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Discutir por discutir, hablar por hablar… son expresiones que suenan a pérdida de tiempo, a gasto tonto e inútil. Porque queda sobreentendido que se discute sin rumbo, sin meta, sin objetivo, sin tratar de llegar a un acuerdo o tomar una decisión conjunta…, o con la convicción de que será algo difícil e improbable. Se supone también que de nada aprovecha despilfarrar así las ocasiones de que disponemos -tal vez no muchas- de conversar.
En la televisión, en la radio y en diversos ámbitos sociales, culturales, académicos y políticos, suelen desarrollarse coloquios, a veces denominados tertulias o mesas redondas, donde participan representantes de puntos de vista o posiciones casi siempre diferentes o incluso opuestos. Estos actos poseen el carácter de acontecimientos públicos, pues tienen lugar, en directo o a través de las ondas, delante de un público (no quiero gastar más de una línea en mencionar entre paréntesis, para olvidarme al minuto, las groseras y vergonzosas zapatiestas de la tele o radiobasura). En el ámbito privado, de manera totalmente informal, no faltan numerosos momentos (quizás ahora menos que antes) donde se posicionan los miembros de la familia, por ejemplo, acerca de la moda, las costumbres y hábitos de unos y otros, los gustos musicales, etc.
trascendente, que eran controversias puras, o sea, discutir por discutir. Y nos divertíamos. Sabía, eso sí, que contribuían a movilizar muchas capacidades intelectuales y recursos de todo tipo, sin otra finalidad que esa. En un plano totalmente opuesto, no de otro modo aprenden a sobrevivir y sobresalir en entornos sociales y naturales adversos los cachorros de cualquier especie animal, por ejemplo. Lo mismo que puede afirmarse que ninguno de ellos llegará a ser verdadero adulto si no ha luchado de mentirijillas con algunos congéneres de la misma edad, tampoco será una persona de mente muy desarrollada aquel hombre o mujer a los que de pequeños o jovencitos nadie les llevó nunca la contraria ni les plantó ante las mismas narices sus errores.Porque evaluar de manera interactiva lo que sabemos y lo que pensamos nos obliga, en primer lugar, a una revisión previa, a la detección y erradicación de posibles errores o contradicciones, y también a rellenar hipotéticas lagunas, para presentar un discurso en las mejores condiciones posibles y quitar, así, el máximo de oportunidades al adversario. Por poner otro ejemplo, imaginemos un autor teatral o un novelista que, por el motivo que sea, jamás haya estrenado o publicado nada, que nunca s
Rompo una lanza, por lo tanto, en favor de la discusión por la discusión, de las tertulias (las buenas tertulias, no esas pestilentes peleas de gallos que decía antes) donde parece que los participantes cobran por hablar, las mesas redondas y los coloquios de todo tipo, la reyerta verbal entre amigos de la pandilla, el enfrentamiento sereno, a base de palabras, entre barcelonistas y madridistas (por ejemplo), los debates políticos (si son menos encorsetados que los celebrados últimamente, mejor ), la entrada activa en foros de internet, la creación de blogs, su lectura y los comentarios subsiguientes, etc., etc., etc.
Me gusta que la gente descubra que es diferente del prójimo, o medio igual o medio distinta, en la discusión. Quiero que en la discusión entienda que va a persistir en su postura o que va a matizarla o cambiarla. Me gustan los ciudadanos que conversan con sosiego (saboreando cada réplica), con respeto (valorando al de enfrente), con nobleza (sin querer llevar razón a toda costa), con mesurada pasión… Me gustan las personas que hablan entre sí del mundo, cada uno de su mundo, y de sí mismos. Creo que la vida está hecha no sólo para vivirla, sino también para hablarla, mejor dicho, para dialogarla.




