viernes, 3 de enero de 2025

DISCURSO VACUO

 


El discurso del rey Felipe VI del pasado 24 de diciembre versó, casi en exclusiva, sobre un solo tema: el acuerdo, el consenso, el diálogo, el encuentro. En efecto, salvo una secuencia inicial, relativamente extensa, dedicada a la catástrofe ocurrida en Valencia y otras zonas cercanas, de nuevo aludida al final, la parte central y más extensa de la exposición estuvo dedicada a inducir a los españoles a que nos entendamos y lleguemos a acuerdos, como única y mejor fórmula para prosperar y alcanzar grandes metas.

Se entiende, así, que el grueso de la intervención real sea de carácter exhortativo, incitativo diría, para que en adelante desaparezca la controversia sistemática y el choque continuo. Naturalmente, tal alusión supone que, en opinión de Su Majestad, este es, si no el único, el principal problema que subyace en la forma en que se está desarrollando la vida del país, más que nada debido a una proyección de los modos que se estilan en el nivel político. Sabido es que la manera como se comportan los miembros de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial no deriva del modo de ser y de comportarse del pueblo, de donde proceden, sino que más bien ocurre al revés: gracias a los medios de comunicación escritos o audiovisuales, la política en sentido amplio, es decir, las autoridades en general destilan una pedagogía que finalmente llega a teñir la vida cotidiana de las personas, esto es, se va imitando hacia abajo y desemboca en la calle, los puestos de trabajo, la familia... De ahí que entendamos que la exhortación del rey debe verse dirigida a las alturas, a los que deciden desde el parlamento, ejecutan desde el gobierno, etc., para que sean ellos quienes cambien el modelo de disputa perenne y huera, y se inicie en ese nivel el diálogo, gracias al cual se modulan las posturas y se buscan principios de acuerdo sobre lo sustancial. Las palabras del monarca ―las haya escrito quien las haya escrito― son nítidas:

El consenso en torno a lo esencial, no sólo como resultado, sino también como práctica constante, debe orientar siempre la esfera de lo público. No para evitar la diversidad de opiniones, legítima y necesaria en democracia, sino para impedir que esa diversidad derive en la negación de la existencia de un espacio compartido [1]. 

En torno a dicho tronco temático, el discurso va refiriendo varios de los asuntos que en este comienzo de cuarto de siglo más preocupan y dificultan el día a día de los ciudadanos, sobre todo dos: la inmigración y los problemas de convivencia aparejados, así como el acceso a la vivienda. No obstante, parece que se mencionan con la intención de orientar la solución por la vía de los patrones ya citados del diálogo y el consenso, o sea, que son como una excusa para volver al tema principal, para reiterar la necesidad de que los primeros responsables «se escuchen unos a otros»:

Es importante, de nuevo, que todos los actores implicados reflexionen, se escuchen unos a otros, que se examinen las distintas opciones y que sea ese diálogo el que conduzca a soluciones que faciliten el acceso a la vivienda en condiciones asumibles, en especial para los más jóvenes y los más desprotegidos, pues esta es la base para la seguridad, el bienestar de tantos proyectos de vida. 

Lo mismo ocurre cuando habla de la política exterior, el tercer subtema que se atiende:

En este contexto España y los demás Estados miembros de la Unión Europea, debemos seguir defendiendo con convicción y con firmeza, junto con nuestros socios internacionales, las bases de la democracia liberal, de la defensa de los derechos humanos y de las conquistas en bienestar social sobre las que se asienta nuestro gran proyecto político.  

Como primera conclusión, la alocución del rey resulta a todas luces monotemática, pues insiste, machaconamente incluso, en la necesidad y urgencia de superar el estado de cosas presente, dominado por la falta de entendimiento o de voluntad de intentarlo al menos. Parece claro que constituye la más importante preocupación de la Corona:

Un pacto de convivencia se protege dialogando; ese diálogo, con altura y generosidad, que debe siempre nutrir la definición de la voluntad común y la acción del Estado. Por eso es necesario que la contienda política, legítima, pero en ocasiones atronadora, no impida escuchar una demanda aún más clamorosa: una demanda de serenidad. Serenidad en la esfera pública y en la vida diaria, para afrontar los proyectos colectivos o individuales y familiares, para prosperar, para cuidar y proteger a quienes más lo necesitan. 

