EL LIBRO ELECTRÓNICO
Respetado y estimado Don Arturo: llevo una buena sarta de años dialogando en secreto con usted. No oralmente ni cara a cara, porque no me ha sido posible, sino mediante una especie de singular telepatía. Se basa en una secuencia de monólogos: usted escribe, yo lo leo y, en lo hondo de mi conciencia, le replico, sin recibir -claro está- contestación. Cerramos así un circuito conversacional muy tosco, de baja interactividad... Pero, a partir de ahora, de hoy mismo, voy a pasar de la telepatía a la vía telemática, aprovechando la red de redes y el formato blog, que tengo a mi alcance por ser lo que menos se despacha en cuanto a publicaciones. No me diga que esta iniciativa no representa un avance, ¿eh? Al menos podré yo convertir en lenguaje mis pensamientos, para objetivarlos y para darles cuerpo, y ambos, escritor y lector, podremos tener un público común que presencie nuestros intercambios y los juzgue. En concreto, lo que he pensado es realizar de vez en cuando un comentario en esta mi página bloguera a artículos aparecidos con su firma (bajo el conocidísimo título genérico “Patente de corso”) en el suplemento de los domingos “XL Semanal”. Aquellos que a mí me sugieran alguna respuesta. Creo que será una buena manera de salir yo de la sombra y de la soledad, a cuyo cobijo vengo regurgitando sus párrafos, y de exponerme a la pública opinión, con la que contrastar mis sandeces o mis ideas fulgurantes respecto a las de usted, preciado maestro, al someterlas a mi cata. Sinceramente, estoy convencido de que a todos nos vendrá bien que yo salga a la palestra. Vamos a ello.
Comienzo hoy con la reflexión que, titulada “Leer con luz de luna”, publicó usted en el magazine citado correspondiente a la semana del 14 al 20 de este mes. En síntesis, viene a confesar lo siguiente: “He dicho que libro de papel y libro electrónico deberían ser complementarios; pero, si me obligan a elegir, diré alto y claro que no hay color. Y que, llegado a ese extremo, la pantalla portátil me la refanfinfla”. De verdad, entiendo yo que, en el fondo, en el fondo, bajo esa aparentemente razonable teoría de la complementariedad, siempre siempre se la refanfinfla, antes incluso de estar en el brete; que la decisión la tiene tomada, que el voto ya está echado, vamos, que le jode -como usted diría- el cacharro. Es lo que se infiere de una frase posterior, donde describe sus sensaciones íntimas cuando entra en relación, física incluso, con los inquilinos de su enorme biblioteca: “Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel y cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea”. ¿No es fruto de un largo trato amoroso, de un incontenible impulso por acariciar el cuerpo amado, en pos de incomparable y seguro placer?
Vamos a clarearnos los dos, Don Arturo: ni usted ni yo hemos leído en soporte electrónico ni el menú de un bar de desayunos. Nada, nada. Usted habla de oídas, lo mismo que lo haría yo. No sé si alguna editorial o su señora esposa o alguno de sus hijos ha tenido la ocurrencia de regalarle una tableta digital de esas. En tal caso, seguro que ni la ha desembalado. En cuanto a mí, ya está en la carta de Reyes. Por eso, hasta entonces, reconozco que también sería pura elucubración lo que achacara de malo o atribuyera de bueno al chisme, como usted lo denomina, creo que despectivamente. Mire, ahora que está de moda darle caña a la Iglesia, diré que lo suyo es y lo mío sería igual que los discursos, libros, encíclicas y sermones en los que el Papa, ese santo -y supuestamente casto- varón, se pone a tratar sobre el sexo, la familia, el matrimonio… Dios mío, si SS, en expresión bíblica, no conoce mujer, ¿cómo se lanza a hablar de cosas en las que está ella implicada en cuerpo y alma? Craso error. Por eso, siempre les sale, a él y a los obispos y a los curas en general, la abstinencia como remedio para todo: para evitar el SIDA y otras enfermedades similares, para no tener hijos, para avivar y encender el deseo de contraer matrimonio (y sobrevalorar este) después de un noviazgo a palo seco, etc. Así es: al final, se agarran a lo que saben, a la pureza, a la honestidad y el recato, a la continencia, a la evitación, al “estarse quietos”…
Usted también coge el camino que le marca la querencia, Don Arturo. Estoy casi por jurar, insisto, que no ha experimentado lo que significa y reporta la convivencia con el “e-book”. ¡Y a mucha honra!, le falta exclamar. Fíjese, léase usted: “Si los libros de papel, bolsillo incluido, han de acabar siendo patrimonio exclusivo de una casta lectora mal vista por elitista y bibliófila, reivindico sin complejos el privilegio de pertenecer a ella”.
No sé lo que nos deparará el futuro. Sin embargo, estoy por afirmar que el lector electrónico terminará por ocupar el primer puesto y arrinconar, si no hacer desaparecer, al libro de papel. Este es un punto, la visión del futuro, en el que usted no ha entrado. ¿Tal vez por temor a tener que decir lo que yo acabo de afirmar? No sé. Usted no peca de cobarde, nunca nunca. Yo he hecho ese vaticinio más por aquello de “qué atrevida es la ignorancia”, que por disponer de indicios más o menos seguros. De todos modos, carente de las vivencias bibliófilas que en su ánimo acumula, yo, al contrario que usted, Don Arturo, no creo que tenga problema en cambiar de materiales y reemplazar el papel por el plástico, la pantalla y la tinta electrónica. Al fin y al cabo, lo que trasmiten es lo que cuenta. Y, además, eso me permitirá llevarme a todas partes mis diez, veinte o treinta mil libros, si los llego a tener, para que estén siempre conmigo, cálidamente abrazados por mi mano y por ella amorosamente protegidos. Ya puestos a razones sentimentales...