Voy a escribir unos párrafos sobre Rubalcaba, a pesar de
que -lo confieso ya- me parece un personaje de alma mediocre, que
no merece la pena tener demasiado en cuenta desde una óptica de política constructiva,
en estos tiempos en que todo parece desmoronarse, y desde una actitud moralmente
limpia. Concita temor, más que estima, como es propio de quien se carga de armamento
(en este caso verbal, retórico, escenográfico), porque sabe de su debilidad, procedente de la vacuidad de su proyecto;
se coloca bien el escudo, sobre todo para ocultarse tras él, y viste el
camuflaje para velar o transformar la verdad de su ser y de sus acciones e
intenciones, y aun de lo que pasa en derredor; enarbola el dardo venenoso, y no el argumento... Así lo veo, como así veo también a alguna otra gente de su profesión.
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Voy a escribir para comentar una declaración efectuada a las
pocas horas de ser elegido -por los
pelos- Secretario General del partido que
se llama obrero: ha pedido una reunión con el presidente Rajoy en los próximos
días. Hasta aquí, normal, dado su nuevo papel entre los denominados socialistas
y, por tanto, en el variopinto sector de la oposición. Pero fijaos lo que añadió
respecto a los fines del encuentro: va a explicarle a Rajoy la “línea de
oposición” (no son palabras literales, pero casi) que va a seguir la formación
obrerista.
Yo tenía entendido que esas cosas no se explican. A nadie
que esté enfrentado a alguien se le ocurre ir a exponer a este la forma en que
va a plantear la batalla, nadie muestra sus cartas a los contrincantes. Los
entrenadores, antes del partido, lo más que ofrecen a la prensa es la
alineación, y muy a última hora, nunca el esquema de juego. La sinceridad y la transparencia
nunca llegan a tanto, sería verdaderamente suicida. A nadie se le ocurre, digo,
y menos a Rubalcaba, que tapa más que enseña. Entonces, ¿qué quiso decir el Secretario
de los obreros?, ¿por qué declaró algo aparentemente tan ilógico?
Si se tratara de la lógica del resto de los humanos,
estaríamos ante un ingenuo, infeliz opositor, a fuer de extremadamente noble.
Pero no es el caso. Así que el móvil irá en distinta dirección, las
pretensiones serán muy otras: o bien “es un decir”, o sea, no piensa mostrar al
monclovita ni un milímetro de su plan, o bien su propósito consiste, como en tantas ocasiones, en ofrecerle pistas falsas, pasarle un guión engañoso. Y, si
cuela, cuela: tampoco sería la primera vez.
De camino, queda estupendamente
-supone él- ante el país, pues parece que con ello inaugura una etapa de pacífica convivencia,
entendimiento, confianza, colaboración, claridad, respeto, suma franqueza en
definitiva. Naturalmente, nada más lejos de lo que -sea lo que sea- al obrero jefe se le pasa por las mientes.
Como si no conociéramos el paño.