Creo que queda clara la sencilla radiografía temática que me proponía hacer del texto regio. A partir de aquí quiero enfrentar dicho texto al peligro de vacuidad al que me parece está abocado. ¿Por qué? Pondré un ejemplo de andar por casa ―nunca mejor dicho― para ilustrar lo que después explicaré. Supongamos que dos hermanos adolescentes se están peleando de continuo, con palabras y hechos, por las más variadas y triviales causas; no hay modo de que se traten bien, de que estén un minuto juntos, de que vayan y vengan al colegio en paz y armonía, de que tengan amigos comunes, de que cada uno se conforme con lo suyo y no desee lo del otro, de que dejen de acusarse ante el padre o la madre, etc., etc. Como es de esperar, los padres intervienen una y otra vez para que «no se maten un día de estos» o al menos para que la belicosidad tenga momentos de tregua y se disfrute de un benefactor sosiego de vez en cuando. Hablando hablando, un día acuerdan los atormentados progenitores tener con ellos una conversación seria, definitiva, sobre lo que ocurre, con objeto de que los niños comprendan que así no pueden seguir las cosas, puesto que son hermanos y lo que deben hacer es, como mínimo, respetarse, para ayudarse e incluso para divertirse, o al menos para no acabar enfrentados y cada uno por su sitio en cuanto sean mayores. En principio, los chavales parecen entender el problema e incluso estar de acuerdo con la necesidad de actuar de otra manera. Pero eso dura lo que dura un segundo. Una vez terminada la charla, cada uno piensa lo mismo: «Claro, es así, siempre estamos a la gresca. Pero por culpa de ese, que es que el que me insulta, me hace, no quiere / quiere, me quita, me engaña…». Y, los chicos vuelven, en un abrir y cerrar de ojos, a las andadas. La bienintencionada reflexión de los padres no sirve absolutamente para nada. ¿Solución? «Habrá que pensar otra cosa. ¿Castigarlos? Pero son ya mayorcitos…». Y se pasa a la fase de la desesperación.

Este es el cuento; que cada lector le añada el desenlace que se le ocurra. A mí me sirve para afirmar que tan poco útil como la reconvención de los pobres padres es, en buena medida, un discurso como el del rey Felipe. Ningún consejo, admonición, persuasión o, en definitiva, exhortación posee garantía de éxito si no se cumple alguna de estas dos condiciones: a) la posibilidad de que, de no cesar el período de combate, alguno de los contendientes, considerado culpable, o los dos, sufra merma o condena (el «castigo» en el caso de los niños peleones); b) un auténtico interés, un serio propósito de cambio por las dos partes. La difícil situación doméstica relatada nos dice a las claras que la condición (b) no se da y, por lo tanto, solo es viable la (a), según piensa, con alguna reticencia, el sector paterno.

Me parece a mí que no de otro modo sucede con la perorata de Felipe VI. Visto lo visto, pues no es el primer sermón a la clase política por parte del Jefe del Estado, no hay voluntad de autocrítica y de modificación de actitudes en los partidos (condición b) ni tampoco perspectiva de un potente correctivo (condición a), es decir, de un rebaje significativo de la cuota electoral, pues se suelen mantener con pocas oscilaciones los porcentajes de votos, dada la tolerancia de la ciudadanía hacia las conductas belicosas, a las que está habituada y que acepta, como consecuencia de un eficaz aprendizaje por imitación, según dije arriba.

Así es como queda hueca casi por completo la «filípica» que el rey, una y otra Nochebuena, se esfuerza en proclamar. Y pese a la solemnidad y engolamiento con que se emite por televisión y de las elogiosísimas exégesis de una buena parte de la prensa de tendencia conservadora y de partidos de idéntico talante, además del PSOE. La constancia del monarca parece digna de admiración y queda reflejada cuando, al final de su exposición, se despide en estos términos:

Que el espíritu de estos días de encuentro y convivencia permanezca en el año nuevo y que tengáis —os lo deseo, junto a la Reina y nuestras hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía— una muy Feliz Navidad. 

Sin embargo, la incapacidad de sus intervenciones para introducir en la vida pública alguna cuña de sensatez y calma resulta clamorosa. Se echan unos a otros la culpa de lo que, acertadamente, denuncia Felipe VI, pero nadie reconoce ser dueño ni siquiera de una parte de ella. Siempre es el otro.

