En mi primer curso como profesor, se me acercó un día un chaval de 1º de BUP (ahora, 3º de la ESO, o sea, 14 años) al terminar la clase. Cuando estuvimos solos en el aula, arrancó a llorar amargamente. El problema era que las niñas no le hacían caso porque era obeso. Sinceramente, no sé si lo que le dije le resultó útil, porque la situación en sí era ardua y, sobre todo, por mi notable bisoñez. Después me he encontrado más casos similares. También, actitudes absolutamente contrarias.
La socialización de género, es decir, el acercamiento y relación entre hombres y mujeres, movidos por la atracción sexual, comienza realmente en la pubertad o en la adolescencia, según sea el ritmo de desarrollo de cada persona. Es el momento en que se ensayan, por tanto, las primeras tácticas de cortejo y conquista.
Los que entienden de esto distinguen tres tipologías masculinas, según las bases desde las que se despliegue tal comportamiento. Cada una tiene su versión positiva y la correspondiente negativa. Son estas, dichas con los calificativos con que son adjetivados los niños o los jóvenes que las muestran: a) la del “guapo” / “feo”; b) la del “simpático” / “soso” o “desabrido”; y c) la del “interesante” / “insignificante” o "invisible".
Ya se entiende que se trata de categorizaciones efectuadas en términos relativos. Quiero decir que se definen y se asignan a partir de la óptica femenina: aunque existen feos (más que guapos) universalmente reconocidos o chavales cuya charla resulta agradable o no para todo el mundo, etc., aquí se habla de lo que son o dejan de ser para las niñas o las adolescentes del entorno. En la situación a la que me refiero, son ellas quienes deciden y, en consecuencia, quienes hacen que los amigos o compañeros interioricen esa opinión y se formen su autoimagen, marcada con el signo más o menos positivo o negativo, según los casos. En general, todos nos fiamos bastante de la respuesta o reacción que provoca en nuestros semejantes el propio comportamiento. Insisto, por otra parte, en el “más o menos”, porque no se dan, por lo común, ejemplares puros; la mayoría ocupan un determinado lugar en la escala, “más o menos” cercano o lejano a los extremos.
La consecución de los objetivos que un muchacho se plantea al acercarse a una chica equivale al éxito. Su logro depende de varios factores, entre los que destaca el gusto de la señorita o señoritas en cuestión. Sin embargo, también influye la identidad del aspirante. Está claro que las variantes positivas de la taxonomía anterior suelen encontrar el camino más expedito y viceversa. Pero, ¿se podría destacar alguna de esas modalidades como especialmente abocada al triunfo más o menos fácil y seguro? Al parecer, tratándose de la edad de la que hablamos, los guapos casi siempre se llevan la palma. Tan solo habría que consultar la lista de llamadas, perdidas o no, de sus móviles. No entro en el canon de belleza varonil, que pertenece a la inteligencia estética femenina. De los dos tipos restantes, puede que el simpático abunde más que el interesante, aunque seguramente se equiparan en cuanto a sus posibilidades.
¿Y qué hacemos con los feos, antipáticos y nada interesantes? Es muy difícil que se conjuguen las tres “virtudes” en el “adorno” de una persona. Es más, dado el instinto de supervivencia del ser vivo en general y del humano en particular, así como la fuerza de la atracción sexual, cada uno trata de buscar una salida a su supuesta limitación: el que no es muy agraciado, intenta explotar todos sus recursos comunicativos para enrollarse bien y entretener a la niña que le gusta; el que es un poco “cortao” se acicala todo lo que puede y procura “vestirse de seda”, como la mona, o bien presentarse con un halo de misterio para parecer más interesante, etc.
