Conozco a un hombre que lleva mal el calor de verano y suele
quejarse a menudo. No solo de la alta temperatura, sino también, y tal vez con
más disgusto, de que no puede echar la culpa a nadie de ella. En este caso y en
bastantes más, vengo observando la costumbre humana de buscar e identificar a los responsables de
aquellos hechos que no nos gustan, interesan o benefician; y no tanto para obligarlos a que cesen en su perniciosa
actividad, hacerles pagar su delito y pedirles compensación, sino simplemente
para conocerlos y señalarlos públicamente: parece que muchas personas se
conforman con eso y sienten un gran alivio.
Tal vez en ello intervenga un cierto victimismo, es decir,
la consideración de uno mismo como inocente e indefensa víctima de poderosas
fuerzas invencibles, que al menos se pretende conocer. Resguardarse de sus
ataques, esconderse, huir, quejarse, lamentarse amargamente… forman parte de la
actitud victimista. Y la inacción, bien por miedo bien por comodidad o
pasotismo, ya que “nada se puede hacer”.
2011/12/los-amos-del-mundo-15111998.html |
En nuestro país, observo desde hace algún tiempo, dos o tres
años, la floración de manifestaciones victimistas en el ámbito político,
consistentes en suponer la existencia de unos poderes superiores a las instituciones
democráticas, ocultos, que son los que, teniendo en sus manos el poder
económico, dirigen de verdad el mundo y provocan las crisis y todos los problemas,
dificultades y reveses por los que atraviesa la sociedad. La gente los sitúa en
el grupo de los magnates de las finanzas y el comercio. Así, a quienes parece
que mandan, presidentes, ministros o consejeros, directores, etc., no los toman
muchos ciudadanos sino por marionetas
sin capacidad de decisión en asuntos verdaderamente importantes. Tal condición
permite a aquellas diabólicas potencias manejar los hilos y actuar impunemente,
tras el parapeto de la clase política, subordinada suya (toda: los que gobiernan y los que aspiran a
hacerlo), sin peligro de destitución o sustitución por vía de elecciones
democráticas…
No sé a ciencia cierta si esas entidades superiores existen así
o no, ni, en caso afirmativo, cuál es su fuerza en la conducción y el destino
de la humanidad, su modo de operar, etc. , y me parece que a la mayoría le
ocurre igual. Se me ocurre pensar, sin embargo, que la creencia en ellos es una
eficaz coartada para la renuncia de la sociedad a hacerse cargo de su situación,
para no parar de gemir por las desgracias que vienen, para soltar el timón de la
vida colectiva… Es decir, para hacerse las víctimas de un verdugo calificado de
invulnerable. Es el victimismo (seguramente inducido).
A veces da la impresión de que nos buscamos un enemigo
demasiado lejano y tan bien pertrechado simplemente para abandonar nuestra
lucha, vista como inútil. La propaganda política alimenta sin duda esa nefasta pasividad,
bajo lemas como “Aplicamos medidas duras, pero no hay otras”, “Nosotros
arreglaremos las cosas, no os preocupéis”. Arremeter contra los políticos, por ejemplo, que
constituyen un adversario más asequible (pues pueden ser removidos cada
cuatro años), tan culpables a su modo como los de arriba, llevaría a una postura
más activa, a mojarse y a asumir responsabilidades como votantes y como
ciudadanos.
Pero no es el caso.
Está claro que echarle la culpa de los males propios a una fatalidad ajena contra la que nada se puede hacer, consuela. Pero ese consuelo no es el remedio sino el analgésico.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, CEcilio. Has perfilado la nuez de mi escrito. Salud(os).
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