Así es imposible armar un discurso que pueda tener algún resultado. Por desgracia, queda totalmente vacío antes de pasar al segundo folio. Una pena, pero el Jefe del Estado no está dotado políticamente para hacer otra cosa.

No debe ser grato recitar párrafos y párrafos, uno y otro año, compuestos de enunciados vanos, llenos solo de vapor que se esfuma. Pero esa es otra historia.


sábado, 20 de julio de 2024

FALTAS DE EDUCACIÓN

 


Coincidiendo con la feliz resaca del campeonato de fútbol Eurocopa 2024, ha ocurrido un hecho, aparentemente intrascendente, pero que la prensa, ciertos medios quiero decir, se han ocupado de señalar y valorar de forma negativa. Me estoy refiriendo al modo en que el defensa Carvajal saludó al presidente del Gobierno español cuando le tocó darle (o recibir) la mano, según el puesto en que se encontraba dentro de la fila formada por el equipo. Mientras estrechaban sus manos, el jugador no miró a la cara al Sr. Sánchez, lo cual se ha calificado ―y yo estoy de acuerdo― como una descortesía, una desconsideración. No juzgo la gravedad del comportamiento, puesto que no sé si fue intencionado. Ocurre a veces que algo o alguien te llama la atención mientras estás hablando con otra persona y desvías la mirada sin querer: no es decoroso, pero admite cierta explicación. También, si se debe a la timidez o la cortedad, innatas o provocadas por quien se tiene enfrente. Repito que no sabemos, mejor dicho, no sé, cuál fue el caso del futbolista, si la evitación de la mirada consistió en un acto consciente y premeditado, como muchos lo han estimado, una manera de mostrar al presidente desapego, distancia, animadversión..., o bien se debió a algún otro motivo. Si el deportista lo que quería, lo que se proponía, era evidenciar una especie de inaceptación o incluso enfrentamiento, desplante, descalificación, etc., creo que no era ese el momento ni el modo más apropiados para ello.

Mucho menos lo fue la actitud de un anterior presidente del Gobierno, que no he podido evitar recordar y comparar. En octubre de 2003, durante el desfile en Madrid de las Fuerzas Armadas, Rodríguez Zapatero, entonces en la Oposición, a diferencia de todos los políticos presentes en la zona dispuesta a tal efecto, permaneció sentado al paso de un contingente norteamericano participante en el evento, invitado por el ejecutivo español y encabezado por la bandera de aquel país. El hecho resultó muy chocante y, con toda razón, se juzgó en los medios como una falta de respeto, un desaire, un desprecio, un «feo» tremendo a la nación cuya enseña desfilaba, aparte de un gran error diplomático. Con posterioridad, intentó explicar y justificar su proceder Zapatero con el más que enrevesado argumento de que la pretensión era exteriorizar un ataque no a USA, sino  a Aznar por haber enviado tropas, junto a Estados Unidos, a Iraq. Siendo ya jefe del ejecutivo, tuvieron ocasión los americanos de devolverle el menosprecio.

Hay otra imagen en mi retina, mucho más desagradable, mucho más violenta y agresiva, a la par que irrespetuosa y hasta grosera. Procede de las sesiones de control del Parlamento, que suelo seguir en directo o en diferido gracias a YouTube. Casi sin excepción, el presidente Sánchez y la señora que lo acompaña a su izquierda, la vicepresidenta Montero, comentan entre sí y se ríen con signos de mofa, mientras está pronunciando su discurso algún diputado de la Oposición, como tomándolo a chacota, haciendo burla de él y de sus palabras. Semejan querer mostrar lo banal que les parece dicho discurso, «las bobadas e imbecilidades que está hablando este facha», a pesar de / sin importarles un pimiento la gravedad y trascendencia, el alcance de los hechos o medidas, situaciones o circunstancias, propuestas, etc., que el orador está expresando. No digamos ya si el congresista opositor está formulando una crítica. En algún lugar he leído que tal vez sea una «risa nerviosa», esa con la que tratamos de esconder o disimular un estado de ánimo preocupado, molesto, o bien contrariado por un error o torpeza cometidos. Aparte de eso, si se fija uno bien, suele coincidir el arranque de la sonrisa con un enfoque próximo de la cámara a los rientes, que permite ver el paso instantáneo  ―y, desde luego, voluntario― del ademán serio al gozoso. A mí me parece un ejercicio de desprecio, una ofensa, un agravio totalmente inaceptables, dignos de la más extrema repulsa, no solo porque menosprecia a quien les está dirigiendo la palabra (a la vez que a los demás diputados), sino porque esa persona representa en ese momento a millones de españoles, formando parte de la más alta institución en tanto que sede de la soberanía popular. No he visto mayor ordinariez ni comportamiento más zafio y, desde luego, agresivamente, violentamente descortés.

