ir al colegio, porque una profesora le enseñaba en su propia casa, con mucha paciencia, todo lo que necesitaba aprender.

Un día, pocas semanas después de cumplir Laura los 7 años, su padre enfermó. El mal que contrajo era incurable. Sin que nada pudieran hacer los más reputados médicos, a los que acudieron esperanzados, murió el día de Navidad, tras varios meses de enormes sufrimientos.
Laura se sumió en una gran tristeza. Lloraba amargamente día y noche. Al principio, como no creyéndose del todo la desaparición de su amantísimo padre, vagaba durante horas como loca por todas las habitaciones, por el jardín…, tal vez pensando que se hallaba escondido y debía buscarlo. Luego, con el paso de los días, se le secó el llanto y, con sumisa resignación, se recluyó en su dormitorio. Había perdido aquellos firmes y cálidos abrazos de varón, y también el sentimiento de protección y seguridad que le proporcionaba su padre.

Salía muy poco, y sólo por complacer a su madre, igualmente muy apenada. Algunos días iban a un parque cercano, lleno de pájaros de agradables colores y melodiosos trinos. Aunque se encontraban allí con otras niñas que, sin retirarse de la proximidad de sus madres o cuidadoras, correteaban y jugaban alegres, Laura nunca demostraba interés por sumarse a sus entretenimientos y diversiones. Ni siquiera se acompañaba de alguna de sus muñecas, ni llevaba su elegante bici…

Una tarde, recibieron la visita de un tío, hermano de su padre. Entre los dos habían llevado adelante el próspero negocio de vinos, con el que la familia se había enriquecido, desde que lo iniciara el abuelo. Laura oyó parte de la conversación entre su madre y él. Con expresión preocupada, comprobaban el descenso de los pedidos y, lógicamente, de los ingresos y ganancias. La madre de Laura ni siquiera había intentado suplir a su difunto marido en una tarea que no entendía en absoluto; se culpaba de que, tal vez, si hubiera hecho un esfuerzo… La niña, atenta más al tono de las palabras que al sentido, interpretó que la ruina estaba al acecho. Con el corazón encogido, corrió a su habitación.

En los días siguientes, Laura se dedicó a hacer balance de su ajuar y, en general, de los objetos que le pertenecían o que usaba. En ese conjunto incluyó no sólo el mobiliario de su dormitorio, sino también el personal que la cuidaba y enseñaba: una niñera y la maestra. Hizo propósito de economizar todo lo posible y conservar intactos el máximo de objetos y prendas, para cuando -pensaba ella- cayesen en la pobreza. Con el argumento de que ya era mayor para tener niñera, convenció a su madre de que prescindiera de ese servicio. En cuanto a la ropa y calzado, pensó introducir también una forma de ahorro, consistente en reservar algunos, muchos, para días u ocasiones especiales y dar más batalla diaria a unos cuantos, aun a riesgo de ir casi siempre con la misma ropa, los mismos zapatos, calcetines… Hizo que le cortaran su dorada melena, para no tener que gastar tanto en lavado y no perder tiempo en peinarse, ya que tenía que hacer tareas antes encomendadas a la niñera y otras sirvientas, también despedidas a petición de la niña.

Además, todo lo que a partir de entonces le compraba su madre, fuera o no necesario, inmediatamente lo guardaba, para ser usado más adelante. Dispuso así en poco tiempo de un almacén de reservas, no sólo en lo tocante al atuendo, sino también en libros y objetos escolares, etc. No pensaba que pronto estarían desfasados y serían de imposible uso, como por ejemplo los trajes, la ropa interior…, que se quedarían pequeños. Laura vivía pensando en el futuro y desarrollaba hasta la exageración su sentido de la previsión, adoptando un comportamiento que ella asociaba al de la prudente hormiguita de la fábula, guardando alimentos para el invierno, al contrario que la insensata cigarra.

Los bellísimos ojos de color miel de Laura no fueron igual de hermosos desde que el padre murió; el llanto y la tristeza los había nublado. Aquellas sonrosadas mejillas estaban cada vez más pálidas. Además, a la niña se la veía adelgazar, su blandura se convertía en rigidez, su lozanía en debilidad y decaimiento. Y es que el afán de economizar pasó a ser una obsesión. Este sentimiento la corroía interiormente y la llevaba también a comer cada vez menos, para que se mantuviera la despensa llena…

Laura no hacía caso de los consejos, primero, ni de las serias advertencias e incluso regañinas, después, de su madre. La desgraciada mujer temía por la salud de aquel joven cuerpo, progresivamente más indefenso y frágil, y por la mente, aún infantil, próxima al ofuscamiento. En vano le explicaba que, aunque dispusieran de menos medios que en vida de su padre, ni estaban en la miseria ni jamás lo estarían, por mucho que decayeran las ventas.

