En este tercer y último artículo sobre la
forma de llamar a los demás sin utilizar su
nombre o su apellido, voy a consignar una serie de palabras sustitutas,
alusivas a algún aspecto de la identidad personal, real o supuesta.
Así, resulta muy común dirigirse a
alguien a quien no se conoce, respecto al cual conviene mantener una cierta
distancia y consideración, con la palabra “jefe”: en el taller de mecánica, el
titular le dice al dueño del coche: “Entonces, ¿le cambiamos el aceite también,
jefe?”; o el camarero, en el bar, a un cliente que acaba de apostarse en la
barra: “¿Qué va a ser, jefe?”. Menos utilizado es el término “maestro” (excepto
por los niños en la escuela: “Maestro, quiero cambiarme de sitio”): en la
churrería, le dice un cliente al churrero “Eh, maestro, ¿me va a dejar a mí de
muestra?”. Se oye más el pronombre “usted” con valor vocativo semejante a los
anteriores: “Hasta luego, usted”, “Oiga, usted, ¿a dónde va?” (distinto, formalmente al menos, de “Oiga
usted, ¿a dónde va?” u “Oiga, ¿usted a dónde va?”). El sustantivo “amigo”
comporta menor separación social y/o diferencia de edad: “Amigo, se ha dejado
aquí la bolsa”.
En ninguno de estos casos cabe el tuteo
(excepto, quizás, con “amigo”) ni se aplican los apelativos a mujeres (“usted” puede
presentar dudas). Para ellas, desde hace algún tiempo, se ha generalizado
“señora”, antes reservado a las mujeres casadas y de cierto relieve social. De la
mano de este último tratamiento, una vez ensanchada su extensión social, ha ido
instalándose “señorita” y, mucho más, “caballero”, con el que nos hablan a
todos los hombres en tiendas, supermercados, establecimientos bancarios… Cuando
se trata de un anciano o anciana, el hablante se atreve a veces a recordarles
su edad, haciéndoles oír la palabras “abuelo/a”, no siempre tan amable y
cariñosa como parece: “Abuelo, cuidado con el escalón”.
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Si mi análisis hubiera sido más profundo
y detenido, a la par que más completo en la lista de vocablos con función
vocativa, nos hubiera descubierto matices y distingos de diversa índole,
referidos por una parte a la intención de los enunciados en que se incrustan
(órdenes, preguntas, advertencias, alabanzas…) y, por otra, a los factores
contextuales influyentes en cada situación de comunicación. Las diferencias
geográficas y sociales también suelen ser pertinentes en este campo: puntualicé
arriba la costumbre de llamar sistemáticamente “nenes” a los niños de cualquier
edad en algunos lugares de Andalucía; añado el hábito general, norma ya, de decirse
“niño/a” los hermanos entre sí y los padres a los hijos. Los amigos y amigas
también lo hacen con frecuencia. Dentro de la familia, es normal aprovechar los
términos que designan el parentesco, si es cercano (“papá”, “hija”, “abuela”…),
y si no, también, en determinadas casas: el yerno dice ”suegra” cuando habla a
su madre política, o “cuñado” cuando lo hace con el hermano de su esposa, etc.
Acabo con los apodos. Como suplantaciones
de los nombres propios de persona, asumen sus funciones, entre ellas la
apelativa: “Préstame tu iPod,
Melenas”. Dentro de esta categoría entran ciertos motes que podríamos llamar
genéricos, como los infantiles “mocoso” o “enano”, o bien el adulto masculino,
singularísimo, “mariquita”, con sentido irónico y valor humorístico: “Vaya
novia que te has mercao, mariquita”. Una parte del argot juvenil la forman los
apelativos que los adolescentes se dedican en sus interacciones verbales:
“periquito”, “artista”, “pelón”, “primo/a”, “tío/a”, etc., entre los cuales
ocupa un puesto destacadísimo, sin lugar a duda, el ya universal “colega”.
Gracias por este blog tiene una tema muy buena me gusta mucho leerle excursiones en estambul
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