A mí me parece indigno todo aquel que trata así a sus semejantes. Estoy seguro de que bastantes de los que, como yo, se asoman con frecuencia al Congreso efectuarán la misma reprobación. Porque eso es lo que se ganan los risueños cada semana por parte los españoles educados y respetuosos. Aunque también es verdad que ofrecen gratis un ejemplo de malos modales para quienes, pensándolo bien, no necesitan que se les den lecciones, porque ya las tienen bien aprendidas.

 


sábado, 20 de abril de 2024

CONOCER LO CASI DESCONOCIDO

 


Ayer pasamos mi mujer y yo un día estupendo con una pareja amiga a la que no veíamos desde hacía años. Tiempo que, con gran alegría para todos, comprobamos que no había dejado trazas a su paso en la apariencia de ambos, que seguía mostrando una lozana madurez. Disfrutamos de una buena comida y, sobre todo, de una amena y sustanciosa conversación. En estas situaciones se salta del pretérito al futuro y viceversa, deteniéndose en el presente para volver atrás y adelante, según un vaivén de lo más inesperado y caprichoso, siguiendo un recorrido más bien por centros de interés y tirones afectivos que de acuerdo con la lógica del orden temático o temporal.

Dentro de la maraña dialógica y revoltijo de materias, a mí me llamó especialmente la atención una cuestión por la que he empezado a interesarme hace poco. Podría enunciarla de modo supersintético diciendo que se trata del hecho de que quienes gobiernan al mundo y sus habitantes no son en realidad las autoridades visibles, políticas o económicas, por ejemplo, sino unos mandamases ocultos, escasos en número, en cuyas manos se concentra todo el poder y que están por encima de todo y todos. Lo primero que leí fue un par de libros, extraordinarios, del coronel Pedro Baños, conocido ya por un público razonablemente amplio gracias a su aparición en los programas de Iker Jiménez en la Cuatro. También, algo del periodista Jano García, que a la larga me llenó menos. Conozco más escritos dentro de esta misma línea, pero tampoco es cuestión de que haga una lista completa.

El amigo que ayer nos visitó junto a su pareja goza de una información y documentación infinitamente más vastas que la mía, y yo diría que la de la mayoría de los mortales próximos a estos planteamientos, que me imagino que no serán demasiados, aunque al parecer va calando en ciertos sectores intelectuales, dentro o en los aledaños del llamado periodismo de investigación. Él está fuera de este ámbito profesional, aunque su afán por conocer acerca de quién «gobierna mi barca» de verdad de la buena lo está aproximando a la categoría de experto. Me escribió tres o cuatro nombres de grupos o empresas o fundaciones o instituciones o patronatos o algo así, de carácter internacional, donde se ubican funcionalmente los dueños del planeta. Por cierto, los copió con un bolígrafo casi sin tinta en un papelito que arrancó del mantelillo sobre el que descansaba su plato. Imposible, pensé, mayor distancia entre la trascendencia de lo que sus trazos querían plasmar y la indigencia del material de escribanía del que disponíamos. Cogí el papel y me lo guardé, cosa que creo le sorprendió en cierto modo, pues tal vez no esperaba tanto interés por mi parte, y a la vez agradeció, satisfecho de estar departiendo con una persona no ajena del todo a lo que me parece que constituye su principal afición y ocupación cultural, ahora que está jubilado. He de confesar que yo también me alegré por tanta información de la que, generoso, me hizo receptor. «Investiga a partir de esos nombres», me aconsejó. Sin decirlo, no sé por qué, prometí que lo haría.