Lo peor es que tal mecanismo de compensación no entre en funcionamiento. Entonces tenemos la situación del chaval que conté al principio. Él se consideraba feo para las niñas y no pudo buscar en el baúl de sus cualidades otro algún resorte sustitutivo. Su autoimagen era negativa y eso lo desposeyó de la suficiente autoestima. En efecto, como ese caso, hay muchachos que, a partir de la comprobación del más mínimo rechazo, que generalmente ellos atribuyen a no ser atractivos, ni siquiera poseen fuerza suficiente para echar mano de otros recursos o estrategias para llamar la atención de las amigas y ganarse el favor de aquella a la que pretenden. Por supuesto, no se atreven, ni por asomo, a competir con posibles rivales. Se les llama acomplejados.
Estos niños lo pasan muy mal. Muy mal, muy mal, aunque no se atrevan a decírselo a nadie ni a compartir su dolor. Con el paso de los años, la mayoría logra sacar la cabeza del hoyo. Unos pocos se hunden en él para siempre. Por ellos merecería la pena ocuparse, más de lo que se hace, de esta clase de dificultades en el contexto educativo, familiar y escolar, de los adolescentes.
LEER MÁS ARTÍCULOS DEL AUTOR EN OTRO BLOG
LEER MÁS ARTÍCULOS DEL AUTOR EN OTRO BLOG
A los que realmente hay que ayudar es a los guapos,lo sé por experiencia. Cuando era más joven todas las chicas se morían por mis huesos (bueno ahora también pero es sólo por mi pijamita). Pero estar con tanto chiquilla guapa te roba mucho tiempo y recursos, lo que disminuye tu rendimiento escolar, ¡no se puede estar a todo! Además no estás preparado como los feos a todos los palos que te tiene preparada la vida. Vives en una falsa nube de éxito, siendo la envida de muchos de tus compañeros, pero como todo esto se acaba y la vida te empieza a dar unas hostias a las que no estas acostumbrado.
ResponderEliminar¡Cuántos noches habré soñado ser un tio feo!, seguro que así afrontaba mucho mejor los problemas que me ido dando la vida.
Desde aquí, pido a todos los lectores de "Ahí te quiero ver" que solidaricen con la gente guapa. Tenemos que ayudarlo entre todos para ir preparándolos para lo que pueda suceder.
Por favor, no le deis tantos palos a los feos, sino al final se quedarán con los mejores puestos de trabajo y solo tendrán en mente vengarse de todos aquellos como yo se han reído tanto tiempo durante el pasado.
Un abrazo,
Rato Raro
Ja ja ja ja. Además, hay gente que dice que "las guapas son tontas" (y también los guapos, supongo). Ay, Rato, el que no se consuela es porque no quiere. Salud(os).
ResponderEliminarCreo que en mi adolescencia pertenecí al grupo de los feos, desabridos e ininteresanes. Nunca observé el mínimo éxito en mis aproximaciones al sexo contrario. Quizás eso me llevó a dedicarme a la lectura, a mis atisbos de pensamiento elemental, sin esperar nunca tener el premio de un buen ligue. De hecho cuando lo tuve pasé a mi primera experiencia fallida de noviazgo durante cuatro años. Luego las cosas cambiaron. Tal vez quien no es interesante a los quince o diecisiete, puede convertirse en interesante a los treinta. Y algo de razón tiene Rato Raro. Cuando veo a muchachas sexys, potencialmente explosivas, las veo con cierta compasión porque observo que hacen de ellos un modo de vida sabiendo que son univeralmente deseadas y descuidan otras facetas de su personalidad. Hay un refrán muy explícito que dice: "La suerte de la fea, la guapa la desea". Pues también eso es aplicable a nosotros los feos.
ResponderEliminarSaludos desde Galicia (lloviznando).
Emotivo testimonio, amigo Joselu. Coincido además contigo en que hay quien gana con el tiempo, como el vino. Gracias por tu visita y comentario, amigo gallego. (Siempre he creído que los gallegos y los andaluces tenemos algo en común, aunque no sé lo que es). Salud(os).
ResponderEliminar¡Me encanta esta entrada! Es un análisis muy certero del acercamiento del cortejo en la pubertad. ¡Gracias!
ResponderEliminarUn abrazo,
OLI I7O
Muchas gracias, Sr. Viajero. Jeje.
ResponderEliminar