sábado, 22 de octubre de 2011

CÓMO ME LLAMO (y III)


               En este tercer y último artículo sobre la forma de llamar a los demás sin utilizar su  nombre o su apellido, voy a consignar una serie de palabras sustitutas, alusivas a algún aspecto de la identidad personal, real o supuesta.
               Así, resulta muy común dirigirse a alguien a quien no se conoce, respecto al cual conviene mantener una cierta distancia y consideración, con la palabra “jefe”: en el taller de mecánica, el titular le dice al dueño del coche: “Entonces, ¿le cambiamos el aceite también, jefe?”; o el camarero, en el bar, a un cliente que acaba de apostarse en la barra: “¿Qué va a ser, jefe?”. Menos utilizado es el término “maestro” (excepto por los niños en la escuela: “Maestro, quiero cambiarme de sitio”): en la churrería, le dice un cliente al churrero “Eh, maestro, ¿me va a dejar a mí de muestra?”. Se oye más el pronombre “usted” con valor vocativo semejante a los anteriores: “Hasta luego, usted”, “Oiga, usted, ¿a dónde va?”  (distinto, formalmente al menos, de “Oiga usted, ¿a dónde va?” u “Oiga, ¿usted a dónde va?”). El sustantivo “amigo” comporta menor separación social y/o diferencia de edad: “Amigo, se ha dejado aquí la bolsa”. 
               En ninguno de estos casos cabe el tuteo (excepto, quizás, con “amigo”) ni se aplican los apelativos a mujeres (“usted” puede presentar dudas). Para ellas, desde hace algún tiempo, se ha generalizado “señora”, antes reservado a las mujeres casadas y de cierto relieve social. De la mano de este último tratamiento, una vez ensanchada su extensión social, ha ido instalándose “señorita” y, mucho más, “caballero”, con el que nos hablan a todos los hombres en tiendas, supermercados, establecimientos bancarios… Cuando se trata de un anciano o anciana, el hablante se atreve a veces a recordarles su edad, haciéndoles oír la palabras “abuelo/a”, no siempre tan amable y cariñosa como parece: “Abuelo, cuidado con el escalón”.
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                Si el apelado es un niño o un joven, aparecen “chaval”, “niño/a”, “muchacho/a”, “mozo”, “mozuelo” (en mi tierra decían muchos “muzuelo”), “joven” y otros, como “chico/a” (fuera de Andalucía) o “nene/a”, para críos muy pequeños (o no tanto, en ciertas zonas andaluzas). Con un sentido irónico, de intención despectiva, se aplican algunos de ellos a varones o mujeres que ya han dejado atrás la juventud, sobre todo “muchacho”: “Tú no andas muy bien de la pelota, muchacho”. En situación de igualdad o de superioridad del hablante, aparece el “tú” con idéntica función a la del “usted” anterior: “Tú, ven para acá ahora mismo”. Otro término, más cercano al matiz calificativo, es “rubio/a”: “Mira, rubio, ¿esta calle se llama La Legión?”, “Rubia, ten cuidado con el charco”. Un último apelativo infantil o juvenil bastante reciente, según creo, es “campeón”, pleno de connotaciones positivas y elogiosas, según la estimativa triunfante en el mundo de hoy. 
               Si mi análisis hubiera sido más profundo y detenido, a la par que más completo en la lista de vocablos con función vocativa, nos hubiera descubierto matices y distingos de diversa índole, referidos por una parte a la intención de los enunciados en que se incrustan (órdenes, preguntas, advertencias, alabanzas…) y, por otra, a los factores contextuales influyentes en cada situación de comunicación. Las diferencias geográficas y sociales también suelen ser pertinentes en este campo: puntualicé arriba la costumbre de llamar sistemáticamente “nenes” a los niños de cualquier edad en algunos lugares de Andalucía; añado el hábito general, norma ya, de decirse “niño/a” los hermanos entre sí y los padres a los hijos. Los amigos y amigas también lo hacen con frecuencia. Dentro de la familia, es normal aprovechar los términos que designan el parentesco, si es cercano (“papá”, “hija”, “abuela”…), y si no, también, en determinadas casas: el yerno dice ”suegra” cuando habla a su madre política, o “cuñado” cuando lo hace con el hermano de su esposa, etc. 
               Acabo con los apodos. Como suplantaciones de los nombres propios de persona, asumen sus funciones, entre ellas la apelativa: “Préstame tu iPod, Melenas”. Dentro de esta categoría entran ciertos motes que podríamos llamar genéricos, como los infantiles “mocoso” o “enano”, o bien el adulto masculino, singularísimo, “mariquita”, con sentido irónico y valor humorístico: “Vaya novia que te has mercao, mariquita”. Una parte del argot juvenil la forman los apelativos que los adolescentes se dedican en sus interacciones verbales: “periquito”, “artista”, “pelón”, “primo/a”, “tío/a”, etc., entre los cuales ocupa un puesto destacadísimo, sin lugar a duda, el ya universal “colega”.



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