Cuando ya se marcharon, mi mente no dejó de reflexionar sobre los temas de que habíamos hablado  ―más él que yo― y también un poco sobre el hecho de que gran parte del tiempo que le deja libre su jornada lo dedique a profundizar sobre eso del «orden mundial», la «geopolítica» y similares, hacia los que yo simplemente he andado unos pasos, y de puntillas. Si a mí me ha conmovido bastante la visión, mínima y superficial tal vez, que se me está empezando a abrir, ¿cuánto y cómo le estará afectando a él, que se va adentrando ya en inmensas profundidades, hondos abismos, donde solo hay sombras, ecos, amenazas…?, ¿cómo es posible vivir de modo pacífico, dormir tranquilo, conservar la ilusión y el apetito sabiendo a ciencia cierta, como él sabe, que nos están cercando y conduciendo hacia un mundo cuyos parámetros se callan?, ¿cómo se hace frente al sobrecogimiento que supongo produce imaginar un futuro hecho a la medida de quienes, para su beneficio y provecho exclusivos, persiguen la globalización total y la autoridad única?, ¿cómo sobrevivir sintiendo correr por las venas el hielo de la impotencia?, ¿cómo, en definitiva, soportar el miedo que todo ello provoca, creo que inevitablemente? Un miedo buscado, sin duda, por esas fuerzas dominantes, como mayor y más eficaz yugo para amordazar el espíritu y atenazar la mente. Miedo a lo que, para que no decaiga, en cada ocasión utilizan como el agricultor un espantapájaros: un supuesto cambio climático, la amenaza o el peligro de otra y otra y otra pandemia, una guerra nuclear, el choque de un asteroide… Miedo a la propia existencia entrevista, solo entrevista, claro, supuesta, imaginada, aunque siempre temida, de unas fuerzas y potestades omnipotentes que allá en su ignota guarida nos manejan como muñecos de trapo y nos llevan a un final horrendo.

El auténtico teatro de la vida se desarrolla detrás del telón, en un espacio superior, donde «ellos» mueven los hilos de las marionetas e incluso del público y hasta de los mecanismos de bajada del telón. Puede que esta sea una de las conclusiones de la larga charla de ayer. Se me ocurre, sin embargo, pensar si no es una carga demasiado pesada el alejar tanto, el tratar de ver siempre más allá. Quizás no lo sea tanto o bien mi amigo posee una capacidad especial para explorar un espacio donde las personas comunes tenemos vedado penetrar y, desde luego, intervenir. Aunque me pregunto también si no es algo que evita, impide o al menos dificulta a veces fijar la mirada en el más acá, menos inasequible y que reclama y merece igualmente atención.    


viernes, 8 de marzo de 2024

AUNQUE LA AMNISTÍA FUERA CONSTITUCIONAL

 


Sigue, una semana más, la discusión sobre la amnistía, convertida ya en proyecto de ley, aprobado por la Comisión de Justicia y próximo a ser presentado en el pleno del Congreso. Se centra, sobre todo,  en la posible inconstitucionalidad de esa propuesta y enfrenta a los que propugnan dicha inconstitucionalidad y quienes creen que la Carta Magna permite la amnistía, aunque no la mencione expresamente. Ambos bandos exhiben razones y argumentos jurídicos de diversa calidad para defender sus posturas.

A mí me choca mucho, muchísimo, que un mismo partido, unos personajes concretos hayan defendido, sucesivamente, una opinión y otra. Empezando por el presidente del gobierno, que antes de las elecciones de julio negaba toda posibilidad de aceptar que se amnistiara a los independentistas catalanes y ahora es el más decidido partidario. Tras él, toda la cohorte socialista, desde la cúpula a la base, dio un giro y se puso a favor de transigir con las peticiones de los partidos nacionalistas. ¿Sobre qué fundamento argumentativo? Poca cosa, razones muy tambaleantes. Aparentemente, un objetivo tan débil y tan poco seguro como la «pacificación» de Cataluña. Pero es archisabido que la verdadera razón de la amnistía no tiene que ver con ningún proceso de atenuación o erradicación de la aspiración independentista en pro de la convivencia, que es lo que enarbola el PSOE como principal justificación, sino que se trata de la consecución de un puñado de votos para la proclamación como tal del actual presidente del gobierno. Solo eso.

La proclamación de independencia, junto con una serie de jornadas de alboroto callejero (en curso de ser calificado judicialmente como terrorismo) e incluso el intento de celebración de un referéndum de autodeterminación hicieron que fueran detenidos, juzgados y encarcelados un conjunto de políticos, mientras que otros se fugaban para evitar la acción de la justicia. Son los que, junto a otros encausados por casos de corrupción, como los miembros de la familia Pujol, forman el grupo de los que se quiere ahora perdonar mediante la inminente ley de amnistía, con el consentimiento ―y beneficio― de quienes hasta hace pocos días la rechazaban con toda rotundidad.

No sé si la falta de alusión explícita en la Constitución a una medida de gracia como la amnistía significa que es, no obstante, viable, pues no se prohíbe, o lo contrario. Es un asunto del que no entiendo mucho, pues compete a los juristas especializados en la materia. Tampoco me lo planteo, porque al final nuestros actuales gobernantes y sus prolongaciones jurídicas retorcerán las leyes implicadas hasta que les sean propicias. Yo me sitúo en una perspectiva distinta, más de carácter social y político.

Y, en ese terreno, creo que las preguntas fundamentales, que son las que muchos compatriotas se hacen en realidad, son las siguientes: ¿puede considerarse útil y beneficiosa para los españoles, para el país, una medida como la condonación de las penas por los delitos a los responsables de lo ocurrido en Cataluña en la última fase del procés?, ¿es lo mejor que puede hacerse en la actual situación?, ¿resulta, aunque fuera legal, legítima esa medida? Creo que la mejor respuesta a las tres preguntas es la negativa, el no rotundo y sin ambages. ¿Por qué? Voy a apuntar tres razones: 1) no se merecen el perdón quienes no solo no se han arrepentido de su conducta, sino que exhiben, con el mayor descaro, la intención de repetirla («¡Ahora, a por el referéndum y la independencia!», se oía días atrás de boca de algunos políticos catalanes); 2) esa misma actitud y lema demuestran que el independentismo no se ha atenuado (el ambiente no se ha «pacificado») una vez que la ley de amnistía está en puertas de regir; 3) esta ley supondrá un trato de favor a un puñado de delincuentes, juzgados y condenados, del cual no se van a beneficiar la mayoría de los que pagan sus penas en las prisiones españolas por transgresiones mucho menos graves que el delito «de lesa patria» de gran parte de los políticos independentistas catalanes, algunos de los cuales están principalmente procesados por corrupción.

En resumen, me parece que la amnistía no debe aplicarse en estas condiciones a las personas elegidas para limpiar sus delitos. Me subleva que, siendo culpables, salgan a la calle libres de polvo y paja, por la puerta que, no obstante, se cierra a cal y canto para todos los que dejan a sus espaldas. ¿Qué han hecho estos individuos, me pregunto, para merecer tanta benevolencia, sino pavonearse de su privilegio y declarar de modo chulesco que nos vayamos preparando para lo siguiente? Esta amnistía, incluso si fuera legal, es una agresión al principio de igualdad de todos los ciudadanos, es una injusticia, es una provocación…, por mucho que bastantes quieran verla ―y hacérnosla ver― como un hito en la historia actual de la democracia española y un paso de gigante en pos de la unión y el entendimiento entre los españoles. Nada de eso significa. ¿Qué han hecho los futuros amnistiados en esa línea para atraer tamaño beneficio? Nada, más bien han obrado en contrario. A no ser que se evalúe como gran mérito la compra, con unos cuantos votos, de un señor que desea ser presidente del gobierno y se pone ―a sí mismo y al país― a su servicio. 


miércoles, 7 de febrero de 2024

YO NO SOY ESA - ZORRA

 

A propósito de la canción «Zorra», que parece va a representar a España en Eurovisión, quiero recordar una de hace bastantes años, cuarenta o cincuenta, con el mismo tema. Me refiero a «Yo no soy esa» de la celebrada cantautora española Mari Trini.  Fue un gran éxito en aquella época, no solo por su calidad musical y la excelente interpretación, sino también por la defensa que hacía de lo que se viene llamando la liberación de la mujer frente al machismo imperante. Para mí, es lo mismo que viene a proponer la de ahora, tal como he tratado de mostrar en otro escrito mío de hace unos días (AHÍ TE QUIERO YO VER: ZORRA | EUROVISIÓN2024 (ramosjoseantonio.blogspot.com). Las diferencia el tono y en parte el enfoque, pero en el fondo creo que coinciden bastante.

La de Mari Trini presenta una primera parte cuyo contenido se resume en el título y se desarrolla en la primera estrofa:

Yo no soy esa que tú te imaginas
Una señorita tranquila y sencilla
Que un día abandonas y siempre perdona
Esa niña si, no
Esa no soy yo.

