category/carolina-mejia/ |
Después de bastantes años, se vuelve a hablar ahora de la
reválida, a propósito del nuevo proyecto de ley de Educación, LOMCE (en cuyo
texto no se utiliza, por cierto, el término, si mi observación es acertada). Se
establecen dos pruebas de este tipo en la etapa de Primaria, otra al finalizar
cuarto de la ESO y una más a la conclusión del Bachillerato. La dos últimas
tienen un carácter muy distinto a las primeras, puesto que condicionan la
obtención del título de Secundaria y de Bachillerato respectivamente. Me parece
un buen momento, pues, para efectuar una reflexión sobre esta clase de acto
educativo, que en la propuesta legislativa se repone. Vaya por delante que yo
fui en mis tiempos alumno revalidando, pues atravesé una prueba de Ingreso (al
Bachillerato) y dos reválidas, la de Cuarto y la de Sexto, previas a la Prueba
de Selectividad.
Uno de los beneficios
que se suele esperar de la realización de reválidas es la homogeneización
de los aprendizajes y la homologación del valor de los títulos en un
determinado ámbito administrativo, que en este caso es el nacional. En nuestro
país no se viene alcanzando un nivel del 100% de igualación, puesto que las
CC.AA. disfrutan de un margen de intervención en el currículum; en el proyecto
de ley que me ocupa, está en torno al 30%. No obstante, llegar a un 70% de
coincidencia en una nación como España, dominada hasta ahora por la dispersión
y el cuarteamiento autonómicos, ya es bastante. Confieso que mi opinión es
favorable al grado máximo posible de uniformidad.
Sé que este punto causa encendida discusión, puesto que no todo el mundo ve como deseable la confluencia y muchos militan en pos de una extrema y general pluralidad. Estoy convencido de que el hecho de que todos los niños españoles de Primaria, Secundaria y Bachillerato estudien en gran medida lo mismo y aprueben o suspendan por saber o no saber más o menos lo mismo supone bastantes ventajas. No es la menor la posibilidad de que las familias se trasladen sin que sobrevengan graves inconvenientes. También, que, sea cual el sea la elección posterior al término de la ESO o el Bachillerato, la acreditación de la formación tenga el mismo valor y sea estimada por igual en todos los organismos, empresas o instituciones del país a los que acuda. Por último, un efecto no menos importante es la información que arroja el análisis de los resultados de estas pruebas generales en relación con la situación del sistema educativo y las posibles zonas de corrección y mejora. Ahora mismo, esto es absolutamente imposible; nadie conoce cómo marcha la empresa llamada “Educación”ni por qué va como va, y ya se sabe cómo acaba un negocio así.
Sé que este punto causa encendida discusión, puesto que no todo el mundo ve como deseable la confluencia y muchos militan en pos de una extrema y general pluralidad. Estoy convencido de que el hecho de que todos los niños españoles de Primaria, Secundaria y Bachillerato estudien en gran medida lo mismo y aprueben o suspendan por saber o no saber más o menos lo mismo supone bastantes ventajas. No es la menor la posibilidad de que las familias se trasladen sin que sobrevengan graves inconvenientes. También, que, sea cual el sea la elección posterior al término de la ESO o el Bachillerato, la acreditación de la formación tenga el mismo valor y sea estimada por igual en todos los organismos, empresas o instituciones del país a los que acuda. Por último, un efecto no menos importante es la información que arroja el análisis de los resultados de estas pruebas generales en relación con la situación del sistema educativo y las posibles zonas de corrección y mejora. Ahora mismo, esto es absolutamente imposible; nadie conoce cómo marcha la empresa llamada “Educación”ni por qué va como va, y ya se sabe cómo acaba un negocio así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario