Coincidiendo con la feliz resaca del campeonato de fútbol Eurocopa 2024, ha ocurrido un hecho, aparentemente intrascendente, pero que la prensa, ciertos medios quiero decir, se han ocupado de señalar y valorar de forma negativa. Me estoy refiriendo al modo en que el defensa Carvajal saludó al presidente del Gobierno español cuando le tocó darle (o recibir) la mano, según el puesto en que se encontraba dentro de la fila formada por el equipo. Mientras estrechaban sus manos, el jugador no miró a la cara al Sr. Sánchez, lo cual se ha calificado ―y yo estoy de acuerdo― como una descortesía, una desconsideración. No juzgo la gravedad del comportamiento, puesto que no sé si fue intencionado. Ocurre a veces que algo o alguien te llama la atención mientras estás hablando con otra persona y desvías la mirada sin querer: no es decoroso, pero admite cierta explicación. También, si se debe a la timidez o la cortedad, innatas o provocadas por quien se tiene enfrente. Repito que no sabemos, mejor dicho, no sé, cuál fue el caso del futbolista, si la evitación de la mirada consistió en un acto consciente y premeditado, como muchos lo han estimado, una manera de mostrar al presidente desapego, distancia, animadversión..., o bien se debió a algún otro motivo. Si el deportista lo que quería, lo que se proponía, era evidenciar una especie de inaceptación o incluso enfrentamiento, desplante, descalificación, etc., creo que no era ese el momento ni el modo más apropiados para ello.
Mucho menos lo fue la actitud de un anterior presidente del Gobierno, que no he podido evitar recordar y comparar. En octubre de 2003, durante el desfile en Madrid de las Fuerzas Armadas, Rodríguez Zapatero, entonces en la Oposición, a diferencia de todos los políticos presentes en la zona dispuesta a tal efecto, permaneció sentado al paso de un contingente norteamericano participante en el evento, invitado por el ejecutivo español y encabezado por la bandera de aquel país. El hecho resultó muy chocante y, con toda razón, se juzgó en los medios como una falta de respeto, un desaire, un desprecio, un «feo» tremendo a la nación cuya enseña desfilaba, aparte de un gran error diplomático. Con posterioridad, intentó explicar y justificar su proceder Zapatero con el más que enrevesado argumento de que la pretensión era exteriorizar un ataque no a USA, sino a Aznar por haber enviado tropas, junto a Estados Unidos, a Iraq. Siendo ya jefe del ejecutivo, tuvieron ocasión los americanos de devolverle el menosprecio.
Hay otra imagen en mi retina, mucho más desagradable, mucho más violenta y agresiva, a la par que irrespetuosa y hasta grosera. Procede de las sesiones de control del Parlamento, que suelo seguir en directo o en diferido gracias a YouTube. Casi sin excepción, el presidente Sánchez y la señora que lo acompaña a su izquierda, la vicepresidenta Montero, comentan entre sí y se ríen con signos de mofa, mientras está pronunciando su discurso algún diputado de la Oposición, como tomándolo a chacota, haciendo burla de él y de sus palabras. Semejan querer mostrar lo banal que les parece dicho discurso, «las bobadas e imbecilidades que está hablando este facha», a pesar de / sin importarles un pimiento la gravedad y trascendencia, el alcance de los hechos o medidas, situaciones o circunstancias, propuestas, etc., que el orador está expresando. No digamos ya si el congresista opositor está formulando una crítica. En algún lugar he leído que tal vez sea una «risa nerviosa», esa con la que tratamos de esconder o disimular un estado de ánimo preocupado, molesto, o bien contrariado por un error o torpeza cometidos. Aparte de eso, si se fija uno bien, suele coincidir el arranque de la sonrisa con un enfoque próximo de la cámara a los rientes, que permite ver el paso instantáneo ―y, desde luego, voluntario― del ademán serio al gozoso. A mí me parece un ejercicio de desprecio, una ofensa, un agravio totalmente inaceptables, dignos de la más extrema repulsa, no solo porque menosprecia a quien les está dirigiendo la palabra (a la vez que a los demás diputados), sino porque esa persona representa en ese momento a millones de españoles, formando parte de la más alta institución en tanto que sede de la soberanía popular. No he visto mayor ordinariez ni comportamiento más zafio y, desde luego, agresivamente, violentamente descortés.
A mí me parece indigno todo aquel que trata así a sus semejantes. Estoy seguro de que bastantes de los que, como yo, se asoman con frecuencia al Congreso efectuarán la misma reprobación. Porque eso es lo que se ganan los risueños cada semana por parte los españoles educados y respetuosos. Aunque también es verdad que ofrecen gratis un ejemplo de malos modales para quienes, pensándolo bien, no necesitan que se les den lecciones, porque ya las tienen bien aprendidas.