Luego es ampliado en la segunda y tercera:

Yo no soy esa que tú te creías
La paloma blanca que te baila el agua
Que ríe por nada diciendo sí a todo
Esa niña si, no
Esa no soy yo.

 

El patrón discursivo que adopta es el diálogo de un «yo» elíptico (que incorpora ficticiamente la cantante en sus actuaciones) con un «tú» indeterminado, su pretendida «pareja», a quien le exige que cambie de parecer respecto al perfil femenino de aquel «yo» («yo no soy esa», «esa no soy yo»). La imagen que pretende desterrar se dibuja de manera clara y directa con unas cuantas pinceladas muy significativas («una señorita…», «la paloma blanca…»).  

Desde su arranque, «Zorra» (de la que son autores e intérpretes el dúo Nebulossa) es también la voz de una primera persona que le habla a una segunda, para deshacer una imagen tradicional de mujer:

Cambiar por ti me da pereza.
Ya sé que no soy quien tú quieres,
entiendo que te desespere.

Es diferente,  en cambio, el desarrollo que realiza uno  y otro texto de ese tema: mientras en el de Mari Trini se hace mediante negación, en el de «Zorra» se realiza afirmativamente, describiendo la propia conducta y haciendo ver, a un tiempo, que es la que el «tú» califica con el término inaceptable y duro, de «zorra»:

Entiendo que te desespere.
Si salgo sola, soy la zorra;
si me divierto, la más zorra;
si alargo y se me hace de día,
soy más zorra todavía.

Estos versos puede que hayan llevado a confusión a una parte del público y los críticos, que han visto en ellos la aceptación del áspero calificativo y una especie de autoinculpación como «zorra». No es así. Se desprende de todo el contexto que el vocablo procede del «tú», como una acusación falsa e injusta. Es como si dijera: «Si salgo sola, me llamas zorra…».

En esta primera parte, el talante de la letra de una y otra canción también es diferente, más comedido e incluso cortés en «Yo no soy esa», más brusco y descarado en «Zorra». El mismo empleo de esta palabra, que, frente a «señorita», posee gran fuerza comunicativa como complejo de significados despectivos, contamina todos los versos y hace el mensaje más recio, más combativo; me parece un tanto cercano al estilo, no pocas veces agrio y desgarrado, del hip hop.

En la segunda parte, se aproximan las dos canciones, por cuanto, cada una a su manera, encierran una advertencia expresa, casi una atrevida amenaza, a ese «tú» que tanto desconsidera a quien habla. Dice la de Mari Trini:

Pero, si buscas tan sólo aventuras,
amigo, pon guardia a toda tu casa.
Yo no soy esa que pierde esperanzas.
Piénsalo.

La música de este fragmento realza su contenido en relación con las demás estrofas, pues la melodía asciende en tono y volumen.

La letra del dúo Nebulossa es esta:

Yo soy una mujer real.
Y, si me pongo visceral,
de zorra pasaré a chacal,
te habrás metido en un zarzal.

En el aspecto musical, son bastante diferentes las dos canciones. La de Mari Trini es una especie de balada pop, algo delicada para el oído de hoy, tanto en la melodía como en el acompañamiento orquestal. En «Zorra», se va repitiendo una misma frase melódica, casi idéntica en prácticamente todos los versos, muy sencilla,  un tanto plana, que la hace parecerse, también en esto, al rap. En el acompañamiento sobresalen los golpes de timbal (batería electrónica), que aportan un gran dramatismo, por una parte, y un timbre como de bronco rugido, por otra. Estos caracteres diversos se adecuan bastante bien al talante de los textos, de sensibilidad también diferente.

En conclusión, se trata de dos canciones reivindicativas, muy cercanas en cuanto a la queja y el propósito que expresan. Buena parte de los rasgos que las diferencian se deben, quizás, a su pertenencia a dos épocas relativamente distantes, en cada una de las cuales el límite, en lo literario y en lo músical, de la «protesta» que plantean queda situado a diversa distancia: «Zorra» representa un paso más respecto a «Yo no soy esa», a la que la estimativa actual le achacaría falta pólvora.

 


martes, 6 de febrero de 2024

ZORRA | EUROVISIÓN2024

Como muchos sabrán ya, la canción ganadora del último concurso musical Benidorn Fest es la que RTVE ha propuesto este año, según lo acordado, para participar en el popular Festival de Eurovisión. Tiene un título llamativo, que causa sorpresa: la palabra «zorra». Está siendo bastante comentada la decisión de Televisión Española e incluso hay quien cree que no será admitida por Eurovisión o tendrá problemas para serlo. Ya que está de actualidad, me propongo en las líneas que siguen exponer una breve información sobre el término y sobre la legitimidad de su uso, en general y en este contexto musical en particular.

