En estas fechas de conmemoración de nacimientos -el del llamado “Hijo de Dios” y el del Año
Nuevo-, curiosamente se habla bastante
del aborto, por el hecho de que está en trámite la ley correspondiente en el Parlamento.
He dicho se habla y no, se discute,
porque en realidad no hay debate, ni dentro ni fuera de la cámara, sino
confrontación de posturas previas, fijadas de modo inamovible la mayor parte de
las veces, sin apenas argumentos, enarbolando en todo caso un par de tópicos carentes
de sustancia.
Yo también tengo mi teoría, clara y decididamente contraria
a la interrupción del embarazo en casi todos los supuestos. Por eso no voy a
entrar en polémicas. Solo quiero poner de relieve un aspecto, bastante evidente
por demás. Trataré de examinar el notable cambio cualitativo que conlleva colocarse
en una perspectiva o en otra.
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La actitud favorable a abortar sitúa la decisión en los días
o semanas posteriores al comienzo del embarazo, cuando el feto ya está creado y
se está desarrollando. Por lo tanto, la cuestión fundamental es qué y cómo
hacer para que el niño no nazca, si la madre (solo la madre) no quiere. En caso
de que la decisión sea interruptora, se produce una intervención clínica, llevada
a cabo por especialistas en centros adecuados. Una vez concluido el acto,
termina también la actuación del sistema sanitario, salvo que las frecuentes secuelas
físicas y psicológicas sean graves.
En cambio, las posiciones que se oponen a la finalización
prematura del embarazo, suelen hacer mucho más énfasis en la etapa anterior a
la preñez; su pretensión fundamental es conseguir que la mujer no se quede
embarazada si es que no quiere tener en ese momento un hijo. Por eso, cobran
interés los sistemas preventivos, los anticonceptivos y preservativos, y sobre
todo la educación de los/las adolescentes (en el colegio y en la casa), su
desarrollo moral, el autocontrol, el sentido de la responsabilidad, etc. En
síntesis, todo lo que subyace a esa fuerza capaz de decir “no” las veces (pocas
en realidad, si se ponen los medios) en que se corre el riesgo de dar lugar a
una existencia no querida, en lugar del “sí” que pide el eros para sí mismo y a toda costa.
Si evaluamos y comparamos las consecuencias derivadas de una
y otra forma de tratar esta faceta del embarazo, no sé si todo el mundo ve que
es preferible la segunda a la primera: yo, al menos, sí. Aparte del resultado directo, que es evitar el embarazo no deseado, resulta muy rica en
efectos colaterales positivos en la persona de la mujer, en la pareja, etc.