Voy a ajustar unas cuentas fáciles, muy fáciles, del
resultado electoral en Andalucía. Lo haré en términos de escaños, no de votos. Por
una parte, tenemos los que ha obtenido el PSOE, partido gobernante, que han
sido los mismos que tenía, es decir, 47. Muchos piensan que con ello se ha
frustrado el objetivo que propició el adelanto un año, ¡un año!, que era, según
palabras de la presidenta, lograr una mayor estabilidad en el gobierno de la
región, basada en -esto no lo dijo- una mayoría absoluta socialista, sin
necesidad de pactos. Sea como sea, el hecho es que la señora Díaz ha ganado las
elecciones, pero única y exclusivamente porque ha obtenido más respaldo que el
segundo partido más votado, el PP, con sus 33 escaños, hasta 17 menos que en
las anteriores elecciones. El resto de partidos, dos de ellos de nueva
concurrencia, suman 25 escaños. En cuanto a IU, con sus 5 escaños y una pérdida
de 7, lo más probable es que haya sufrido la contaminación del PSOE, con el que
ha gobernado, y además la arremetida de Podemos.
Hasta aquí los datos. Ahora mi interpretación. Era de
esperar, después de más de tres décadas de gobierno socialista, con una
abultada talega de casos de corrupción y una gestión que no ha contribuido gran
cosa a la mejora de la situación económica, social y cultural de Andalucía, se
esperaba, digo, que los votantes se decantaran por un cambio. Y yo creo que así
ha ocurrido, a pesar de que esa intención no se haya materializado en la
correspondiente distribución de escaños. Si sumamos los de las tres formaciones
que prometían mudar la política socialista y efectuar un pronunciado viraje , el
PP, Podemos y Ciudadanos, resultan 57, que, además de ser una cantidad elevada,
sobrepasa la mayoría absoluta.
Sin embargo, los votos que sostienen esas 57 plazas no son de
un solo partido, sino de varios, 3, de los que ni siquiera cabe esperar un mínimo
acuerdo y, mucho menos, una alianza. Es más, con sus idearios y sus programas,
han pugnado como enemigos en la campaña y son incompatibles los objetivos de su
acción política. Por eso, sus escaños no suman, sino que restan. Y, al restar,
dan como vencedor al PSOE, pese a que no ha incrementado su número de escaños y
ha perdido, además, cerca de 200.000 votos (si mi información es cierta).
Como conclusión, afirmo que no es cierto que Andalucía no
haya votado el cambio, lo ha hecho, pero repartiendo los votos determinantes de
dicho cambio de manera tal, que resulta imposible la pretensión, dada la aritmética
parlamentaria a que eso ha dado lugar. En otras palabras, los andaluces han
querido modificar la situación y sustituir a esos gobernantes eternos, pero
proponiendo modalidades de cambio tan distintas y distantes, que al final
llegan a neutralizarse.
Contemplado el escenario desde un determinado punto de vista, y teniendo en cuenta que la proximidad de las elecciones municipales y autonómicas no andaluzas taponará la firma de acuerdos, alguien dudará del supuesto beneficio de la existencia de “pequeños partidos” que rompan el últimamente tan denostado bipartidismo.
Contemplado el escenario desde un determinado punto de vista, y teniendo en cuenta que la proximidad de las elecciones municipales y autonómicas no andaluzas taponará la firma de acuerdos, alguien dudará del supuesto beneficio de la existencia de “pequeños partidos” que rompan el últimamente tan denostado bipartidismo.
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