El término «zorro» posee en español varios significados o grupos de significados. Uno de ellos, el más noble, diríamos, es el que nombra el animal de todos conocido, el odiado «cazagallinas» de muchos corrales, de la familia de los cánidos; su denominación científica es Vulpes vulpes, de donde el sinónimo «vulpeja»; también se le llamó «raposo». De todos los valores que recoge el diccionario de la RAE, el más despectivo o negativo lo adopta en femenino, y no es otro que ‘prostituta’. En esa misma obra académica aparecen más variantes semánticas, que posiblemente enlazan con ciertas características del animal que llamamos «zorro», pero que pueden aplicarse a otras especies e incluso a humanos: «cuco», «taimado», «perezoso», «lento», etc

El título de la canción eurovisiva se ubica claramente en el campo semántico relacionado con el meretricio. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el vocablo, sin salir de este ámbito significativo, ostenta acepciones menos duras o extremas, que son quizás las más frecuentes en el habla cotidiana: mujer de costumbres poco honrosas o de moral dudosa o laxa, fresca, resuelta, atrevida, ordinaria, desvergonzada’, sobre todo ―aunque no exclusivamente― en lo referente al sexo en sentido amplio. Según creo, es esta la perspectiva semántica que se atisba tras el nombre de la canción «Zorra», tal como se aprecia, además, a lo largo de las estrofas y el estribillo:

Si salgo sola, soy la zorra;

si me divierto, la más zorra;

si alargo y se me hace de día,

soy más zorra todavía.

 

En síntesis, el texto, de raigambre claramente feminista, es una invectiva contra la mentalidad machista, que menosprecia a las mujeres si se comportan huyendo de trabas y prejuicios trasnochados. Termina con una especie de advertencia, casi amenaza, que juega, ingeniosamente, con los términos «zorra» y «chacal»:

Yo soy una mujer real (zorra, zorra, zorra)

Y, si me pongo visceral (zorra, zorra, zorra,)

de zorra pasaré a chacal,

te habrás metido en un zarzal.

Algunos periodistas especializados han apuntado la posibilidad de que los responsables del festival censuren la letra y obliguen a los autores, el veterano dúo Nebulossa, que son también los intérpretes (María Bas, Alicante, 1968, y Mark Dasousa, Alicante, 1974), a sustituir o borrar algunas expresiones, basándose en una norma del reglamento que prohíbe los términos indecorosos u ofensivos. Ya ha ocurrido con otras, como por ejemplo con la canción española «Baila el chiki chiki», de Chiklicuatre. Sinceramente, yo no veo motivo que pueda fundamentar tal decisión. En efecto, la palabra «zorra», que, con fondo despectivo, puede representar un insulto en la comunicación diaria, no es utilizada aquí como tal ofensa, puesto que reproduce «lo que dicen, lo que llaman» otros, muchos, a las mujeres cuando, en opinión de ellos se salen de la norma, supuestamente indiscutible e inmutable. Es una palabra ajena, es un discurso que queda invalidado. Las cosas no son ya como creen algunos aún. Y continúa afirmando con orgullo, con tono de desafío:

Estoy en un buen momento (zorra, zorra),

reconstruida por dentro (zorra, zorra).

Y esa zorra que tanto temías se fue empoderando

y ahora es una zorra de postal (zorra, zorra, zorra)

a la que ya no le va mal (zorra, zorra, zorra),

a la que todo le da igual.

Lapídame, si ya, total,

soy una zorra de postal.

 

No veo yo mal gusto, ni injuria, ni insulto, ni agravio que lleve a suprimir tal o cual verso, de este conjunto que constituye un poema, de mayor o menor calidad literaria, esa es ya otra historia. Lo único que aprecio es una crítica cantada, por cierto con una melodía sencilla, pegadiza, penetrante, y una base de percusión intensa y poderosa, que le da un aire épico; una sátira que situaría en el grupo de aquellas denominadas hace décadas, en conjunto, «canción protesta», del que formaron parte artistas y obras de tanto mérito y talento. No estaría mal que volviera a estos tiempos aquella moda.

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