Una mañana, Laura se despertó con fiebre y un fuerte dolor en el pecho, acompañados de una tos honda y ronca… Pese a ello, se negaba a que mandasen aviso al médico, porque supondría un gran gasto. El doctor llegó y diagnosticó neumonía, como consecuencia de la gran debilidad física. Una enorme desesperación se adueñó de la madre, no sólo por la enfermedad en sí, evidentemente grave, sino por lo que se temía que la dolencia trajera consigo.

Laura no quería tomar medicamento alguno, una vez más por ahorro. Lo poco que entró por su boca de los primeros frascos, que ni se llegaron a consumir, fue a base de un forcejeo físico que a todos semejaba una tortura. La niña empeoraba por días. El infierno había penetrado en aquella casa. La madre no se apartaba de la cama. Pasaba las horas casi sin probar bocado y sin apenas dormir; se le iban acabando los bríos para intentar que su queridísima hija tomara alguna medicina. Laura se ahogaba, sin fuerzas ya para toser. Se iba apagando aquella preciosa llamita. Hasta que una noche dejó de arder del todo: su cansado pecho, de niña aún, dejó por fin de respirar. Ya no habría más futuro por el que sacrificarse.

11 comentarios:

  1. Hola jose antonio! soy pako!
    está muy bien el libro, trite, pero bonito. Jejej. Espero que hagas más para poder leerlos. Escribes muy bien! adiós!

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  2. hola jose antonio, soy maria jose!!
    opino igual que pako esta muy bien, espero que cuando escribas mas vuelvas a avisarnos. me alegro. hasta luego!1

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  3. Hola maestro, soy Ana Martin(ex-alumna)!!

    la verdad que me ha hecho llorar todo ese cuento...está muy bien, me encantan tus pequeños relatos como bien dice paco, deberias hacer más, entretienen mucho jeje...bueno un abrazo y besos para todos.

    PD: que sepa usted que acabas de crear una nueva fan suya jeje. saludos DE ANA MARTIN

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  4. Supongo que el cuento debe ser una metáfora que no logro entender, en la cual los personajes se tornan sentimientos y la tristeza se derrama formando palabras heridas.
    Espero que solo sea ficción,ya que logras transmitir una enorme desolación.
    Te deseo lo mejor, y ánimo....(por si lo necesitas).
    Salu2

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  5. Muchas gracias a todos los que habéis tenido (o tendréis)la deferencia de entrar y leer, y muchas más a los que os habéis molesado en comentar. Y por los inmerecidos elogios. Esto da ánimos. Toni, el cuento no tiene que ver con ninguna circunstancia real (que yo conozcao reconozca). Simplemente es una interpretación personal de la conocida fábula de la hormiga y la cigarra. De todos modos, hay un tema secundario, que apunta a lo discutible que resulta el tópico de la "infancia feliz", unido al hecho de que las enfermedades del alma son más temibles que las del cuerpo.

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  6. ola jose antonio soy laura
    si me gusto mucho apesar del tetrico final :S
    y opino igual q todos, q siguas escribiendo y q nos avises siempre
    un saludo

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  7. Mientras leía este texto, he visto varias caras reflejadas en el espíritu de estos padres y de esta chica. Ciertamente transmites una desolación aplastadora. Es un relato crudo, del que yo, saco una conclusión diferente a los demás la cuál es la siguiente: No se quiere más a un hijo por decir a todo que Sí. Destacar también que veo un atisbo de Ubi sunt?.

    Sigue escribiendo, yo pronto me animaré y añadiré otra entrada :)

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  8. Tus dotes narrativas son indiscutibles, me río muchos cuando rememoro pasajes del relato de la piscina. Trágico texto es el que nos ofreces ahora, pero del que se pueden extaer valiosas conclusiones. Mi felicitación.

    Anónimo2

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  9. Me a gustado mucho,y sobre todo escriber super bien XD un abrazo

    oscar

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