A MAITINES by José Antonio Ramos
Si no lo han hecho ustedes nunca, porque en su entorno no hay niños o adolescentes, les invito a que busquen alguna ocasión y se fijen en cuáles son los tipos de acciones que los chavales ejecutan durante prácticamente todo el tiempo dedicado al trabajo de colegio fuera de él, o sea, a la «tarea» o los «deberes». Suelen ser, en general, operaciones que llamaré «de lápiz y papel» (o «de teclado y pantalla»), ejercicios en los que se trata de responder a preguntas cortas, resolver problemas sencillos u otro tipo de cuestiones, analizar, copiar, resumir o esquematizar, dibujar, colorear, medir versos, etc., etc., todo ello por escrito. Y les sugiero también que presten atención a lo que apenas hacen o solo hacen algún día que otro y durante unos pocos minutos: me refiero a estudiar. O sea, tratar de entender y asimilar un texto, por ejemplo, de Naturales o Sociales, o Lenguaje o Música, y ensayar una exposición escrita u oral, que es lo que les van a pedir para evaluar el aprendizaje resultante. ¡Qué pocas veces se ve estudiar a los estudiantes! ¿Y eso por qué?
Partiendo sobre todo de mi larga experiencia como docente, hallo dos tipos de razones para que esto sea así. Primero, cuesta mucho más esfuerzo mental –y lleva más tiempo– ejecutar con la debida atención la serie de acciones que componen la macroactividad del estudio: lectura comprensiva, utilización de conceptos previos, síntesis, organización y retención eficaz de la información de cara a la exposición posterior (preguntas de clase, controles…), etc.; una labor compleja sin duda, que activa, quizás como ninguna otra en el ámbito escolar, la ley del mínimo esfuerzo. En segundo lugar, la poca exigencia de la institución escolar, donde las lecciones que maestros y profesores marcan cada cierto tiempo, nunca a diario, para su estudio suelen ser muy breves; y, además, luego, cuando preguntan, se conforman con respuestas mínimas, simplemente aproximadas, bastante incompletas… Tal vez, uno y otro comportamiento del docente se deban a una progresiva falta de confianza en que la actitud de los alumnos dé mucho más de sí. Por todo ello, los niños y jóvenes están cada vez más lejos de incorporar el hábito de estudio a su formación y, con las debidas excepciones, no llegan a adquirir la suficiente capacidad o técnica para realizarlo. De ahí que cada vez les cueste más.
Hay otro factor que no sé si es causa o consecuencia de los motivos expresados: en los medios de comunicación, como cine, telenovelas, publicidad, y en diferentes publicaciones en imágenes o incluso literarias, los personajes infantiles o adolescentes siempre hacen todos sus deberes escribiendo o dibujando en sus cuadernos o en sus ordenadores o tabletas. Digo que no sé si es causa, es decir, si actúan como modelos, o es consecuencia, o sea, si son reflejo de la realidad circundante. En cualquier caso, refuerzan la tendencia que cada vez predomina más en muchos contextos escolares y familiares.
No es necesario entrar a analizar a fondo lo que de tal situación se deriva, que se resume en un descenso de la cantidad y calidad de los conocimientos en los estudiantes (mejor debería decir «no-estudiantes»). Pero ¿equivale esto a afirmar que son más incultos? Yo creo que, en buena medida, sí. Se está bien formado, se es culto, cuando la información recibida en las materias escolares (y la procedente de otras fuentes) se convierte en conocimiento práctico, es decir, en contenido utilizable para el desenvolvimiento y pleno desarrollo social, profesional y personal del individuo. Así que, si no se tiene aquella información, que es la materia prima, o esta es muy escasa, difícilmente se podrá acceder a un conoci-miento, a una cultura que supere un grado ínfimo.
JOSÉ ANTONIO RAMOS
(Publicado en La Crónica de Antequera el 10/09/2022)
No hay comentarios:
Publicar un comentario