Comparable al deseo de volar como las aves, ha sido históricamente la aspiración del ser humano a la longevidad y a la eterna juventud. La diferencia está en que, mientras el primero se ha logrado con la ayuda de artefactos, la segunda tan sólo la han satisfecho personajes literarios o de leyenda, no reales de carne y hueso. Por mucho que algunos/as se atiborren de brebajes, se restauren periódicamente las carnes y su recubrimiento, o se las afeiten con toda clase de mejunjes y pócimas, nunca podrán atrapar para siempre lo que es pasajero, ni siquiera hacer que se mantenga unas décadas más la mocedad, su verdor y lozanía. Aquello que emprendió la marcha ya no volverá.
Pero hay quien no ceja en su empeño y, ya que no puede ir contra natura, busca una compensación y quiere al menos ser o parecer moderno, suponiendo una correspondencia entre ambas “cualidades”, juventud y modernismo. No me parece mala idea, sobre todo si significa dejar de estar anclado en el mismo puerto de por vida.
Por su parte, lo moderno se iguala a lo actual, al presente, y tiene proyección de futuro. Se contrapone al pasado, lo condena, considerándolo el reino de lo antiguo; también se enfrenta a lo viejo, que lleva a conectar la senectud con la antigüedad y la modernidad con la juventud. De donde se deduce que ningún anciano será jamás moderno y ningún joven, antiguo. Etc. La arbitrariedad o gratuidad de tales equiparaciones salta a la vista. Sobre todo si nos situamos en el orden intelectual, de las convicciones, de los valores y principios. Más visos de verosimilitud tienen en el campo de la moda, de los comportamientos, de los hábitos, de los gustos, etc.
Nada tan patético y ridículo como luchar contra el tiempo, que tamiza la piel y los sentidos. Y, a cambio, no hay actitud más inteligente que la de asumir que el tiempo pasa y que sus huellas son inexorables. Si el envejecimiento físico es natural, no tiene por qué serlo la maduración intelectual, el mantenimiento de la curiosidad, el saber captar lo que los cambios significan, el mirar a lo lejos con afán de interesarse por dónde van las cosas. De ahí la perfecta compatibilidad que existe entre el reconocimiento de lo inexorable y el afán por descubrir y valorar el significado de lo nuevo, que es lo que realidad rejuvenece. Un cordial saludo, JA
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