Lo que lleva siglos (entre tres y cinco) siendo breve atuendo
inútil -ni cubre ni abriga- en los
hombres, la corbata, anda ahora, al parecer,
perdiendo aprecio. La primera, la mía, y desde hace décadas. Entre boda
y boda, la tengo hibernada en el armario; lo habitual en mí es el cuello libre
de camisa, camiseta o polo.
A propósito del Congreso de los Diputados, quiero recordar
el enfrentamiento que hubo en la anterior legislatura entre el entonces presidente,
J. Bono, siempre hecho un figurín, y el diputado socialista y ministro de
Industria M. Sebastián, menos atildado. Fue porque a este le dio por no llevar
corbata en el hemiciclo durante el verano, para no pasar calor al parecer. Si
no me equivoco, Sebastián se salió con la suya. El deseo de cómoda y barata
refrigeración de la nuez tomó, así, un tinte especial, de disidencia, de
contestación, de ruptura, de modernidad y progresía, de espontaneidad, de repudio
de absurdos y rancios rituales, añejos reglamentos, hieráticas etiquetas, etc. ¿Podría, entonces, calificarse la rebeldía de
Sebastián como el hecho inaugural de la nueva moda descorbatada? Podría. Y hasta dar pie en el futuro a una efemérides,
designada como el “Día sin corbata”. Etc.
Me viene a la memoria también el modelo que prestigió entre
nosotros el veterano periodista José María Carrascal, con aquellas llamativas,
chillonas corbatas de colores y dibujos inusuales en la vestimenta masculina
tradicional, tan discreta, tan comedida, tan apagada. Ocurrió en los tiempos de
la transición y, al contrario que el díscolo diputado socialista, insufló nueva
vitalidad a la prenda, consiguiendo que muchos hombres la lucieran con gusto,
la estimaran más que antes, al verle un singular atractivo: pudieron presumir
de corbata y copmpetir entre ellos por el mayor atrevimiento en diseño y cromatismo. Carrascal fue un impulsor, Sebastián un destructor; aquel
un reformista, este un revolucionario. Vaya una mención rápida a otro corbatero tan impenitente como original, aunque con
menos popularidad y éxito en tanto que arbiter
elegantiae: Inocencio "Chencho" Arias, el “hombre a una pajarita pegado”.
En realidad, gran parte de las relaciones sociales van
empapándose desde hace tiempo de informalismo, de intencionada incuria, de tono
familiar, coloquial, tal como se aprecia en las fórmulas de tratamiento, entre
las que cada vez es más raro el “usted”, por ejemplo, o en la falta de esmero
general. En no pocas ocasiones se concluye, incluso, en el aplebeyamiento del
atavío y la conducta. Ni entro ni salgo en tal evolución de las formas. Soy de los que creen
que (casi) todo lo que es de una manera puede ser de otra. Pero me extraña que
el cambio indumentario haya sido tan brusco y tan general en la tele. Ni el
pantalón vaquero subió al trono absolutista de la moda cotidiana tan rápido. Más
que un proceso, que es lo normal en materia de costumbres, hábitos y maneras,
se ha dado un vuelco. ¿Ha operado alguna orden o circular interna, expresas o,
mejor, tácitas? No sé qué ha podido pasar.
Podríamos tomárnoslo como una especie de simbolismo en contra de la opresión. Sintiéndonos cada vez más sometidos por el sistema, renunciamos a algo que parece creado para estrangularnos. ¡Quememos todas las corbatas! Algo así como lo sucedido con los sostenes en el pasado, aunque la causa es distinta, claro está.
ResponderEliminarSaludos después de tanto tiempo.
¡¡Cuánta alegría verte de nuevo y que ocurra en este humilde blog!! ¿Cómo estás? TE he echado de menos, Míster. No se me había ocurrido el paralelismo con el despojo del sujetador, osado y coqueto. Me ha recordado aquella medio famosa canción de Javier Krahe, en los primeros tiempos del top less, llenos aún de dignidad y belleza: "Tus tetas". Un sincero abrazo, Míster. Y que te des un grabeo por aquí de vez en cuando.
ResponderEliminarEstoy muy bien. Me alegra saber que se ha notado mi ausencia. Hace algo de tiempo que vuelvo a estar con el blog en activo, aunque le he dado un giro y ahora, en lugar de comentar la actualidad, lo utilizo para presentar relatos y poemas que escribo. A parte de eso, también tengo publicada una novela en Amazon; de hecho, ese es el motivo de haber estado apartado del blog durante un tiempo. Pero ya he vuelto, así que seguimos leyéndonos. Pásate por mi casa tú también.
EliminarUn saludo.
Jamás fuí de corbatas. En mi juventud renuncié a ellas hasta en el día de mi boda. Luego con el tiempo dulcifiqué esa militancia. Hoy cuando tengo que usarla no me escandalizo y las pido prestadas o busco por si hay alguna en armario. (Tengo dos heredadas de mi padre).
ResponderEliminarLo que me preocupa en la indumentaria de la gente pública, es que el desaliño en el vestir es el mismo que en el pensar o el vivir. Alguien dirá que el hábiro no hace al monje.
El esmero en la presentación es una forma de respeto a los demás. estamos cayendo un excesivo "campechanismo" que no es más que vulgaridad y mal gusto. En los platós de TV sobran camisetas chillonas y gritos destemplados. En los parlamentos sobran aplausos de corifeos y abucheos de contrarios.
No hay nada como un cuello de camisa abierto. Sin llegar a ir despecheretao. Hay camisas elegantes, propias para no llevar corbata. Creo que aún irá reduciéndose más el uso. Gracias por tu visita, amigo Urpiales.
EliminarCuando estudié Bachillerato en el instituto nos obligaban a llevar corbata. Después la he usado poco, aunque tampoco me importa llevarla.
ResponderEliminarSaludos
Yo también la llevé en el instituto. Y también dejé de llevarla muy pronto. Es un trapajo inútil y odioso, como una cuerda para ahorcarte, jaja. Gracias por tu visita.
EliminarPor desgracia en mi trabajo sigo siendo prisionero de la corbata
ResponderEliminarUn abrazo,
Rato Raro
¡Pobre Rato! Gracias por pasarte. Ya hacía tiempo. Salud(os).
ResponderEliminarTodo cambia sin que cambie todo. Los estándares de la moda que todo lo pueden ya no consideran la corbata como algo que distinga. Es una prenda en desuso, por la que nadie verterá una lágrima, ya que no se ajusta a lo que hoy predomina en el vestir: la comodidad, el desenfado, la arruga y el vaquero blanqueado con chorro de arena. Hace dos años asistí a una boda absolutamente informal. Sólo la corbata chillona del padrino, que presumió de anti-corbata. He asistido posteriormente a otras pero de esas ya nadie habla. Sólo se recuerda aquélla en la que la "rebeldía" impuso su ley, que también se ha convertido en patente de originalidad y casi de admiración.
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